Eclipse
A TENOR del exagerado pudor con que vel¨® su imagen, apenas si podemos conjeturar cu¨¢l fue su aspecto f¨ªsico. Hay una foto suya, mil veces reproducida, en la que aparece sentada, todav¨ªa joven, vestida con recatada sobriedad, sin otro aderezo que una gargantilla de lazo y el pelo oscuro recogido por detr¨¢s y partido frontalmente por una algo descuidada raya al medio. El rostro es un ¨®valo perfecto, sostenido por un cuello alargado, con una frente despejada que enmarca dos cejas finas y bien dibujadas, una nariz corta con un remate achatado, quiz¨¢ algo bulboso, sensuales labios abultados y barbilla firme. Entre sus delicadas y hermosas manos, pende descuidadamente un diminuto ramillete floral. En cierta manera, es un retrato femenino caracter¨ªstico de un t¨ªpico ¨¢lbum familiar decimon¨®nico, en el que el ¨²nico detalle que podr¨ªa llamar nuestra atenci¨®n son los ojos, no tanto por parecer bellos y penetrantes, sino porque, encarando el objetivo de manera directa, revelan el estado de ausencia de una so?adora impenitente. Estoy describiendo, en fin, el daguerrotipo de la poeta estadounidense Emily Dickinson, nacida el 10 de diciembre de 1830 en la localidad de Amherst, Massachusetts, y muerta all¨ª mismo el 15 de mayo de 1886, a la edad de 55 a?os.
Por los escasos testimonios directos complementarios, sabemos que esta mujer, que permaneci¨® en virginal celibato de por vida, era de muy reducida estatura y casi escu¨¢lida, de temperamento nervioso e impaciente, extrema sensibilidad, gran timidez, voluntad de hierro, pero cuyo r¨ªgido autocontrol se debat¨ªa frente a una ansiedad ps¨ªquica al borde del colapso. Nacida en una respetada familia puritana, la formaci¨®n intelectual que recibi¨® Dickinson fue convencional, si bien ella la fue ensanchando, a su manera, mediante una pasi¨®n voraz por la lectura. Que se sepa no empez¨® a escribir poes¨ªa hasta los 32 a?os, pero, en los 23 a?os siguientes, lleg¨® a componer m¨¢s de 2.000 poemas, que, junto al millar de cartas que envi¨®, forman un legado literario impresionante. Tan s¨®lo public¨® un poema en vida y dedic¨® su sarcasmo m¨¢s feroz a la fama, con lo que muri¨® en el completo anonimato.
Es bastante parad¨®jico, en todo caso, el contraste entre el voluntario recogimiento, casi maniaco, de esta escritora y su estrepitosa proyecci¨®n p¨²blica p¨®stuma, que hoy se manifiesta, no s¨®lo mediante la constante reedici¨®n universal de su obra literaria, sino convirtiendo su vida secreta en tema de novelas de todo tipo. ?Ojal¨¢ esta masiva difusi¨®n indiscriminada no trivialice un tan ¨²nico caudal de intensidad de una fr¨¢gil mujer, que entreg¨® su existencia al don de las palabras preciosas, esas que nos emplazan en el abismo de la honda belleza! Oteando ese abismo, en contraste con el rutinario familiar, Dickinson, en una carta, seg¨²n la reciente versi¨®n libre de Nuria Amat, Amor infiel (Losada), escribi¨®: "En mi casa todos son religiosos menos yo, y los domingos dirigen sus ruegos a una especie de eclipse al que llaman Padre".
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