Un cuchillo en el lodo
No conozco ning¨²n retrato coral de asesinos. Hay retratos individuales famosos: Capote, Mailer, Verbitsky. Est¨¢ el libro de Rian Malan sobre Sur¨¢frica. Y sobre el propio genocidio ruand¨¦s, el de Philip Gourevitch, Queremos informarle de que ma?ana seremos asesinados junto con nuestras familias. Pero el reportaje del periodista franc¨¦s Jean Hatzfeld, corresponsal de guerra del diario Lib¨¦ration, alcanza lugares por donde no ha pasado nadie. En el a?o 2000, Hatzfeld escribi¨® Dans le nu de la vie. R¨¦cits des marais rwandais (la vida al desnudo. Relatos de los pantanos de Ruanda). Un libro con la voz de algunos supervivientes. Empezaba as¨ª: "En 1994, entre el lunes 11 de abril a las once de la ma?ana y el s¨¢bado 14 de mayo a las dos de la tarde, milicianos y vecinos hutus asesinaron a machetazos a alrededor de 50.000 tutsis, de una poblaci¨®n [tutsi] de unos 59.000, durante todos los d¨ªas de la semana, entre las nueve y media de la ma?ana y las seis de la tarde, en las colinas de la comuna de Nyamata, en Ruanda". Es decir, cinco tutsis de cada seis. Una temporada de machetes se ocupa de lo mismo. Pero Hatzfeld escribe el relato a partir de los asesinos. Exactamente de una banda de diez asesinos a la que entrevist¨® en la c¨¢rcel, en largas y dif¨ªciles sesiones, cuando los asesinos, ya sentenciados (levemente sentenciados en su mayor¨ªa gracias a la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional del Gobierno ruand¨¦s), no ten¨ªan nada que temer de las consecuencias de sus palabras.
UNA TEMPORADA DE MACHETES
Jean Hatzfeld
Traducci¨®n de Mar¨ªa Teresa Gallego Urrutia
Anagrama. Barcelona, 2004
290 p¨¢ginas. 16,50 euros
Hatzfeld organiza este libro en 37 cap¨ªtulos. En los impares informa gen¨¦ricamente sobre los antecedentes y desarrollo del conflicto ruand¨¦s. En los pares va fragmentando el testimonio de la banda. Los testimonios vienen precedidos del nombre del asesino a quien corresponden. Pero no est¨¢n encajonados en comillas, a diferencia de otras declaraciones (de intelectuales, de pol¨ªticos, de supervivientes) diseminadas por el texto. Hatzfeld no aclara por qu¨¦. Lo cierto es que la lengua de los asesinos (de bajo nivel cultural, como se?ala el propio autor) resulta a veces de una extra?a elocuencia. Un ejemplo entre muchos. El tal Adalbert: "La muerte animal ya no les resultaba satisfactoria; cuando se limitaban a liquidar a un tutsi se sent¨ªan frustrados. Quer¨ªan efervescencia. Se notaban como estafados si el tutsi se mor¨ªa sin decir nada". Cabe se?alar que Hatzfeld acced¨ªa a esos testimonios a trav¨¦s de un traductor. Innocence, de nombre. Un hombre lac¨®nico y reservado. Realmente reservado. Mientras duraron las entrevistas nunca le dijo a Hatzfeld que entre la banda estaba el asesino de su padre. Esta lengua, a veces demasiado sofisticada, procura incredulidad e incredulidad es lo que menos necesita esta historia. Hay otro reparo: no siempre se dan los detalles necesarios para que el lector comprenda las acciones. El propio machete: por fortuna la edici¨®n espa?ola lleva una foto siniestra que permite hacerse cargo r¨¢pidamente de textura y medidas. Los pantanos, los papiros: Hatzfeld conoce muy bien esa naturaleza y es una l¨¢stima que d¨¦ por hecho que el lector va all¨ª cada jueves. Y sobre todo: parece que matar tutsis fuese tan sencillo como degollar sus vacas. ?Fue as¨ª en realidad? ?Hubo pelea? ?O se produjo esa resignaci¨®n casi bovina con la que tambi¨¦n se caracteriza a veces la actitud de los jud¨ªos ante el genocidio?
Por lo dem¨¢s ¨¦ste es un libro inaguantable. La raz¨®n principal est¨¢ en la ausencia del porqu¨¦. El acierto de Hatzfeld es el de no haber ca¨ªdo en la grosera actitud epistemol¨®gica que tantas veces define al oficio period¨ªstico contempor¨¢neo. ?Por qu¨¦ unos cuantos miles de ruandeses mataron a un mill¨®n (aproximado) de sus compatriotas? No hay respuesta. Dice Claudine, una superviviente: "Creo, adem¨¢s, que nadie escribir¨¢ nunca en orden todas las verdades de esta tragedia misteriosa; ni los profesores de Kigali y de Europa; ni los c¨ªrculos de intelectuales y pol¨ªticos. Cualquier explicaci¨®n fallar¨¢ por un lado o por otro, como una mesa coja". La mesa se asentar¨¢ firmemente alg¨²n d¨ªa. Es una obligaci¨®n humana. Pero lo importante es que Hatzfeld ha huido de la tentaci¨®n de falcarla. Con impresionante paciencia y rigor ha ido acumulando los materiales del v¨®mito de los asesinos: la avaricia, la humillaci¨®n, la fiebre. Pero sin someterse al imperativo falsificador de fabricar sentido (to make sense) con ellos. Y tampoco la colosal haza?a period¨ªstica de haberse encarado con los asesinos, y hacer que el lector se encare, no le lleva a la ingenuidad de creer que los asesinos conocen el porqu¨¦. Una convicci¨®n vertebral que lo aleja del banal malditismo literario y que contribuye decisivamente a que la experiencia de esta lectura se incruste para siempre. Dado que se trata del Mal el cr¨ªtico se ve en la necesidad de advertirlo.
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