La tortura en el mercado
Fue en agosto del 73 cuando yo era muy joven y pasaba una temporada en casa de Sergio Pitol en Varsovia y llevaba tres d¨ªas completos divirti¨¦ndome con gente muy disipada, entre la que destacaba un atolondrado profesor polaco que era hijo natural de Lenin. Recuerdo que andaba todav¨ªa ri¨¦ndome de la ¨²ltima calaverada de Lenin j¨²nior cuando se me ocurri¨® preguntarle a Pitol si fuera de Varsovia hab¨ªa algo que mereciera la pena visitar en Polonia. "Auschwitz", me contest¨® taladr¨¢ndome con la mirada. "?Crees que debo ir?", pregunt¨¦ extra?ado. "Debes verlo, hay algo ah¨ª que has de saber", sentenci¨®.
Fui a Auschwitz y descubr¨ª de qu¨¦ hablaban los que hablaban de una herida profunda, tal vez irreversible, en la dignidad humana. Todav¨ªa recuerdo la fuerte impresi¨®n que me causaron los calabozos subterr¨¢neos, por no hablar de los grandes montones de pelo humano o de gafas arrebatadas a los prisioneros, material destinado a f¨¢bricas textiles alemanas que las compraban y las hac¨ªan servir para la confecci¨®n de tejidos industriales, cuando no era utilizada esa mercader¨ªa por los propios oficiales nazis que empleaban las cenizas humanas de los crematorios como arena para cubrir los caminos del pueblo de las SS, situado al lado del campo de concentraci¨®n.
A eso se le puede llamar material sensible humano para ser pisoteado. Fue sin duda el primer ensayo inhumano de llevar a sus extremos m¨¢s simb¨®licos y tambi¨¦n m¨¢s aberrantes a la sociedad de consumo que estaba por venir. Como explicara Primo Levi en Los hundidos y los salvados, se hizo en Auschwitz un uso denigrante del cuerpo humano tratado como objeto sin due?o, del cual se pod¨ªa disponer de la forma m¨¢s arbitraria, in¨²til y est¨²pida. "La gama de los experimentos iba desde el estudio de nuevas medicinas en prisioneros indefensos hasta torturas insensatas y cient¨ªficamente in¨²tiles, como establecer a qu¨¦ altura la sangre humana comenzaba a hervir, un dato que pod¨ªa obtenerse en cualquier laboratorio, con gastos m¨ªnimos y sin v¨ªctimas".
Aparte de la extrema agresi¨®n a la dignidad humana, las torturas de Irak y Guant¨¢namo, como las torturas todas, son tan insensatas, in¨²tiles y est¨²pidas como aquellos gratuitos pero mercantiles experimentos nazis. Viendo las fotograf¨ªas de la c¨¢rcel de Abu Ghraib, no he podido evitar pensar en las relaciones actuales entre la tortura y el mercado internacional, y entre ese mercado y los deliciosos caminos de arena de ciertas casitas tejanas que huelen a carne asada en los d¨ªas en que reciben sus m¨¢s encantadoras visitas. ?No habr¨¢ por ah¨ª ning¨²n pueblo que se llame Auschwitz-Tejas?
Ahora sabemos que las sesiones de potro de las Inquisiciones o las cadenas de los galeotes forzados a galeras por el rey de Espa?a, aquellas cadenas que viera con inolvidable extra?eza el Quijote, no eran m¨¢s que ingenuas versiones de las atrocidades actuales, atrocidades tan in¨²tiles como est¨²pidas, porque hay un equ¨ªvoco ancestral con los tormentos corporales. "En cuanto torturas al prisionero, ?c¨®mo puedes fiarte de lo que dice? Porque la gente dir¨¢ lo que sea con tal de que cese la tortura", escrib¨ªa, el otro d¨ªa, el sensato periodista James Glanz en The New York Times. Es decir, la tortura no funciona. Y si tiene sentido, lo tiene en la propia y monstruosa satisfacci¨®n de los torturadores. Para eso, entre otras cosas, se hacen las guerras, para que no les falte nada a los asesinos a la hora de consumir. Las fotos de Abu Ghraib, por ejemplo, est¨¢n dando la vuelta al mundo por todas aquellas webs pornogr¨¢ficas donde la muerte tiene un precio. No hay que darles un c¨¦ntimo m¨¢s.
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