Una boda acorazada
Aunque su nombre no lo indica, una boda real est¨¢ fuera de la realidad, por eso hay que crearle de la nada un espacio propio y rodearla de unas figuras de ficci¨®n, lo m¨¢s parecidas a las aves del para¨ªso y a los pavos reales, esas especies protegidas que despliegan sus plumas de colores en esta clase de eventos. Se ha casado el heredero de la Corona, Felipe de Borb¨®n, con la periodista Letizia Ortiz y tanto la ceremonia cat¨®lica como el paseo en Rolls por las calles de Madrid han discurrido sobre un espacio bien olfateado por un batall¨®n de perros polic¨ªas, en este caso mucho m¨¢s efectivo que el de los antiguos alabarderos. D¨ªas antes de la boda estos perros amaestrados hab¨ªan pasado su hocico como una aspiradora por s¨®tanos, galer¨ªas y portales de trayecto nupcial sin ahorrarse las naves de la catedral de la Almudena y su cripta del sagrario para detectar en el subsuelo cualquier microbio amante de la dinamita. Hasta el fondo de los c¨¢lices y copones de oro llega hoy la paranoia.
Tambi¨¦n en las alcantarillas de la ciudad se hab¨ªa censado hasta la ¨²ltima rata y ayer durante todo el festejo desde las azoteas asomaban los mil ojos de plomo de los rifles telesc¨®picos y esa armadura era muy visible bajo un cielo sellado y lluvioso por donde volaba un avi¨®n AWACS de la OTAN, capaz de detectar cualquier gesto sospechoso, por ejemplo, si un ciudadano se sacaba una pelotilla de la nariz mientras pasaban los novios. ?sta ha sido una boda acorazada. Pasar por el esc¨¢ner ya es una forma de vida. La alta seguridad se ha convertido en una categor¨ªa filos¨®fica de nuestra cultura y esta boda real ha puesto en evidencia que los tiradores de primera y el olfato de los perros han sido tan valorados o m¨¢s que los propios contrayentes.
La lluvia ha respetado a los invitados de menos peso durante el pase¨ªllo sobre la alfombra roja hasta la catedral. Primero entraron en medio de un barullo de pamelas y chaqu¨¦s oscuros las aves de menor categor¨ªa social, pol¨ªticos, artistas, literatos, periodistas, financieros, deportistas, toreros y gente de cacer¨ªa, mientras las nubes se iban cargando y parec¨ªan despreciar su valor. Por la forma pastue?a y autosatisfecha de caminar no merec¨ªan nada m¨¢s que alg¨²n grito efusivo del p¨²blico que a¨²n no hab¨ªa abierto el paraguas, pero a medida que llegaban reyes destronados, pr¨ªncipes herederos, monarcas reinantes, emires con turbantes y otros arist¨®cratas cojitrancos y enmedallados su paso se hac¨ªa m¨¢s solemne como pidiendo que el don de la lluvia cayera sobre ellos. La bella Rania de Jordania sin pamela, el elegant¨ªsimo Mandela de negro, apoyado en el bast¨®n y el pr¨ªncipe de Gales con chaqu¨¦ gris como corresponde vestirse para una ceremonia por la ma?ana fueron casi los ¨²nicos elementos exportables, si se a?ade a los abuelos de Letizia que exhib¨ªan una elegancia natural, de dentro a afuera, porque se creen lo que son y nada m¨¢s. De modo que en cuanto sali¨® de palacio sobre la alfombra roja el Pr¨ªncipe del brazo de la Reina, seguidos del Rey en compa?¨ªa de su hermana, comenz¨® a llover a c¨¢ntaros y en el cancel de la catedral se cre¨® una confusa melaza de agua, uniformes y gasas y all¨ª ya eran lo mismo las pamelas y las mitras de los obispos y cardenales.
El agua de mayo ca¨ªa como una bendici¨®n natural mucho m¨¢s fecunda que la que le iba a proporcionar Rouco Varela a Letizia dentro de la catedral. La novia lleg¨® en Rolls bajo el placer de un furioso aguacero que la coronaba y el espl¨¦ndido gallo del Pr¨ªncipe la esperaba inquieto al pie del altar donde a rengl¨®n seguido ambos cayeron en poder de la Iglesia y ninguno de los invitados cometi¨® la torpeza de mirar hacia arriba donde est¨¢n los infames vitrales, sino al rostro bell¨ªsimo de la novia. Durante la ceremonia nupcial Menchu ?lvarez ley¨® de forma admirable la ep¨ªstola de san Pablo y el cardenal Rouco qued¨® a una distancia infinita de esta abuela asturiana de Letizia al soltar una pl¨¢tica m¨¢s antigua que la lana, llena de lugares comunes acerca del amor como factor de la procreaci¨®n.
Pero bien mirado los pr¨ªncipes han venido a este mundo a fecundar porque el destino de una monarqu¨ªa lo gobierna el azar seminal y de ¨¦l depende hoy la pol¨ªtica. Antiguamente las bodas reales se urd¨ªan para anexionar reinos, para realizar pactos de familia, para formalizar la paz despu¨¦s de una guerra o por otras razones diplom¨¢ticas, siempre de conveniencia. La boda del pr¨ªncipe heredero de la Corona, Felipe de Borb¨®n, con Letizia Ortiz, m¨¢s all¨¢ del amor que se expresaban con una mirada h¨²meda, vencida, tal vez se ha celebrado para incorporar la parte republicana de Espa?a a la Casa de Borb¨®n.
A la salida de la catedral los novios han pasado bajo los sables de los militares compa?eros de promoci¨®n del pr¨ªncipe, aunque eran m¨¢s aut¨¦nticas las espadas de lluvia que en ese momento ca¨ªan sobre la pareja enamorada. Durante el paseo en Rolls por las calles de Madrid hasta la iglesia de Atocha un p¨²blico paciente y alborozado los vitoreaba desde las aceras, pero cada dos metros hab¨ªa un polic¨ªa cara a la gente vigil¨¢ndola, no fuera que tanta felicidad liberara alguna bomba. En esta boda real ha habido dos protagonistas: la lluvia libre y el f¨¦rreo control de seguridad, lo que significa fecunda paz en medio de un terror ya irreparable.
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