Nuevo Gobierno y empresas del siglo XXI
Mientras observamos los primeros pasos de la legislatura, conviene no perder de vista asuntos como la deslocalizaci¨®n de grandes multinacionales con sede en Espa?a, que causaron en su d¨ªa una considerable preocupaci¨®n social. Hasta la fecha, la mayor parte de los an¨¢lisis se han centrado en el impacto que el fen¨®meno tiene sobre el empleo en nuestro pa¨ªs, un enfoque que, sin duda, estar¨¢ permanentemente presente. Pero conviene que recordemos tambi¨¦n que en el otro extremo del problema -en pa¨ªses como Marruecos, Tailandia, Bulgaria, China u Honduras, donde las multinacionales han desplazado sus centros de producci¨®n- los derechos laborales m¨¢s elementales se degradan de manera sistem¨¢tica.
Para millones de trabajadores, la mayor¨ªa mujeres, las consecuencias del traslado de la producci¨®n de las multinacionales a pa¨ªses empobrecidos son, entre otras, salarios ¨ªnfimos, horas extra obligatorias e impagadas, prohibici¨®n de sindicatos, amenazas de despido por querer ir al ba?o durante el trabajo, condiciones laborales insalubres y ausencia total de cobertura por maternidad o enfermedad. As¨ª lo demuestran tres informes presentados en los ¨²ltimos meses por Interm¨®n Oxfam -uno de ellos con UGT, CC OO y Setem- y que denuncian que la causa directa del infierno situado al final de las largas cadenas de producci¨®n es el modelo universal de negocio basado en el "m¨¢s flexible, m¨¢s r¨¢pido y m¨¢s barato" de las firmas de moda, los grandes almacenes, las marcas de ropa deportiva o los supermercados.
Existe una relaci¨®n directa entre la reducci¨®n del 30% de los plazos de entrega en las f¨¢bricas textiles de todo el mundo en los ¨²ltimos tres a?os y las 150 horas extra mensuales de las obreras de la confecci¨®n en la provincia china de Guandong, o entre el pantal¨®n que un taller de T¨¢nger vende a las grandes empresas espa?olas de la moda por dos euros en lugar de a 3,3, como hace tres a?os, y las jornadas de hasta 16 horas diarias de las trabajadoras marroqu¨ªes del sector. Centenares de casos parecidos ejemplifican un fen¨®meno que, de tan extendido, se ha convertido en global y que consiste en trasladar la presi¨®n originada en la c¨²spide de las cadenas productivas al eslab¨®n m¨¢s vulnerable: la mujer trabajadora. Algo est¨¢ fallando si, en lugar de aprovechar su potencial para proporcionar empleos decentes y formales, la globalizaci¨®n y el comercio internacional no dejan otra opci¨®n a millones de personas que aceptar unos puestos de trabajo que las condenan a permanecer en la pobreza.
Evidentemente, la responsabilidad no es s¨®lo de las empresas. Los Gobiernos de los pa¨ªses empobrecidos, por ejemplo, alentados por el FMI o el Banco Mundial, proporcionan ventajas tan suculentas a la inversi¨®n extranjera, que la riqueza que genera la actividad no sirve para fomentar el desarrollo y acabar con las desigualdades; m¨¢s bien todo lo contrario. Llegar¨¢ tambi¨¦n el d¨ªa en que los ciudadanos de a pie nos tengamos que plantear el modelo de consumo imperante y los costes humanos que se esconden tras la renovaci¨®n cada tres semanas de los escaparates de las grandes marcas de ropa. Incluso algunos deportistas, si quieren mantener una buena imagen, deber¨¢n empezar a reclamar juego limpio a sus patrocinadores. Pero que las grandes corporaciones no sean las ¨²nicas causantes del problema no significa que no sean parte esencial de la soluci¨®n.
Una cosa es que las empresas pretendan reducir al m¨¢ximo sus gastos y aprovechen las ventajas de trasladar parte de su producci¨®n a los pa¨ªses en desarrollo, pero otra bien distinta es que limiten su actividad a obtener beneficios y abusen de su posici¨®n dominante para imponer entregas cada vez m¨¢s r¨¢pidas y baratas. Las compa?¨ªas tienen que velar por el impacto de su actividad. Las firmas de moda, los grandes almacenes o las marcas de ropa deportiva deben comprometerse con el respeto de los derechos laborales en toda la cadena de producci¨®n. No basta con aplicar c¨®digos de conducta si luego las presiones sobre los proveedores en los plazos de entrega los convierten en papel mojado. La ¨¦tica no es cuesti¨®n de imagen y la responsabilidad social corporativa (RSC) tiene que formar parte de las pr¨¢cticas de compra de las empresas para dejar de ser un mero ejercicio de relaciones p¨²blicas.
En este sentido, el Gobierno tambi¨¦n puede aportar mucho. Un pa¨ªs como Espa?a no puede hacer sonar las alarmas cuando las multinacionales extranjeras se van y, al mismo tiempo, cerrar los ojos cuando nuestras empresas abusan de las ventajas que encuentran en los pa¨ªses pobres. Es necesario que el nuevo Ejecutivo emprenda medidas concretas que potencien la promoci¨®n y la implantaci¨®n de la RSC en el tejido empresarial espa?ol, que se implique en la verificaci¨®n de los c¨®digos de conducta, que adopte medidas activas de promoci¨®n de la transparencia informativa de las compa?¨ªas y que renuncie de manera expresa a presionar a pa¨ªses en desarrollo para que flexibilicen su regulaci¨®n laboral. Hasta el momento, ning¨²n Gobierno espa?ol ha asumido la responsabilidad de apoyar este cambio, imprescindible para cualquier empresa con aspiraciones de incorporarse al siglo XXI.
Hay cada vez m¨¢s consumidores que piden a las empresas que act¨²en de manera socialmente responsable y que se preocupen por el impacto de su actividad en el medio ambiente. La b¨²squeda del beneficio es loable y necesaria, pero ha de ir acompa?ada por el compromiso absoluto de respetar los derechos fundamentales en los pa¨ªses donde radica su actividad. El reto de las empresas espa?olas de internacionalizarse, apuesta tambi¨¦n planteada por el nuevo Gobierno, pasa ineludiblemente por ese compromiso con la responsabilidad social corporativa.
Ignasi Carreras es director general de Interm¨®n Oxfam.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.