Una Rosa polic¨ªa
Rosa Negre estudi¨® pedagog¨ªa. Es mossa d'esquadra. Ha vigilado prisiones, ha sido portavoz policial en Girona y se ha especializado en inmigraci¨®n. Es lo que llaman una "interlocutora con la comunidad". Los "interlocutores" no patrullan, aunque conocen perfectamente las calles. Pretenden anticiparse a los problemas de violencia que afectan a los colectivos vulnerables: mujeres, j¨®venes, ancianos, inmigrantes... No act¨²an en el sentido policial m¨¢s t¨®pico. Escuchan, hablan. M¨¢s que polic¨ªas, son "asistentes democr¨¢ticos" puesto que, una vez descubiertos los problemas y los n¨²cleos de riesgo, intentan desarrollar terapias de prevenci¨®n: informando de sus derechos a las posibles v¨ªctimas, gui¨¢ndolas acerca de nuestra legalidad, ayud¨¢ndolas a defenderse de los abusos del entorno y de la presi¨®n de las redes de la delincuencia, intentando liberarlas de cualquier forma de violencia. Nada que ver con la polic¨ªa a la antigua. Estos "interlocutores con la comunidad" son puentes de plata entre los problemas sociales y el Estado democr¨¢tico.
Los inmigrantes aprender¨¢n a transformar sus atavismos, pero es imprescindible que su mirada cr¨ªtica hacia lo nuestro sea tenida en cuenta
Por experiencia y vocaci¨®n, Rosa conoce la realidad de las mujeres inmigrantes y, en concreto, el tristemente c¨¦lebre problema de la ablaci¨®n o mutilaci¨®n genital femenina (una tradici¨®n de origen remoto, anterior al islamismo, practicada en 40 pa¨ªses orientales y africanos). La ablaci¨®n es uno de esos temas fetiche que sintetizan el choque entre la visi¨®n de la vida acarreada por los nuevos inmigrantes y los valores de nuestra sociedad. Rosa ha intervenido preventivamente en familias con ni?as en riesgo de ser mutiladas. En algunos casos ha sido necesaria la intervenci¨®n judicial. En uno de ellos, por las pruebas que Rosa aport¨®, el juez prohibi¨® la salida de unas ni?as cuya familia ten¨ªa ya comprados los billetes de avi¨®n. Rosa est¨¢ llena de dudas con respecto a esta acci¨®n. Por una parte, contribuy¨® a salvar a las ni?as de una horrible afrenta, pero por otra frustr¨® las primeras vacaciones de una familia de inmigrantes: un viaje al pa¨ªs de origen largamente acariciado despu¨¦s de a?os de extra?eza, soledad y penurias. El sue?o de Rosa es que sea la propia comunidad la que decida abandonar estas pr¨¢cticas (muchas de las mujeres que han llegado adultas empiezan a sentirse mal al reconocerse mutiladas).
Rosa no proyecta sobre los inmigrantes el complejo de superioridad del que exige la inmediata adaptaci¨®n de los inmigrantes a los esquemas de Occidente. Aunque tampoco adopta el punto de vista contrario, t¨ªpico de algunos colectivos que idealizan de manera beata las costumbres de nuestros nuevos vecinos. Rosa describe a los inmigrantes como personas sujetas a derechos y deberes. Personas que han llegado cargadas con un mundo propio, que es necesario conocer. Para conocerlos (o mejor: reconocerlos), Rosa, financiada por el cuerpo de los Mossos, realiz¨®, junto con un compa?ero, una estancia en Gambia, lugar del que proceden muchos de los nuevos gerundenses. Su experiencia est¨¢ sintetizada en un trabajo en formato Power Point que usa en sus charlas de asesoramiento a sus compa?eros de cuerpo. Las fotos del viaje le permiten contar como viven los mandingas, fulas o sarahules. Chozas lentamente sustituidas por precarias construcciones de cemento, mujeres trabajando en los campos, hombres que pasan el d¨ªa reunidos en una caba?a, garrafas ante el pozo, r¨ªos sin puente. Son fotos que hablan de pobreza y de fraternidad tribal, de una expectativa de vida de no m¨¢s de 50 a?os, de una ritual primac¨ªa masculina. En estas sociedades rurales los intereses de la comunidad priman hasta tal punto sobre el inter¨¦s individual que es la comunidad la que env¨ªa a Europa a un escogido, el cual mandar¨¢ dinero para los pozos, las casas o las instalaciones sanitarias.
Sostiene Rosa que fue recibida en todas partes con alegr¨ªa. "Todos me ofrec¨ªan comida o bebida: ?puedes entender c¨®mo se sienten al llegar aqu¨ª? Ellos te acogen con los brazos abiertos y aqu¨ª les recibimos con el ce?o fruncido". Sostiene Rosa que a los inmigrantes acostumbramos a verlos s¨®lo como fuerza de trabajo o como sujetos de obligaciones culturales que han conocido de repente. "A ellos todo lo nuestro les sorprende: el individualismo, la soledad, la indiferencia que se da en nuestras calles, la inexistencia de v¨ªnculos comunitarios. All¨ª existe poligamia, es verdad, pero cada mujer vive con sus hijos en una vivienda distinta. Aqu¨ª la poligamia encubierta puede desembocar f¨¢cilmente en situaciones de violencia dom¨¦stica, puesto que todas las mujeres tienen que vivir bajo el mismo techo". Rosa es optimista: "Sin agua corriente, sin luz, en caba?as, all¨ª la diferencia con respecto a nosotros es total. Aqu¨ª guisan en la cocina, lavan en el fregadero, adoptan nuestros horarios, los hombres trabajan. No est¨¢n tan lejos". Sostiene Rosa que aprender¨¢n a transformar sus atavismos (la ablaci¨®n, la poligamia), pero es imprescindible que su mirada cr¨ªtica hacia lo nuestro sea tenida en cuenta. "S¨®lo reciben cr¨ªticas. Nos dirigimos a ellos con demasiada frecuencia s¨®lo para afearles todo lo que, a nuestro parecer, no hacen bien. Hay que otorgarles tambi¨¦n el derecho a la cr¨ªtica a la sociedad de acogida". Aprovechando generalmente los cursos de alfabetizaci¨®n, Rosa, vestida de polic¨ªa, entra en contacto con grupos de inmigrantes. A trav¨¦s de ella, el Estado democr¨¢tico se relaciona con ellos no inquisitorialmente, sino para ofrecerles informaci¨®n, colaboraci¨®n y protecci¨®n, para hablarles de los derechos de la mujer, para familiarizarles con nuestros valores, para descubrir posibles conflictos entre las diversas comunidades de inmigrantes, para escucharles... No tengo espacio para contar todo lo que he aprendido con Rosa. Hijo de un tiempo en el que los polic¨ªas produc¨ªan alergia, nunca hubiera imaginado un punto de vista tan sutil en boca de una de ellos.
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