Un cad¨¢ver reci¨¦n lavado
A las novelas de Fleur Jaeggy les pasa lo que a las altas cumbres: en ellas el aire es puro y fr¨ªo pero irrespirable por falta de ox¨ªgeno. La diferencia es que las historias de Jaeggy transcurren casi siempre en espacios cerrados: un subterr¨¢neo (Le statue d'acqua), una casa (El ¨¢ngel de la guarda), un internado en Suiza -doble encierro, pues, por escolar y por suizo- (Los hermosos a?os del castigo) o, por fin, un barco (Proleterka). Puede que sea la citada falta de ox¨ªgeno la que hace que los personajes de estas historias tengan algo de peces abisales, hermosos monstruos que despiertan una mezcla de compasi¨®n y miedo. Fr¨¢giles, arrogantes e inconscientemente imbuidas de la misma crueldad que las ahoga. As¨ª son las mujeres que pueblan estos dramas contados en sordina con frases cortas, sin contemplaciones: "La verdad no tiene adornos. Como un cad¨¢ver reci¨¦n lavado", dice la protagonista de Proleterka. No es, pues, extra?o que se haya hablado de "precisi¨®n quir¨²rgica" para referirse al estilo de esta lac¨®nica narradora. Y donde dice quir¨²rgica vale decir forense, porque la muerte ronda cada una de las p¨¢ginas que ha escrito Fleur Jaeggy. "Han pasado muchos a?os y esta ma?ana siento un deseo repentino: quisiera tener las cenizas de mi padre". As¨ª se abre esta novela cuyo t¨ªtulo es el ir¨®nico nombre ("proletaria") del barco de crucero en el que viajan por el Mediterr¨¢neo una muchacha de quince a?os y su padre, que, arruinado, las hab¨ªa abandono a ella y a su madre a?os atr¨¢s. "Conozco a Billy Budd mucho m¨¢s que a mi padre", afirma ella refiri¨¦ndose al h¨¦roe de Melville, protector de este relato como Robert Walser lo fue, en cierto modo, de Los hermosos a?os del castigo.
PROLETERKA
Traducci¨®n de Mar¨ªa de los ?ngeles Cabr¨¦
Tusquets. Barcelona, 2003
132 p¨¢ginas. 11 Euros
En biolog¨ªa llaman anaerobios
a los microorganismos que se desarrollan en ambientes que carecen de aire. La energ¨ªa que necesitan para vivir la sacan de las sustancias org¨¢nicas que descomponen. As¨ª son, ya apuntamos, los personajes de Jaeggy, en concreto la protagonista de esta ¨²ltima obra, que se alimenta de la descomposici¨®n moral de sustancias llamadas padre y madre. En Proleterka, que tambi¨¦n tiene, como casi todos los de su autora, mucho de relato de iniciaci¨®n -"el Proleterka es el lugar de la experiencia"-, al primer encuentro sexual de la adolescente ("no quiere dulzura") se suma la revelaci¨®n de un secreto que, demasiado tarde, dar¨¢ sentido a un amor filial que antes no lo ten¨ªa. La de esta novela es, en efecto, una familia sin v¨ªnculos familiares en la que la obediencia ha sustituido a la intimidad, un amor en tercera persona. "La hija no ha llorado nunca", escribe el padre, que firma las cartas a su hija con nombres y apellidos. Del otro lado, la narradora habla de su madre como de "la mujer de Johannes". As¨ª las cosas, los catorce d¨ªas que dura el viaje tienen mucho de ultim¨¢tum al padre, y por esa parte el relato es tan impecable como implacable, pero se resiente cuando la mayor virtud de Jaeggy corre el riesgo de convertirse en su mayor flaqueza: declarar lo que deber¨ªa ser mostrado narrativamente, acudir con precipitaci¨®n al retru¨¦cano del misterio final. Con todo, y a pesar de que -por m¨¢s esquem¨¢tica- tal vez no est¨¦ a la altura de la ya cl¨¢sica Los hermosos a?os del castigo, Proleterka es una buena muestra del hacer de una gran escritora que entreabre las v¨ªas de ventilaci¨®n despu¨¦s de desmontar cualquier consuelo: "Es por mi bien. Una frase venenosa. Pero no suena mal. S¨¦ que esa frase jam¨¢s ha sido de buen ag¨¹ero. (...) Habr¨ªa que protegerse cuando se escuchan semejantes dictados. Cuando se es presa del bien. Prisioneros del bien. El bien del pueblo. Frases propias del r¨¦gimen. Salgo de la casa con una maleta y la cartera del colegio. Me entregan a otros. Por mi bien". Desechado todo sentimentalismo, es justamente el fr¨ªo del ambiente el que otorga valor a los sentimientos cuando ¨¦stos aparecen, el mismo valor que cobra en una morgue cualquier se?al de vida.
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