Ibiza, 35
No conozco las Baleares, pero hace muchos a?os, a¨²n no cumplidos los veinte, mi isla de recreo estaba en Ibiza, la calle cercana al parque del Retiro. All¨ª viv¨ªan entonces, en portales contiguos, dos queridos amigos originales y divertidos, m¨¢s o menos de mi edad, y ambos con un precoz historial delictivo (hab¨ªan ya sido encarcelados por el franquismo) y una familia literariamente legendaria. La calle es de las pocas del centro de Madrid que se mantiene casi igual hoy que al conocerla yo, a finales de la d¨¦cada de los sesenta: el bulevar y los ¨¢rboles, las 'buenas' casas de una arquitectura ecl¨¦ctica o racionalista soft core, nunca superior a las ocho o nueve alturas. En el n¨²mero 37 muri¨® hace poco, cerca de los noventa a?os, el escritor Eusebio Garc¨ªa Luengo, padre del menos arriscado de mis dos amigos, Alejandro, y al n¨²mero 35 he vuelto la semana pasada, de memoria, al saber la muerte de Michi Panero, el hermano peque?o del amigo m¨¢s descomedido, Leopoldo Mar¨ªa, que me invitaba a bailes y resopones en su casa.
Curiosamente, los vecinos apenas ten¨ªan trato, quiz¨¢ porque el trasfondo personal de los respectivos padres era distinto. Don Eusebio, as¨ª llam¨¦ siempre al m¨¢s grato, perspicaz y educado hombre que he conocido en mi vida, gan¨® en la primera posguerra civil importantes premios literarios y estren¨® obras de teatro, movi¨¦ndose en los ¨¢mbitos m¨¢s irredentos del Caf¨¦ Gij¨®n y la far¨¢ndula (estuvo casado con una conocida actriz de la ¨¦poca, Amparo Reyes). Leopoldo Panero padre, buen poeta favorecido por el r¨¦gimen de Franco, ya hab¨ªa muerto prematuramente cuando yo iba a su casa, donde la viuda, la inolvidable Felicidad Blanc, trataba de coordinar su anta?ona educaci¨®n de se?orita bien con la amistad de unos poetas insoslayablemente homosexuales y las rebeld¨ªas de todo g¨¦nero de sus dos hijos mayores, Juan Luis y Leopoldo Mar¨ªa. Entre aquellos dos portales de la calle Ibiza y aquellas dos familias mucho m¨¢s sugestivas -para el muchacho que yo era entonces- que la propia, surgi¨® un ni?o prodigio llamado Jos¨¦ Mois¨¦s, nombre de tanta redundancia b¨ªblica que qued¨® pronto reducido, en el ¨¢mbito de los suyos, al de Michi, para m¨ª siempre excesivamente gatuno.
La muerte casi seguida de esos habitantes de Ibiza separados por el temperamento y la edad (Michi Panero no pasaba de los 51) me ha hecho pensar en que, sin embargo, hab¨ªa algo com¨²n entre ellos. Don Eusebio era demasiado discreto para considerarse a s¨ª mismo un 'maldito', categor¨ªa que Michi, con la famosa suficiencia de los Panero, s¨ª reclamaba, preferiblemente en franc¨¦s. Ninguno fue en el sentido formal del t¨¦rmino maudit, pero ambos acabaron siendo personas ca¨ªdas en el silencio. Don Eusebio dej¨® de ser el escritor Garc¨ªa Luengo hace m¨¢s de treinta a?os, y Michi Panero no parece que haya cumplido la burlona amenaza que nos dirig¨ªa de escribir unas memorias despiadadas.
Siempre he cre¨ªdo en el talento de aquel ni?o de 15 a?os que al principio s¨®lo asomaba una carita lista en las veladas de Leopoldo Mar¨ªa y luego se convirti¨®, al desmandarse irremediablemente su hermano m¨¢s mayor, en amigo m¨ªo. Lo he cre¨ªdo y tengo pruebas. Una decena de cuentos breves, in¨¦ditos si no me equivoco, que Michi, firmando literariamente como Jos¨¦ Blanc (o Jos¨¦ Panero si bajaban las acciones de su caudal de amor a Felicidad), escrib¨ªa a m¨¢quina y en alg¨²n caso lleg¨® a presentar a concursos. Esos originales, que ¨¦l me confes¨® un d¨ªa haber destruido, son ejercicios de nostalgia de quien, a¨²n adolescente, ve¨ªa ya el mundo en su final. Situados casi siempre en ciudades remotas y prestigiosas, con personajes de so?adores elegantes, forajidos y mujeres fatales, llama hoy la atenci¨®n, tanto como en el a?o 1968, su dominante sentido de hast¨ªo, de p¨¦rdida. "Lo que suceder¨ªa aquella noche en Hamburgo yo lo hab¨ªa visto en una pantalla o lo hab¨ªa le¨ªdo en alg¨²n libro", dice el narrador de El Elba ensangrentado. En otro, Mundo gr¨¢fico, el joven aspirante a artista que se hace ingeniero de Caminos, se casa y tiene un hijo, acaba as¨ª su amargo relato: "Ahora por fin se abre el futuro. 1935". Tanto se identific¨® Michi con los perdedores y los decadentes, que un d¨ªa dej¨® de creer en su propia juventud, en su genio. Quiz¨¢ el d¨ªa en que se cerr¨®, muerta Felicidad, la casa de recreo de Ibiza, 35.
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