Transustanciaci¨®n
LA HEGEMON?A de la novela en relaci¨®n al cuento no obsta para que en cierto modo lo vampirice y tienda de una forma cada vez m¨¢s evidente a asimilarlo a su naturaleza siempre abierta y omn¨ªvora. De un tiempo a esta parte prospera abiertamente una especie narrativa mutante, por as¨ª decirlo, a medio camino entre el cuento y la novela, que articula al amparo de ¨¦sta la multiplicidad de aqu¨¦l. As¨ª ocurre en grado muy diverso que va desde la sutil recurrencia, en un pu?ado de relatos, de ciertos motivos -personajes, escenarios, situaciones-, hasta la integraci¨®n de todo un haz de relatos mediante una simple armaz¨®n que los hilvana y los trasciende. Baste pensar, recientemente, en libros como Capital de la gloria, de Juan Eduardo Z¨²?iga ( 2003), o El hombre que invent¨® Manhattan, de Ray Loriga (2004). El hecho es que el paso de algunos cuentistas a la novela no se ha producido sin que lo den provistos de todas sus armas y bagajes. De lo que se ha derivado una tendencia creciente a perge?ar estructuras novel¨ªsticas que en cierto modo asumen lo que de otro modo hubiera dado lugar a un libro de cuentos. Una entidad, por cierto -esta del libro de cuentos-, que ya de por s¨ª tiende a resultar significativa en su conjunto, siempre y cuando se trate, como distingue Rodrigo Fres¨¢n, de libros de cuentos, y no -caso m¨¢s corriente- de libros con cuentos. En la narrativa espa?ola se dan muestras muy tempranas de dicha tendencia (recu¨¦rdese Las afueras, 1959, de Luis Goytisolo), que no cesa de dar lugar a libros como, por ejemplo, La ruina del cielo (2000), de Luis Mateo D¨ªez. Pero quiz¨¢ el exponente m¨¢ximo de la misma, y su logro m¨¢s influyente y haza?oso en el marco global de la lengua espa?ola, sea Los detectives salvajes (1998), de Roberto Bola?o, que ha conseguido una aut¨¦ntica transustanciaci¨®n del cuento en la novela, o de la novela en el cuento, seg¨²n se mire. Una transustanciaci¨®n -valga la palabreja- cuyos alcances, por el momento, no han empezado m¨¢s que a vislumbrarse.
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