Europa, capital Bagdad
?Es ajena la guerra de Irak a la discusi¨®n sobre el futuro de Europa? ?Es, por tanto, segregable del debate central espa?ol en las inminentes elecciones, como pretenden algunos? Sucede exactamente lo contrario. Hoy, la pol¨ªtica europea tiene como capital lo que sucede en Bagdad.
Por varias razones.
Primera, porque el caos all¨ª creado merced a la alianza de los ocupantes, y desde all¨ª difundido, constituye el m¨¢s grave problema internacional, y nada de lo que sucede en el mundo puede dejar indiferente a la Uni¨®n Europea (UE).
Segunda, porque las incipientes pol¨ªticas exterior y de seguridad com¨²n y de defensa europeas tienen en Irak su asignatura pendiente, y estas pol¨ªticas, junto con la de Justicia e Interior, destacan entre las apuestas capitales que los Veinticinco han escrito en la Constituci¨®n en ciernes.
Tercera, porque la mayor quiebra registrada de la unidad europea desde la guerra de Bosnia -luego recompuesta en Kosovo- se produjo al socaire de la invasi¨®n de Irak, como c¨ªnicamente ven¨ªa a reconocer hace poco m¨¢s de un a?o Condolezza Rice ("la gente deber¨ªa preguntarse qui¨¦n amenaz¨® la unidad europea: no fue EE UU"), quiz¨¢ para cubrir a su colega Donald Rumsfeld, quien acababa de azuzar inquinas de la "nueva Europa" contra la "vieja", en sendas frases que ayudan a recordar c¨®mo ese conflicto es crucial para la agenda europea.
Cuarta, porque los efectos de la invasi¨®n de Irak no son s¨®lo globales y muy superiores incluso a lo que toda gente solvente previ¨® (el in¨¦dito caldo de cultivo del terrorismo en aquel pa¨ªs; la agudizaci¨®n del conflicto israelo/palestino; la desestabilizaci¨®n general del mundo ¨¢rabe; el creciente descr¨¦dito de Occidente a cargo de las torturas estadounidenses...). Sino que tambi¨¦n afectan directamente a lo m¨¢s tangible de la vida cotidiana de los ciudadanos europeos, por ejemplo, al deteriorarse la calidad de nuestras democracias o al pespuntearse un endurecimiento del entorno econ¨®mico, por la v¨ªa del encarecimiento del petr¨®leo, de posibles consecuencias inflacionistas.
As¨ª, resulta imprescindible recapitular sobre lo sucedido para no tropezar en la misma piedra de la desuni¨®n. Especialmente desde Espa?a, pa¨ªs que bajo el aznarato estuvo en este ¨¢mbito de la pol¨ªtica exterior a la vanguardia no de la construcci¨®n, sino de la destrucci¨®n europea. Porque la afiliaci¨®n europea entra?a al menos, como en todo club, cumplir los deberes de su reglamento interno. Y el Tratado de la Uni¨®n obliga, como es obvio, a todos los Estados miembros a ser leales con los acuerdos alcanzados en las instituciones comunes, entre ellas el Consejo: "Los Estados miembros adoptar¨¢n todas las medidas generales o particulares apropiadas para asegurar el cumplimiento de las obligaciones derivadas del presente Tratado o resultantes de los actos de las instituciones de la Comunidad" (art 5. TUE). M¨¢s singularmente, en materia de pol¨ªtica exterior: "Se abstendr¨¢n de toda acci¨®n contraria a los intereses de la Uni¨®n o que pueda perjudicar su eficacia como fuerza de cohesi¨®n en las relaciones internacionales" (art. 11.2 Tratado de Niza) y "velar¨¢n por la conformidad de sus pol¨ªticas nacionales con las posiciones comunes" (art. 15). Adem¨¢s, los art¨ªculos 16 y 19 les imponen deberes adicionales espec¨ªficos, como el de informarse y consultarse para procurar una "acci¨®n (exterior) concertada y convergente". Pero dictan a¨²n m¨¢s obligaciones a aquellos Gobiernos de los Veinticinco que tambi¨¦n son miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (como era, y es, el caso de Espa?a), quienes "se concertar¨¢n entre s¨ª y tendr¨¢n cabalmente informados a los dem¨¢s Estados miembros". Todo ello viene a¨²n mejor ordenado y desarrollado en el proyecto de Constituci¨®n (art¨ªculos I-15 y I-39).
Espa?a traicion¨® el m¨¢s elemental de este abanico de deberes, el de cumplir los pactos concretos ya alcanzados.
La primera violaci¨®n fue la de un acuerdo ministerial. El 27 de enero de 2003, el Consejo de Asuntos Generales de la Uni¨®n alcanz¨® una posici¨®n com¨²n por la que mostraba su apoyo a "proseguir e intensificar" las actividades de los inspectores encabezados por Hans Blix y Al Baradei y "reiteraba" el papel clave del Consejo de Seguridad en el asunto. Tan s¨®lo tres d¨ªas despu¨¦s, el 30 de enero, se publicaba la Carta de los Ocho, encabezada por Tony Blair y Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, a hurtadillas de los dem¨¢s, que conculcaba lo acordado por sus ministros de Exteriores. Los firmantes preconizaban no la uni¨®n de los 15, sino de ¨¦stos con Washington, y cortocircuitaban a los inspectores, argumentando todo ello sobre la (falsa) conjunci¨®n en Irak entre las armas de destrucci¨®n masiva y la amenaza terrorista.
