El horror, el horror
"Madrid es una ciudad con m¨¢s de un mill¨®n de cad¨¢veres". Ese primer verso terrible con el que D¨¢maso Alonso inicia su poemario Hijos de la ira fue ayer verdad. Eran decenas los asesinados en Madrid a lo largo de los a?os y ayer, de un d¨ªa para otro, fueron ya centenares. Madrid es, despu¨¦s de tantas discusiones al respecto, el destino, tr¨¢gicamente adecuado, para el Guernica de Picasso. Madrid es, y ser¨¢ ya para siempre, una ciudad-m¨¢rtir, ensangrentada por la acci¨®n brutal de otros legionarios igualmente buitrescos.
?Legionarios vascos, en esta ocasi¨®n? Vascos, s¨ª, lehendakari, no se enga?e. Vascos son (o podr¨ªan serlo, si nos sometemos a la cautela disciplinaria de la presunci¨®n previa a la reivindicaci¨®n) los autores de la matanza. No ser¨¢n (no ser¨ªan), nadie puede decirlo, asesinos por el hecho de ser vascos; pero no por ser asesinos dejan de ser lo que son. Alima?as, dice usted; se lo acepto, pero a condici¨®n de recordar el viejo dicho: cr¨ªa cuervos, y te sacar¨¢n los ojos.
Trece explosiones, ciento noventa muertos (por ahora) y m¨¢s de mil doscientos heridos. Otro d¨ªa 11, esta vez de marzo, quedar¨¢ se?alado para siempre en el calendario universal de la infamia. Nos resistimos a asumirlo como un hecho, como un signo transparente, di¨¢fano y un¨ªvoco en su brutal sencillez.
Bien est¨¢ que nos rebelemos contra la inmediatez del horror; bien est¨¢ que no nos entreguemos, sin lucha, al asco y a la pena. Pero no caigamos en el error de transformar en metarrelato un vil asesinato en masa. No enturbiemos la nitidez de este hecho procediendo a hacer lecturas m¨¢s o menos complejas de lo que no es m¨¢s que un atentado criminal, salvajemente simple: por qu¨¦ en este momento, por qu¨¦ en ese lugar, por qu¨¦ a esas personas.
Hermeneutas voluntarios de un monstruo que s¨®lo habla por sus actos, hay quienes distinguen entre el impacto electoral de las posibles autor¨ªas (si ETA o si Al Qaeda) de esta masacre. Hay otros que, asumiendo como probable que sea obra de ETA, intentan escuchar, tras el estruendo de la explosi¨®n, otro mensaje, otras palabras: palabras de consuelo (es el Omagh de ETA), palabras de disculpa (no tienen nada que ver con nosotros), palabras.
Sobre todo, por encima de todo, no sucumbamos a la indignidad de plantear, ni siquiera como hip¨®tesis, que hay modus operandi y modus operandi, que la masacre de Madrid es cualitativamente distinta de la masacre de Hipercor. Si finalmente no fuera obra de ETA (escribo a las 12.30 horas del mismo d¨ªa 11), lo ser¨ªa s¨®lo porque de hecho no lo ha sido, no porque no pudiera serlo.
La novela de Joseph Conrad El coraz¨®n de las tinieblas finaliza cuando la prometida del protagonista, el desequilibrado y oscuro Kurtz, pregunta a la persona que le acompa?¨® hasta el momento de su muerte cu¨¢les fueron sus ¨²ltimas palabras:
"Rep¨ªtalas -murmur¨® en un tono acongojado-. Quiero..., quiero... algo..., algo... con... con lo que vivir".
Estuve a punto de gritarle: "?No las oye?" El crep¨²sculo las estaba repitiendo en un persistente susurro a nuestro alrededor, en un susurro que parec¨ªa hincharse amenazadoramente, como el primer susurro de un viento que se levanta. "?El horror! ?El horror!".
"Su ¨²ltima palabra... con la que vivir -insisti¨®-. ?No comprende usted que yo le amaba?... Le amaba. ?Le amaba!".
Reun¨ª todas mis fuerzas y habl¨¦ despacio. "La ¨²ltima palabra que pronunci¨® fue... su nombre".
Hay quienes han cre¨ªdo, durante mucho tiempo, que hab¨ªa un nombre tras el horror de ETA: Euskal Herria, autodeterminaci¨®n, conflicto pol¨ªtico, contencioso hist¨®rico. Confiaban en que dicho nombre les permitir¨ªa mitigar la b¨¢rbara dimensi¨®n de todas y cada una de sus acciones. Algo con lo que vivir. ?Seguir¨¢n crey¨¦ndolo hoy?
El horror, el horror. Estas son las ¨²ltimas palabras de ETA. Fueron tambi¨¦n las primeras. Muchos no las escucharon entonces. Tal vez ahora...
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