Abu Ghraib, Gaza
Albert Camus lo explic¨® de manera inmejorable: no son los fines los que justifican los medios, sino los medios los que justifican los fines. Derribar una tiran¨ªa sanguinaria como la de Sadam Husein y ayudar a Irak a convertirse en una democracia moderna es un noble objetivo; pero si, para conseguirlo, las fuerzas militares de Estados Unidos violan los derechos humanos y perpetran en las c¨¢rceles de la antigua satrap¨ªa torturas tan crueles y abyectas como las que practicaba la Mukhabarat o polic¨ªa pol¨ªtica del viejo r¨¦gimen, aquel objetivo se desnaturaliza y muda en un mero pretexto. La defensa de la poblaci¨®n israel¨ª contra las organizaciones terroristas palestinas que llevan a cabo atentados ciegos contra la sociedad civil es una finalidad perfectamente leg¨ªtima, pero cuando un Gobierno, como el de Ariel Sharon, se cree autorizado a cumplir ese cometido atacando con misiles a¨¦reos a poblaciones inermes, asesinando ni?os, mujeres y ancianos, realizando asesinatos preventivos y dinamitando las viviendas de conocidos, familiares o vecinos de reales o supuestos terroristas, ese Gobierno se ha vuelto terrorista y perdido todo derecho a reclamar una superioridad moral sobre los fan¨¢ticos empe?ados en acabar a sangre y fuego con el Estado de Israel.
Los horrores que el mundo ha visto en estas ¨²ltimas semanas en las pantallas de televisi¨®n y los diarios, con im¨¢genes procedentes de las mazmorras de Abu Ghraib, la c¨¢rcel de las afueras de Bagdad que Sadam Husein convirti¨® en el s¨ªmbolo de la ignominia por los tormentos infligidos en ella a sus v¨ªctimas, y de las calles y descampados del campo de refugiados de Rafah, en Gaza, tomados por las tropas de choque israel¨ªes, han provocado una reacci¨®n indignada en la opini¨®n p¨²blica internacional. No es exagerado decir que ellas han hecho m¨¢s da?o a Estados Unidos e Israel que todas las bombas y los ataques suicidas de los extremistas isl¨¢micos de los ¨²ltimos meses. ?Qu¨¦ credibilidad pueden tener, cotejadas con las fotograf¨ªas de esos prisioneros desnudados, obligados a masturbarse y a sodomizarse, sometidos a descargas el¨¦ctricas o a los colmillos de perros bravos ante la regocijada imbecilidad de sus guardianes, las afirmaciones del presidente Bush o del secretario de Defensa, Rumsfeld, de que Estados Unidos se halla en Irak para traer la libertad y la legalidad al pueblo iraqu¨ª? ?Y qui¨¦n podr¨ªa prestar seriedad alguna a los alegatos de Sharon, ante los cad¨¢veres de los ni?os palestinos aniquilados por la metralla en las calles atestadas de hambre y de miseria de Gaza, que su pol¨ªtica no tiene otro fin que defender a Israel? Los torturadores de Abu Ghraib y los comandos exterminadores de Sharon sueltos en Gaza han prestado un servicio inconmensurable a quienes vienen sosteniendo hace tiempo que no hay diferencias entre Bush y Sadam Husein y entre Ariel Sharon y los dirigentes de Ham¨¢s y la Yihad Isl¨¢mica.
Sin embargo, pese a todo el justificado desprecio que nos pueden merecer las torturas en Abu Ghraib y los cr¨ªmenes israel¨ªes contra la poblaci¨®n civil de Rafah, conviene hacer un esfuerzo, evitar las peligrosas amalgamas, y, aun en medio del ruido y la furia, discriminar con un m¨ªnimo de racionalidad.
Una sociedad democr¨¢tica puede tener en su Gobierno a una mediocridad sin atenuantes, como Bush, o a un carnicero como Sharon, pero hay en ella unos mecanismos de control, revisi¨®n y rectificaci¨®n de los yerros que justifican la esperanza, es decir, la posibilidad de un cambio radical de pol¨ªtica. En Estados Unidos y en Israel estos mecanismos existen y, en estos d¨ªas de esc¨¢ndalo los hemos visto en acci¨®n.
Nadie ha tenido hasta ahora, me parece, la ocasi¨®n de ver la cara del joven soldado Joseph Darby, que, el 13 de enero, en un acto de gran coraje y de decencia moral, present¨® espont¨¢neamente una denuncia sobre lo que ocurr¨ªa en Abu Ghraib a la Divisi¨®n de Investigaciones Criminales, acompa?ando su denuncia con un CD repleto de fotograf¨ªas, parte de las cuales se abrieron camino hasta la televisi¨®n y los diarios de Estados Unidos. El Pent¨¢gono y el propio Rumsfeld no pudieron silenciar esta denuncia, origen de la tormenta que ha remecido de pies a cabeza a la Administraci¨®n Bush. Aunque hasta ahora s¨®lo hay siete soldados y polic¨ªas incriminados -rid¨ªculos chivos expiatorios de lo que a todas luces eran unas pr¨¢cticas generalizadas de extorsi¨®n y ablandamiento de prisioneros para arrancarles informaci¨®n-, ya han rodado muchas cabezas de generales, entre ellas la del propio general S¨¢nchez, jefe de las fuerzas de la coalici¨®n en Irak, y es muy probable, casi seguro, que las torturas de Abu Ghraib le signifiquen a Bush la derrota en las elecciones de noviembre. Varios cientos de prisioneros injustamente detenidos en Irak han sido liberados y la ominosa c¨¢rcel de Abu Ghraib ser¨¢ pronto demolida. Esto puede ser insuficiente para reparar el da?o, pero nada de ello hubiera podido ocurrir en el r¨¦gimen de Sadam Husein o en cualquier otra dictadura.
