Recordatorio
"TENGO QUE hablar de los muertos", escribe el escritor h¨²ngaro S¨¢ndor M¨¢rai (1900-1989) en su autobiograf¨ªa titulada Confesiones de un burgu¨¦s (Salamandra), "as¨ª que debo bajar la voz. Algunos est¨¢n completamente muertos para m¨ª; otros sobreviven en mis gestos, en la forma de mi cr¨¢neo, en mi manera de fumar, de hacer el amor, de alimentarme: como y bebo ciertas cosas por encargo de ellos. Son numerosos. Uno pasa muchos a?os sinti¨¦ndose solo entre la gente hasta que un d¨ªa se encuentra con sus muertos, nota su presencia discreta pero constante". Lo afirma en el segundo cap¨ªtulo de sus memorias, tras haber dedicado el primero a la descripci¨®n pormenorizada de cu¨¢l fue el paisaje f¨ªsico de la ciudad y de la casa en las que naci¨®, como si s¨®lo as¨ª se pudiera afrontar la narraci¨®n de las cuitas existenciales.
Teniendo en cuenta que este par de cap¨ªtulos iniciales ocupan casi la mitad del libro, es como si M¨¢rai le concediera a los aleatorios preliminares de la vida una importancia decisiva para la formaci¨®n de personalidad. ?Acaso es porque esta autobiograf¨ªa recoge s¨®lo los primeros 28 a?os de la existencia de M¨¢rai y, aun habiendo sido ¨¦sta ya por entonces muy rica en incidentes, un joven s¨®lo puede narrar hacia d¨®nde se dirigen sus expectativas, que est¨¢n forjadas necesariamente a favor o en contra de lo heredado? Algo de eso parece deducirse de las ¨²ltimas frases de ese extenso segundo cap¨ªtulo sobre sus ancestros, cuando M¨¢rai dice al respecto que "a ellos se lo debo todo, y me ha costado mucho olvidar y aniquilar en m¨ª esa herencia. Quiz¨¢ no lo haya logrado completamente".
No obstante, despu¨¦s de acompa?ar a M¨¢rai por los m¨²ltiples y variados escenarios en los que transcurri¨® su juventud, orientada al doloroso parto de s¨ª mismo como escritor, con sucesivas estancias en Budapest, Leipzig, Weimar, Francfort, Berl¨ªn, Par¨ªs y Florencia, nos lo encontramos, de nuevo, en su Hungr¨ªa natal, en la hist¨®ricamente peligrosa fecha de 1935, confes¨¢ndose no s¨®lo burgu¨¦s, sino deudor de una tradici¨®n que impon¨ªa la raz¨®n sobre los instintos, la ¨²nica capaz de resistir "el avance de las hordas ansiosas de sangre y muerte".
Exiliado en 1948 en Estados Unidos, tras el establecimiento del r¨¦gimen comunista en Hungr¨ªa, S¨¢ndor M¨¢rai se suicid¨® en 1989 en la localidad californiana de San Diego, sin imaginar la fama internacional p¨®stuma que iba a lograr como novelista. Escribir memorias, a la edad que sea, es remontar el tiempo hasta donde somos capaces de atisbar c¨®mo se hizo posible que fu¨¦ramos como somos. Junto a esta sabidur¨ªa, poco importan los errores cometidos, teniendo en cuenta que la vida, ese breve episodio donde se dirime nuestra libertad de acci¨®n, no es sino apenas un vagabundeo, un mero errar infructuoso por el mundo, salvo si se adquiere la alta perspectiva de los muertos y la existencia se ilumina con el testimonio del recordar, la materia prima, original, del arte.
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