La milla de Bannister
Se cumplen 50 a?os de la haza?a que signific¨® la ruptura de los cuatro minutos en la prueba cl¨¢sica del medio fondo
El 6 de mayo de 1954, Roger Bannister, estudiante de medicina, se dirigi¨® en tren desde Londres a Oxford. Por la naturaleza de su desaf¨ªo, hoy en d¨ªa no habr¨ªa viajado solo, en segunda clase, ajeno al estr¨¦pito que producen los actuales astros del deporte. Bannister, un atleta flaco, de aspecto poco impresionante, distinguible por su rostro afilado, de p¨®mulos muy marcados, pelo rubio y maneras educadas entre los cachorros de la clase alta inglesa, ten¨ªa una cita con la historia en el viejo estadio Iffley Road de Oxford. El lugar tampoco guardaba ninguna relaci¨®n con las comodidades que encuentran los atletas que ahora persiguen los r¨¦cords mundiales. Una peque?a tribuna de madera se levantaba junto a la recta principal, de ceniza naturalmente. Alrededor, un buc¨®lico paisaje de casitas inglesas, ¨¢rboles y la torre de una iglesia, presidida por la bandera de San Jorge, que ese d¨ªa se agitaba violentamente en la ventisca. No era precisamente una buena noticia para Bannister. Su empresa requer¨ªa la m¨¢xima colaboraci¨®n de los elementos. Necesitaba las condiciones perfectas para la milla perfecta.
Se afrontaba una era de optimismo, de confianza en el hombre y en su capacidad emprendedora
Bannister viajaba a Oxford para atacar la ¨²ltima frontera del atletismo. Nadie hab¨ªa conseguido bajar de los cuatro minutos en la milla, los 1.609 metros que acreditan el verdadero valor de los mediofondistas. El caso, que ahora puede parecer irrelevante, a la vista de marcas como la de Hicham El Guerruj (3m43,13s en la distancia), llevaba entonces a encontradas discusiones sobre los l¨ªmites fisiol¨®gicos del hombre. Hasta los mejores atletas de la ¨¦poca dudaban de la victoria sobre lo que ellos llamaban El Muro. Era el Everest de aquel tiempo, y como el Everest merec¨ªa ser conquistado. La ¨¦poca reclamaba gestas a los hombres. El mundo acababa de salir de la m¨¢s devastadora de sus guerras, un conflicto de orden planetario que hab¨ªa manifestado las peores pulsiones de la humanidad. Nueve a?os despu¨¦s del final de la Segunda Guerra, se afrontaba una era de optimismo, de confianza en el hombre y en su capacidad emprendedora. El deporte serv¨ªa como perfecto escenario para esa voluntad de conquista. Edmund Hillary hab¨ªa conquistado el Everest en 1953, gesta de evidente contenido rom¨¢ntico, como aquella que Bannister se dispon¨ªa a acometer junto a un grupo de estudiantes en la pista de Iffley Road.
En Oxford, almorz¨® con Charles y Eilenn Weldon, acompa?ados por las peque?as hijas del matrimonio. Apenas se habl¨® de la carrera, pero durante la comida Bannister sinti¨® que era el momento de atacar la gran frontera de la milla. All¨ª tom¨® la decisi¨®n de afrontar el desaf¨ªo, a pesar del viento. En realidad, todo fue ingl¨¦s aquella tarde. A las desapacibles condiciones climat¨®logicas se a?ad¨ªa la n¨®mina de atletas, todos estudiantes, unos de Londres -como Bannister y los afamados Chris Chataway y Chris Brasher- y otros de Oxford, caso de Alan Gordon y el futuro reverendo George Dole.
El hombre era Bannister, el mediofondista m¨¢s acreditado de Inglaterra y el ¨²nico capaz de superar el umbral de los cuatro minutos. A Bannister le corr¨ªa prisa porque desde Australia le llegaban noticias de las marcas de John Landy, cada vez m¨¢s cercanas a los cuatro minutos. Sab¨ªa tambi¨¦n que no tendr¨ªa muchas m¨¢s oportunidades: a final de a?o abandonar¨ªa el atletismo para dedicarse al doctorado en Neurolog¨ªa. Para ayudarle acudieron Brasher y Chataway, que oficiaron de liebres. No le defraudaron, aunque durante algunos instantes de la prueba Bannister pareci¨® contenerse. Quer¨ªa un poco m¨¢s de velocidad. A falta de 400 metros, el registro era prometedor, pero no suficiente: 3m00,07s. Bannister ten¨ªa que cubrir la ¨²ltima vuelta en menos de un minuto. Lo logr¨® a duras penas, en un dificultoso combate contra el viento, la fatiga y las emociones. En la l¨ªnea de llegada, los jueces atend¨ªan expectantes a los cron¨®metros. En la vieja tribuna, los estudiantes animaban con entusiasmo al atleta. En la pista, Bannister daba el aspecto de un sufriente, con el rostro descoyuntado, la boca abierta, los ojos cerrados, el pecho avanzado, en busca de un cent¨ªmetro, una d¨¦cima de segundo, cualquier margen que significara la conquista del muro. As¨ª rompi¨® la cinta aquella tarde de mayo. Su tiempo: 3m59,70s. Bannister hab¨ªa corrido la milla perfecta.
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