La cr¨ªtica m¨¢s feroz a las atrocidades contra civiles palestinos en Gaza no ha salido de la boca o la pluma de los adversarios de Israel, sino de Tomy Lapid, l¨ªder de un partido laico israel¨ª de corte centrista y ministro de Justicia del propio Gobierno de Ariel Sharon. Hay que saludar la valent¨ªa y la limpieza ¨¦tica de este israel¨ª, tan admirables como las del soldado Joseph Darby, a quienes los intolerantes y fan¨¢ticos de sus respectivos pa¨ªses acusan de traidores a la patria. En verdad, nadie encarna mejor que ellos lo que puede haber de limpio y de digno en esa peligrosa palabra, refugio de canallas, como record¨® Samuel Johnson, patriotismo. El ministro Lapid, nieto de una mujer asesinada por los nazis en Auschwitz, no tuvo empacho en decir, desde su esca?o en el Parlamento de Israel, que las im¨¢genes de las mujeres palestinas escarbando los escombros de sus casas derribadas por los tanques de Israel le "recordaron a su abuela". Y pidi¨® que terminaran las demoliciones de viviendas en el campo de refugiados de Gaza porque esas acciones de represalias "no eran humanas, no eran jud¨ªas". Aunque hayan llovido injurias y diatribas sobre Tomy Lapid, ¨¦ste se halla todav¨ªa en el Parlamento y en el Gobierno y al frente de su partido. No s¨®lo ¨¦l representa, en su pa¨ªs, la alternativa de la sensatez y la decencia a la pol¨ªtica demencial de Sharon. Hace apenas dos semanas una gigantesca multitud que se calcula entre cien mil y ciento cincuenta mil personas se manifes-t¨® en el centro de Tel Aviv, apoyando la salida de Israel de Gaza y pidiendo que el Gobierno de Israel entable negociaciones con la Autoridad Palestina. En los medios escritos y audiovisuales del pa¨ªs las cr¨ªticas a los excesos y desafueros de Sharon son frecuentes. Como lo es el n¨²mero de oficiales y soldados del Ej¨¦rcito israel¨ª que p¨²blicamente se han negado a servir en acciones represivas o de exterminio de poblaciones civiles. Desgraciadamente, no hay ejemplos equivalentes del lado palestino.
No s¨®lo por razones ¨¦ticas hay coincidencia entre lo sucedido en Abu Ghraib y Gaza. La verdad es que la crisis de Irak y el problema palestino-israel¨ª est¨¢n visceralmente entreverados. El apoyo acr¨ªtico y total que el presidente Bush ha dado al plan de Sharon, durante la ¨²ltima visita de ¨¦ste a Washington, no ha contribuido en nada a facilitar una soluci¨®n negociada al problema neur¨¢lgico del Medio Oriente y s¨®lo ha hecho m¨¢s dif¨ªcil y largo el fin de las hostilidades en Irak. En este pa¨ªs y en todos los pa¨ªses ¨¢rabes hay enormes sectores sociales ansiosos por salir del oscurantismo desp¨®tico en el que todav¨ªa viven. Pero, mientras Estados Unidos sea percibido -y nadie ha hecho tanto como Bush para que ello sea cierto- como un aliado y c¨®mplice sistem¨¢tico de la pol¨ªtica del Gobierno de Ariel Sharon, de imponer al pueblo palestino mediante acciones represivas salvajes, apropiaciones de territorios, asesinatos preventivos, hostigamiento militar y asfixia econ¨®mica, una paz que se parece a la de los cementerios, cualquier acci¨®n o iniciativa procedente de Washington -incluso la muy positiva de derribar a un tirano que era un homicida patol¨®gico o la de impulsar una democratizaci¨®n- resulta sospechosa y es recibida con desconfianza y hostilidad. Eso ha convertido lo que parec¨ªa un paseo triunfal de las fuerzas de la coalici¨®n en Irak en la trampa mortal de la que ahora no saben c¨®mo librarse.
Mucho me gustar¨ªa que se viera en Israel -y no es imposible que ello ocurra, pues, lo repito, a pesar de la pol¨ªtica de Sharon ese pa¨ªs es todav¨ªa una democracia- el documental Death in Gaza que pas¨® el jueves 27 por la noche la televisi¨®n brit¨¢nica. Fue dirigido por el camar¨®grafo James Millar, que muri¨® por disparos del Ej¨¦rcito israel¨ª mientras estaba film¨¢ndolo, en el mes de mayo pasado. Describe, con una helada objetividad, la vida que llevan los ni?os y las ni?as en el campo de refugiados de Rafah, entre los escombros, la mugre, el miedo y las incursiones de los tanques y soldados de Israel, que dejan siempre una secuela de sangre y muerte. La diversi¨®n de estas criaturas es salir a tirar piedras a los enemigos y, el resto del tiempo, distraer el hambre con sue?os de odio, venganza, martirio, o esperar una muerte parecida a la que cercen¨® la vida de sus hermanos, padres, amigos. Entre los testimonios hay el de una adolescente, que ha perdido ocho miembros de su familia, y que mira a la c¨¢mara con una desaz¨®n y un vac¨ªo profundo, como si ya estuviera muerta. Mientras lo ve¨ªa, de pronto sent¨ª que las l¨¢grimas me mojaban la cara. Parece mentira que la hermosa gesta de los sionistas que, despu¨¦s de sufrir tanto en Europa, llegaron a Palestina a convertir el desierto en un vergel y a construir una sociedad fraterna, libre y generosa, haya terminado en esta verg¨¹enza.
? Mario Vargas Llosa, 2004. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2004.
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