La invenci¨®n del 'yihadismo'
A consecuencia del 11-M, el fantasma del yihadismo recorre Europa tras haber sembrado la paranoia en los Estados Unidos. Como se sabe, los objetivos buscados por los atentados terroristas son tres: romper la agenda p¨²blica para imponer otra m¨¢s favorable a los intereses pol¨ªticos de los terroristas, deslegitimar el orden vigente destruyendo la confianza de la ciudadan¨ªa en las instituciones y dividir a la ¨¦lite del poder establecido socavando sus bases de apoyo social. Pues bien, parece evidente que los yihadistas han cubierto con ¨¦xito los tres blancos a la vez. Han sembrado la divisi¨®n all¨ª donde m¨¢s interesa al radicalismo pan¨¢rabe, que no es entre Europa y los Estados Unidos o entre la vieja y la joven Europa, sino sobre todo entre el colonialismo occidental y las oligarqu¨ªas exportadoras que detentan el poder en los pa¨ªses ¨¢rabes, erosionando el apoyo de las poblaciones musulmanas a los corruptos reg¨ªmenes que las dominan. Pues, como sosten¨ªa hace poco Joseph Nye en estas p¨¢ginas, la yihad que buscan emprender no es una guerra mundial contra Occidente, sino una guerra civil contra las oligarqu¨ªas ¨¢rabes. Y si los atentados se realizan en suelo occidental es para multiplicar con creces su impacto medi¨¢tico, dado el distinto valor que atribuimos a nuestras vidas en comparaci¨®n con las suyas. Por eso, los atentados tambi¨¦n han creado por todo Occidente una conciencia de vulnerabilidad que se resuelve en la demanda de anteponer la b¨²squeda de seguridad p¨²blica en detrimento de las libertades civiles y las garant¨ªas jur¨ªdicas. Pero quiz¨¢ el mayor ¨¦xito del radicalismo pan¨¢rabe haya sido romper la agenda p¨²blica de las democracias occidentales para imponer otra agenda global que eleva la guerra contra el yihadismo al primer rango de las prioridades pol¨ªticas. Ahora bien, esto mismo es lo que buscan los terroristas: convertir a los occidentales en nuevos cruzados contra el islamismo a fin de justificar su propia lucha anticolonialista con el manto sagrado de la yihad.
En efecto, Occidente ha ca¨ªdo en la trampa tendida por los terroristas de entender al pie de la letra el yihadismo como una causa religiosa en vez de pol¨ªtica. Y esta falaz confusi¨®n es achacable no s¨®lo a Huntington (inventor del choque de civilizaciones) y al tr¨ªo de las Azores, sino a todos cuantos se empe?an en hacer del islam la causa ¨²ltima del terrorismo, censurando el Cor¨¢n o el serm¨®n de los viernes como si se tratase del Libro Rojo de Mao. Pero este error de juicio es el que m¨¢s conviene a los intereses pol¨ªticos del radicalismo pan¨¢rabe, que si ha elegido utilizar la ret¨®rica de la violencia religiosa como arma pol¨ªtica es porque le parece m¨¢s eficaz, tras los pasados fracasos que tuvo cuando justificaba su lucha anticolonial con ideolog¨ªas occidentales, ya fueran socialistas, revolucionarias o nacionalistas. En los a?os sesenta, la ret¨®rica del socialismo y el nacionalismo pan¨¢rabes s¨®lo permit¨ªan movilizar a ciertas clases medias profesionales, como los periodistas y los militares, pero no alcanzaban a las clases urbanas desempleadas, sin escolarizar y ¨¢grafas por lo general.
Tratando de ampliar su base de movilizaci¨®n, los empresarios pol¨ªticos del radicalismo pan¨¢rabe decidieron recurrir a la religi¨®n como m¨¢s eficaz instrumento de lucha pol¨ªtica, por ser el ¨²nico capaz de ser entendido por las masas iletradas a fin de movilizarlas. Pero, a pesar de su ret¨®rica, para los yihadistas la religi¨®n no es un fin, sino un medio al servicio de objetivos pol¨ªticos, consistentes en hacer no la guerra santa contra el infiel, sino el equivalente de lo que ser¨ªa una revoluci¨®n burguesa contra las oligarqu¨ªas exportadoras que sirven al colonialismo occidental. De ah¨ª la invenci¨®n del yihadismo como explotaci¨®n pol¨ªtica de la tradici¨®n religiosa con fines revolucionarios. Y digo invenci¨®n en el mismo sentido en que se habla de invenci¨®n del nacionalismo, cuando la burgues¨ªa europea decimon¨®nica, en lucha contra las oligarqu¨ªas imperiales del Ancien R¨¦gime, cre¨® una nueva ret¨®rica de movilizaci¨®n pol¨ªtica transfiriendo hacia la naci¨®n moderna la sacralidad de la religi¨®n tradicional en v¨ªas de secularizaci¨®n. Pero ahora, cuando el socialismo y el nacionalismo ya se han desacralizado como formas secularizadas de religi¨®n pol¨ªtica, es la nueva ret¨®rica religiosa modernizada al modo fundamentalista o integrista la que act¨²a como mejor instrumento de movilizaci¨®n pol¨ªtica.
