Pasi¨®n de Espa?a
NING?N PRESIDENTE de Gobierno elegido en las urnas ha disfrutado, en lo que llevamos de democracia, de una salida airosa; mejor a¨²n, los tres la han tenido francamente mala: Su¨¢rez dimitido, Gonz¨¢lez derrotado, Aznar abucheado. No sorprende, pues, que los tres hayan dejado La Moncloa con un profundo sentimiento de frustraci¨®n: los tres cre¨ªan haber acumulado suficientes m¨¦ritos para dejar su puesto, si no entre ovaciones, al menos con general aplauso. El abandono se produce adem¨¢s cuando apenas hab¨ªan rebasado los 50 a?os de edad y estaban lejos de ofrecer las se?ales de fatiga que hacen mella quince o veinte a?os despu¨¦s. Con tanto tiempo por delante, con tanta experiencia y tan grande frustraci¨®n acumulada, tampoco es sorprendente que los tres hayan intentado reivindicar su figura y su obra, y¨¦ndose pero a la vez qued¨¢ndose.
Es, claro est¨¢, la peor forma de irse, para ellos y para sus partidos. Sobre todo, en los casos de Gonz¨¢lez y Aznar, porque dejan atr¨¢s, hechuras suyas en buena medida, dos grandes formaciones pol¨ªticas a las que s¨®lo puede causar perjuicio pretender tutelar, si no conducir, desde la distancia. Lo comprob¨® el PSOE, que no pudo cerrar su crisis de sucesi¨®n m¨¢s que cuando, a pesar de la gran tribulaci¨®n, hizo mudanza. Lo comprobar¨¢ tambi¨¦n el PP si sigue sin ofrecer una coherente y atractiva pol¨ªtica, y otro equipo dirigente, bloqueado como parece por la sombra alargada de su, hasta ayer, indiscutible l¨ªder.
Sombra que, a pesar de la distancia, no ha dejado de gravitar sobre su partido desde que, con la cara desencajada, recogi¨® Aznar el amargo fruto de su pol¨ªtica exterior. Ciertamente, Aznar ha entendido mejor que Su¨¢rez y Gonz¨¢lez la naturaleza presidencialista del sistema pol¨ªtico espa?ol y, despu¨¦s de abandonar el cargo, no ha incurrido en el error de presentarse de nuevo como candidato al Congreso. Pero no ha podido evitar la tentaci¨®n de seguir presente en el debate pol¨ªtico con sus llamadas y sus visitas a Estados Unidos, a su presidente, a miembros de su Gobierno, precisamente en el momento en que esas muestras de solidaridad pod¨ªan acarrear efectos m¨¢s devastadores para las perspectivas, ya de por s¨ª pobres, de los candidatos de su partido a las elecciones europeas.
M¨¢s peligrosa ser¨¢ su intenci¨®n, expresada en un libro reciente, de obligar a su partido a seguir el camino trazado por ¨¦l y del que, seg¨²n dice, de ning¨²n modo Espa?a puede desviarse. Si algo se deduce del balance de su Gobierno es el arraigo en Aznar de un pensamiento que se pretende liberal pero que hunde sus ra¨ªces en tierras sembradas por Falange Espa?ola y cultivadas en los c¨ªrculos de la autodenominada generaci¨®n de 1948, miembros mayormente del Opus Dei, que ten¨ªan no ya al Congreso de Viena, evocado por Aznar, sino a la paz de Westfalia como origen de todos nuestros males. En el debate sobre este asunto entre la gente de Espa?a como problema y la de Espa?a sin problema lat¨ªa una id¨¦ntica convicci¨®n sobre la grandeza de Espa?a, su ra¨ªz castellana, su expulsi¨®n de la comunidad de naciones por una confabulaci¨®n franco-brit¨¢nica, su inexistencia como naci¨®n durante 200 o 300 a?os, la urgente necesidad de librarse de su complejo de inferioridad, su destino entre las cinco o seis grandes naciones llamadas a mandar en el mundo; todo eso, en fin, que formaba parte del equipaje mental de un espa?ol alimentado en la literatura de la "reivindicaci¨®n de Espa?a" y que Aznar repite, punto por punto, en este balance de sus a?os de Gobierno.
Bien, cada gobernante se fabrica de la historia de su pa¨ªs la idea que mejor cuadra a su pol¨ªtica. Aznar, que se presenta como un apasionado por Espa?a, quer¨ªa para ella un papel en el mundo, sacarla del rinc¨®n de la historia, acabar con 200 a?os de dominio franc¨¦s. El problema es que no encontr¨® otro camino que una coalici¨®n desigual con Estados Unidos y una "alianza estrat¨¦gica" con Polonia: lo primero, para asegurar a Espa?a el papel de gran potencia atl¨¢ntica; lo segundo, para construir un eje que permitera montar con los peque?os Estados europeos una alternativa al dominio franco-alem¨¢n. Gran potencia atl¨¢ntica; gran potencia europea: por vez primera tenemos todas las piezas para recomponer el origen de este desprop¨®sito cuya herencia sus sucesores har¨¢n bien en sacudirse lo antes posible. Y es que en pol¨ªtica, como en la vida misma, la pasi¨®n ciega; s¨®lo que en la vida puede llevar al ¨¦xtasis mientras en pol¨ªtica no conduce sino al desastre. Aunque se trate de una pasi¨®n tan elevada como la pasi¨®n de Espa?a.
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