El pr¨ªncipe del canto vuelve a Las Palmas

Juan Diego Fl¨®rez se acerc¨® a Arturo desde la exquisitez, apoy¨¢ndose en la belleza de su color vocal, deleit¨¢ndose en la hermosura de su incomparable fraseo (si sigue as¨ª puede convertirse en el tenor mozartiano de referencia del siglo XXI), haciendo simple y llanamente belcanto pero aderezado de una melancol¨ªa infinita. ?Para qu¨¦ m¨¢s? De la prueba ha salido airoso, airos¨ªsimo m¨¢s bien, y a¨²n mejorar¨¢ en sucesivas representaciones, conforme interiorice y haga m¨¢s suyo a¨²n el personaje.

Tiene adem¨¢s el tenor peruano la virtud de contagiar a los que trabajan a su lado. Mariola Cantarero debutaba tambi¨¦n el personaje de Elvira. Lo resolvi¨® con entrega, con coraz¨®n, con valent¨ªa a la hora de irse por los territorios del agudo, con contenci¨®n y buen gusto en los filados. Quiz¨¢ le falte un poco de unidad estil¨ªstica y le sobre una miajita de agresividad, pero ella es un terremoto y supo meterse en el bolsillo al respetable obteniendo un ¨¦xito incuestionable. Le perjudic¨®, no obstante, la falta de intencionalidad de la direcci¨®n de escena, pero eso no es culpa suya. Simon Orfila, Juan Jes¨²s Rodr¨ªguez o Marina Rodr¨ªguez Cus¨ª consiguieron redondear un reparto estimable.

La escena era convencional. De escoceses. Todo muy visto, muy antiguo, pero muy eficaz, sin pretensiones, al servicio de la ilustraci¨®n de la historia, positivo en lo conceptual. M¨¢s deficiente fue la direcci¨®n teatral de actores, est¨¢tica, pr¨¢cticamente inexistente. El director Riccardo Frizza impuso un br¨ªo muy estimable a la orquesta, teniendo recursos m¨¢s que sobrados para que la tensi¨®n instrumental no decayese en ning¨²n momento.