La Europa de Zweig
"?Podemos imaginarnos a¨²n a un austr¨ªaco, tan tranquilo y sosegado en su car¨¢cter bonach¨®n, confiando en la devoci¨®n de anta?o en su se?or emperador y en los dioses que les dieran una vida tan holgada? A los rusos, los alemanes, los espa?oles, ya nadie sabe cu¨¢nta libertad y alegr¨ªa les ha chupado de la m¨¦dula el cruel y voraz espantajo del Estado. Todos los pueblos saben una sola cosa: que una sombra extra?a se cierne, larga y pesada, sobre su vida. Nosotros, sin embargo, que todav¨ªa conocimos el mundo de la libertad individual, sabemos, y podemos dar fe de ello, que en otros tiempos Europa disfrut¨® de su juego de colores calidosc¨®pico". El autor de este texto, Stefan Zweig, nacido en Viena en 1881 y fallecido en Brasil en 1942, fue testigo privilegiado de la convulsa transformaci¨®n de la Europa plurinacional de los imperios austro-h¨²ngaro y ruso en la Europa nacionalista surgida tras la primera y segunda posguerra mundiales. Su testimonio ha quedado recogido en su hermoso libro El mundo de ayer, convenientemente subtitulado como Memorias de un europeo. Pues es eso, un europeo y no un escritor vien¨¦s, quien nos habla desde las p¨¢ginas de ese libro.
Era aquel un tiempo de tiranos, no lo mitifiquemos. Un mundo de injusticias y de luchas denodadas por la libertad. Pero era, tambi¨¦n, un mundo cosmopolita, donde, como se?ala el mismo Zweig, a¨²n era posible viajar de un pa¨ªs a otro sin pasaporte y sin que nadie se viera obligado a declarar su nacionalidad, religi¨®n u origen. Un mundo donde, no por casualidad, florec¨ªa la m¨¢s asombrosa comunidad de artistas e intelectuales de ra¨ªces jud¨ªas. Ese mundo empez¨® a desaparecer con el Tratado de Versalles y la aplicaci¨®n forzosa del principio de las nacionalidades, formulado por el presidente norteamericano Wilson "con el optimismo ingenuo y simp¨¢tico propio del hijo de un pastor presbiteriano de Virginia" (en palabras de Maurice Duverger). Como luego ocurrir¨¢ en tantos otros lugares del mundo, de manera muy destacada en ?frica, la aplicaci¨®n de este principio a un continente europeo en cuyo centro geogr¨¢fico e hist¨®rico estaban mezcladas las m¨¢s diversas nacionalidades tuvo como inmediata consecuencia la irrupci¨®n del espectro de la purificaci¨®n ¨¦tnica. Y lo que se pens¨® como soluci¨®n a la guerra y fundamento para la convivencia pac¨ªfica entre las naciones (una Sociedad de Estados-naci¨®n), no fue sino el germen de una segunda y a¨²n m¨¢s mort¨ªfera guerra, as¨ª como de toda una larga y sangrienta serie de conflictos ¨¦tnicos como los que arrasaron Yugoslavia en los a?os noventa.
Fue precisamente esta Europa rota por el b¨¢rbaro ideal del Blut und Boden, de "la Sangre y la Tierra", la causa ¨²ltima del suicidio de Zweig en compa?¨ªa de su segunda esposa, Lotte Altman. "He perdido a mi patria propiamente dicha, la que hab¨ªa elegido mi coraz¨®n, Europa, a partir del momento en que ¨¦sta se ha suicidado desgarr¨¢ndose en dos guerras fraticidas", escribe en El mundo de ayer el mismo a?o de su suicidio. Dos a?os antes, en una conferencia, hab¨ªa dicho: "?Que otros arrojen octavillas o vayan a morir en la guerra! ?Que otros publiquen folletos pol¨ªticos o vibren de esperanza imaginando el mundo que surgir¨¢ del caos! Yo, por mi parte, hablar¨¦ de las alamedas del Prater en 1900, de la bohemia literaria de Berl¨ªn a principios de siglo".
He recordado a Zweig hoy, cuando empiezan a disolverse aquellas fronteras que desfiguraron la fisonom¨ªa de nuestro continente y transformaron aquella Mitteleuropa, encrucijada de pueblos y puente entre culturas, en campo de batalla y garita fronteriza. "No agrupamos Estados sino que unimos a hombres", dec¨ªa Jean Monnet, promotor destacado de la unidad europea. "No hay y no puede haber otra Europa posible m¨¢s que la de los Estados", sosten¨ªa por su parte Charles de Gaulle. Aunque quienes ahora se integran en la Uni¨®n Europea son, convencionalmente considerados, diez nuevos Estados, esta ¨²ltima ampliaci¨®n supone, m¨¢s que cualquier otra cosa, la recuperaci¨®n de aquel calidosc¨®pico juego de colores cuya p¨¦rdida lamentara Stefan Zweig. O al menos su posibilidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.