"?Nos est¨¢n atacando desde el exterior!"
Las tropas espa?olas abrieron fuego para defenderse de los disparos de los iraqu¨ªes
Un tableteo apaga las conversaciones. Alguien grita: "?Nos est¨¢n atacando desde el exterior!". Los militares espa?oles corren en busca de sus cascos, chalecos y fusiles mientras decenas de armas disparan a un ritmo trepidante. La guerra acaba de hacer su aparici¨®n, con toda su parafernalia y crudeza, en el cuartel Al Andalus en Nayaf. Enpocos minutos, los soldados espa?oles toman posiciones. Tambi¨¦n se han desplegado los hondure?os y salvadore?os. Los estadounidenses encargados de la seguridad de la sede del gobierno de la autoridad ocupante, que se encuentra en un edificio aleda?o, han ocupado los tejados y disparan sin respirar sus ametralladoras pesadas. Un centenar de milicianos del Ej¨¦rcito del Mahdi, la guardia pretoriana del imam chi¨ª radical M¨²qtada al S¨¢der, se han infiltrado en una manifestaci¨®n que clama contra la detenci¨®n de un importante ayudante de Al S¨¢der y abren fuego contra el acuartelamiento.
Los militares no ocultan su malestar con el comportamiento de los estadounidenses
"No hay ninguna baja espa?ola", confirma un oficial. Es la frase m¨¢s veces pronunciada
El coronel Alberto Asarta, natural de Zaragoza, segundo jefe de la Brigada Plus Ultra y m¨¢xima autoridad en el cuartel de Nayaf, cruza el patio hacia su puesto de mando. El teniente coronel Cabezas, con a?os de experiencia en misiones de paz, ordena a sus hombres ocupar las posiciones y corre hacia el edificio del gobierno. Varios soldados de la unidad sanitaria tienen el rostro sombr¨ªo. Llegaron hace una semana y les cuesta entender lo que est¨¢ pasando. No son los ¨²nicos. En la primera media hora nadie es capaz de explicar qu¨¦ ocurre mientras el fuego cruzado impide mantener una conversaci¨®n. Miles de balas vuelan de un lado a otro en busca de su v¨ªctima.
"Para nosotros esto es una fiesta", afirma en castellano un traductor. "Estamos tan acostumbrados a la guerra que la vemos con naturalidad", a?ade un compa?ero. Es posible que haya visto que los presentes no est¨¢n para celebraciones. Todos menos los estadounidenses, que se comportan como Rambos excitados por el fragor de la batalla. En los primeros minutos han disparado decenas de cargadores y corren por las escaleras reclamando a gritos m¨¢s munici¨®n para seguir en la lucha.
Un francotirador iraqu¨ª ocupa una posici¨®n estrat¨¦gica en la azotea del hospital de Nayaf, el edificio m¨¢s alto de la ciudad santa y vecino de la base militar de los espa?oles. Dispara con precisi¨®n contra los tejados ocupados por los soldados centroamericanos y estadounidenses. Desde esa posici¨®n elevada hace estragos. Parece el tiro al pato de una atracci¨®n de feria. Alcanza mortalmente a un estadounidense, hiere a otro y le atraviesa la cara a un salvadore?o.
La primera hora bajo el fuego transcurre como un suspiro. Ni un segundo han dejado de ladrar las ametralladoras y los ca?ones. Un oficial estadounidense pregona que 700 soldados de refuerzo vienen en camino. A los pocos minutos se desdice: "No queremos intervenir. Debe de ser la divisi¨®n multinacional la encargada de repeler este ataque".
Varios blindados espa?oles se dirigen hacia la entrada de la base. Separados por una treintena de metros, disparan sus ca?ones en formaci¨®n hacia las posiciones de los atacantes. El comandante Manuel Busquier mantiene la calma y habla con la base de Diwaniya. "No hay ninguna baja espa?ola", confirma cada media hora. Es la frase m¨¢s veces pronunciada.
La principal preocupaci¨®n en Al Andalus es saber qu¨¦ ha ocurrido en el cuartel general de la Defensa Civil Iraqu¨ª, situado a unos 700 metros de distancia, que est¨¢ protegida por una secci¨®n salvadore?a del Batall¨®n Cuscultlan, y donde tambi¨¦n se combate. Los soldados est¨¢n rodeados y se divisa una columna de humo.
Dos aviones de combate estadounidenses sobrevuelan la zona. Un oficial de transmisiones advierte que va a bombardear. ?Pero qu¨¦ es lo que van a bombardear?, preguntan porque enfrente s¨®lo hay peque?as casas de tres pisos. Un comandante espa?ol explica a sus hombres: "Cuando estallen las bombas, todos al suelo". Le miran desconcertados. Aunque las pasadas de los aviones son cada vez a menos altura no se produce el ataque. Ahora le toca el turno a dos helic¨®pteros Apache. Desde la terraza ocupadas por los rambos se escuchan gritos de alegr¨ªa. A baja altura, los artilleros comienzan a descargan sus ametralladoras contra una zona plagada de casas.
La frustraci¨®n hace mella en los espa?oles. "Hab¨ªamos realizado un buen trabajo durante ocho meses. Ten¨ªamos buenas relaciones con todos los grupos pol¨ªticos y religiosos", explica un comandante. Y de repente todo se desmorona. Porque a partir de hoy nada ser¨¢ igual en Nayaf.
Minutos antes del comienzo del ataque, el coronel Asarta repet¨ªa a todos los medios de comunicaci¨®n que le preguntaban que sus soldados no hab¨ªan sido los responsables de la detenci¨®n del imam Mustaf¨¢ al Yuqubi, ocurrida el viernes por la noche. El s¨¢bado explic¨® que fuerzas especiales de la coalici¨®n llegadas desde Bagdad hab¨ªan detenido al imam y lo hab¨ªan trasladado a la capital para interrogarlo. Oficiales espa?oles se lo explicaron a los cl¨¦rigos que encabezaban una manifestaci¨®n pac¨ªfica que se acerc¨® el s¨¢bado por la tarde hasta las puertas del acuartelamiento.
Treinta y seis horas despu¨¦s de la detenci¨®n, sus responsables, posiblemente soldados de las fuerzas especiales estadounidenses, no hab¨ªan informado al general Fulgencio Coll, jefe de la Brigada Plus Ultra a pesar de que el incidente hab¨ªa ocurrido en la zona bajo su control. Algunos espa?oles no pueden ocultar su malestar con el comportamiento de los estadounidenses. "Nos causan m¨¢s problemas que ayuda", dice un capit¨¢n. Antes de la llegada de la Brigada Plus Ultra, los soldados estadounidenses ya eran detestados por sus m¨¦todos expeditivos.
El intercambio de disparos comienza a remitir a las tres horas. Salvadore?os y espa?oles han batido una zona de campo que hay en el interior de la base y han conseguido controlar el per¨ªmetro. Dos soldados extranjeros han muerto y al menos 13 han resultado heridos. En el otro lado, 20 personas, entre los que hay, al menos, nueve miembros del grupo atacante, han perdido la vida y otras 200 han resultado heridas, incluidos ni?os y mujeres. En la azotea de la delegaci¨®n del gobierno, algunos casquillos de bala est¨¢n ba?ados en sangre. Militares de distintas nacionalidades se mantienen a cubierto del ataque de posibles francotiradores mientras r¨ªen las gracias y piruetas de los rambos, felices como ni?os despu¨¦s del combate. Los helic¨®pteros no dejan de sobrevolar lo que ha sido el campo de batalla.
? Heraldo de Arag¨®n
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