?Por qu¨¦ es tan eficaz la religi¨®n como ret¨®rica revolucionaria? En su cr¨ªtica de la teor¨ªa de la revoluci¨®n de Theda Skocpol (que la explicaba por fracturas en la estructura de clases causadas por derrotas b¨¦licas), Michael Taylor demostr¨® que el triunfo de una revoluci¨®n s¨®lo es posible si existen redes comunitarias fuertemente cohesionadas por un cemento moral capaz de fusionarlas. Es lo que sucedi¨® con el campesinado protagonista de las revoluciones rusa y china, igual que ocurrir¨ªa despu¨¦s en la revoluci¨®n indochina contra el colonialismo franc¨¦s y estadounidense. As¨ª, la derrota de Estados Unidos en Vietnam fue debida a que se enfrentaba a unas redes campesinas que eran pr¨¢cticamente invencibles, pues todos sus miembros estaban dispuestos a sacrificarse por su comunidad. Y en este sentido, la fuerza del Vietcong resid¨ªa no en su capital militar, hecho de t¨¢cticas guerrilleras de ataque por sorpresa, sino en su capital social, entendido al modo de Putnam como redes de reciprocidad y confianza generalizada. Pues bien, eso mismo es lo que sucede con el islamismo actual: un eficaz cemento moral que, sobre la base de los lazos de fidelidad entre los miembros de la Umma o comunidad de los creyentes, permite crear espesas redes sociales de confianza (trust) y reciprocidad. Y los mejores ejemplos son no s¨®lo las redes de financiaci¨®n del yihadismo basadas en la hawala (transferencia de fondos en met¨¢lico que no dejan rastro bancario), sino el propio ¨¦xito iraqu¨ª en la resistencia contra los estadounidenses, que, como en el caso del Vietcong, se funda no en sus t¨¢cticas de guerrilla, sino en los invencibles v¨ªnculos de solidaridad hasta la muerte que cohesionan a las comunidades sun¨ª y chi¨ª.
Adem¨¢s de su mayor eficacia pol¨ªtica como cemento cohesivo de resistencia y movilizaci¨®n, la ventaja del factor religioso tambi¨¦n reside en su capacidad de justificar los atentados present¨¢ndolos como sacrificios divinos. Los terroristas matan o se suicidan con menos escr¨²pulos si se sienten oficiantes de un culto lit¨²rgico en vez de saberse actores de un proyecto racional. Los espectadores de los atentados tambi¨¦n se sienten m¨¢s horrorizados si se cometen por motivos religiosos en vez de pol¨ªticos, pues as¨ª resultan m¨¢s fatales y tr¨¢gicos. Y dada la afinidad del ritual religioso con la escenograf¨ªa teatral, los atentados cometidos con dramaturgia religiosa producen un impacto medi¨¢tico mucho m¨¢s espectacular, que es lo que buscan los terroristas para romper las agendas pol¨ªticas de sus adversarios. Pero que los yihadistas hagan teatro religioso no significa que tengamos que hacerles el juego aceptando su misma definici¨®n de la realidad.
Convertir la lucha pol¨ªtica contra el terrorismo en una guerra de religiones es la forma m¨¢s segura de perderla, tal como demuestra el desastroso resultado de la guerra preventiva emprendida por el tr¨ªo de las Azores. De ah¨ª que la censura preventiva contra las mezquitas pueda ser un error, adem¨¢s de atentar contra el derecho a la libertad de expresi¨®n. Por el contrario, es hora de advertir que la causa del terror yihadista no es teol¨®gica ni cultural, sino pol¨ªtica, pues se origina en la espuria alianza entre el colonialismo occidental y los reg¨ªmenes olig¨¢rquicos que bloquean el desarrollo de los pa¨ªses ¨¢rabes. De modo que para luchar contra el yihadismo, en lugar de apoyar a los reg¨ªmenes ¨¢rabes moderados, seg¨²n proponen incluso progresistas como Nye, deber¨ªamos por el contrario cuestionarlos exigi¨¦ndoles que lleven a t¨¦rmino su a¨²n pendiente revoluci¨®n burguesa, civilizando a sus oprimidas poblaciones y desarrollando las ingentes posibilidades de sus sociedades civiles. Pues la necesaria democratizaci¨®n de los pa¨ªses isl¨¢micos no puede ser otorgada desde arriba por sus corruptas oligarqu¨ªas exportadoras (y todav¨ªa menos bajo el patrocinio del complejo militar-industrial estadounidense), sino que s¨®lo puede ser liderada desde abajo por las clases medias urbanas e ilustradas que articulan su sociedad civil, mayoritariamente islamistas como reacci¨®n de protesta contra el injusto colonialismo que las sigue oprimiendo todav¨ªa hoy.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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