El suicidio de la democracia
Puede que la democracia mundial est¨¦ inmersa en una grave crisis, pero es muy posible que esta crisis sea necesaria para dejar bien claro que aceptar una democracia imperialista -como animal de compa?¨ªa, si ustedes quieren- es una paradoja, cuando no una aberraci¨®n del pensamiento. Por suerte o por desgracia, la antorcha de la libertad de los EE UU parece haberse apagado, si es que no se trat¨® de un fuego un poco fatuo desde el principio, y ha dejado a media humanidad con la nostalgia de las pel¨ªculas de indios y vaqueros. ?Es ¨¦ste un comentario antiamericano? No lo s¨¦, en mi defensa puedo decir que me gustan los cl¨¢sicos westerns, aunque en estos momentos, todo hay que decirlo, parece que toca la hora de las pel¨ªculas europeas.
El escritor John Le Carr¨¦ hace un llamamiento a la guerrilla intelectual, y es de suponer que eso a lo que ¨¦l se refiere se lleva a cabo mediante informaci¨®n y cultura. Teniendo en cuenta que aqu¨ª los que leen se pueden contar con los dedos, y que la televisi¨®n es el principal medio de comunicaci¨®n y difusor de la cultura -no se me mueran de la risa-, ?ser¨ªa antidemocr¨¢tico obligar a las cadenas a pasar de la audiencia, e intentar educar un poquit¨ªn m¨¢s al pueblo que (sic) gobierna? No me negar¨¢n que la preguntita se las trae, pero lo peor que le puede pasar a una democracia es ser una democracia ignorante, que adem¨¢s se justifica en el argumento de que al pueblo hay que darle lo que quiere.
A la cultura, como le podr¨ªa suceder a John Wayne, le han quitado el caballo m¨¢s r¨¢pido: la tele. Y todo por mayor¨ªa. Si tomamos como premisa que la cultura del pueblo es la mejor aliada de la democracia, podr¨ªamos llegar a la conclusi¨®n de que la democracia se est¨¢ suicidando. De seguir as¨ª, la democracia pasar¨¢ de ser "el sistema menos malo" a convertirse en un churro, y, dentro de poco, al gobernante se le llamar¨¢ "l¨ªder de audiencia".
No es de extra?ar que el concepto de "democracia" est¨¦ en crisis, porque la propia democracia no dota de cultura al ciudadano, y la posibilidad de estar siendo gobernado por una mayor¨ªa de ignorantes resulta inquietante. Que me perdone el que se d¨¦ por aludido, o, peor a¨²n, el que considere esto un comentario antidemocr¨¢tico: yo, que tal vez adolezco de una ingenuidad parecida a la de John Le Carr¨¦, soy de la opini¨®n de que la informaci¨®n y la cultura salvan vidas, y esto las convierte en art¨ªculos de primera necesidad, o, mejor dicho, en una obligaci¨®n moral del Estado democr¨¢tico para con el pueblo.
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