La segunda y m¨¢s grave violaci¨®n fue la de un acuerdo de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno. Los quince l¨ªderes lograron el 17 de febrero en el seno del Consejo Europeo recomponer la fractura provocada por la citada Carta al comprometerse a que "NN UU sigan en el centro del orden internacional", optando porque la guerra "no es inevitable" y por cumplir la resoluci¨®n 1.441 "de forma pac¨ªfica", con "nuestro pleno apoyo al trabajo que est¨¢n realizando los inspectores", a quienes "debe d¨¢rseles el tiempo y los recursos" necesarios. Pues bien, tan s¨®lo una semana despu¨¦s, el 24 de febrero, Blair y Aznar se declaraban coautores con Washington de la "segunda" resoluci¨®n presentada al Consejo de Seguridad, el ultim¨¢tum que despejaba la invasi¨®n, deslig¨¢ndose del apoyo a la v¨ªa pac¨ªfica y a los inspectores que acababan de acordar con sus socios. Abandonaron Bruselas y acudieron enseguida a las Azores.
Estas actuaciones consumaron la renuncia del Gobierno de Aznar al hilo conductor de las pol¨ªticas exterior y europea de Espa?a desde la transici¨®n, a la continuidad b¨¢sica -cada Gobierno con sus leg¨ªtimos matices- entre las etapas de UCD y el PSOE. Fue as¨ª el anterior presidente quien quebr¨® el consenso espa?ol de la democracia, y toda recuperaci¨®n de ese consenso debe inevitablemente pasar por la rectificaci¨®n pr¨¢ctica y, si se quiere, gradual y digerible (tampoco son exigibles tr¨¢galas ni autoinmolaciones, algo poco simp¨¢tico y menos viable) de los actuales dirigentes del Partido Popular. Peor a¨²n. Su contribuci¨®n pol¨ªtica a la fractura europea fue superior a la de Blair, porque no era lo mismo una postura de la nueva Europa rumsfeldiana, de escasa credibilidad y leve masa cr¨ªtica, encabezada s¨®lo por un Reino Unido tradicionalmente situado en la periferia del europe¨ªsmo, que por un pa¨ªs de acreditada tradici¨®n comunitarista como el nuestro.
De modo que tras el regreso de las tropas, el Gobierno de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero tiene ante s¨ª la posibilidad de recuperar el tradicional esquema de la pol¨ªtica exterior espa?ola, el anclaje en la pol¨ªtica europea, especialmente en el ¨¢mbito de la Pol¨ªtica Exterior y de Seguridad Com¨²n. Para ello le basta al inicio con seguir literalmente el gui¨®n textual del Tratado. As¨ª, en la actual discusi¨®n de una nueva resoluci¨®n del Consejo de Seguridad
sobre Irak, le corresponde procurar una "acci¨®n convergente", intentar concertarse con los otros miembros de ese Consejo e informar "cabalmente" al resto de socios de la Uni¨®n: l¨®gicamente, tambi¨¦n en el seno de las instituciones comunitarias. Y ello, no por escudarse en la masa de socios para evitar individualizarse como Pepito Grillo frente a Washington, sorteando de esa guisa los molestos y ag¨®nicos coletazos del actual equipo imperial, sino simplemente por coherencia europe¨ªsta. O incluso por una raz¨®n m¨¢s elemental, para honrar la obligaci¨®n de cumplir la ley, el Tratado.
Es decir, le corresponde al Gobierno de Zapatero actuar en este asunto de la manera exactamente contraria -en tiempos de confusi¨®n hay que aclarar las cosas sin eufemismos- a la de su antecesor. La iniciada recomposici¨®n de complicidades con los pa¨ªses motores de la Uni¨®n, como Alemania y Francia, es el camino evidente. Y debe completarse mediante el estrechamiento de los lazos con las instituciones comunitarias, singularmente con la Comisi¨®n: no en vano la experiencia de los casi dos decenios de nuestra integraci¨®n en el club europeo indica que todo inter¨¦s espa?ol que ha logrado respaldo del tri¨¢ngulo Par¨ªs, Bonn/Berl¨ªn y Bruselas, ha salido adelante. Y eso es mucho m¨¢s decisivo que los umbrales que se establezcan finalmente en el Consejo (con ser importantes) para fraguar minor¨ªas de bloqueo. As¨ª se logr¨® duplicar los recursos financieros para la pol¨ªtica de cohesi¨®n, reequilibrar hacia el Mediterr¨¢neo la pol¨ªtica agr¨ªcola, elevar a comunitarios los principales intereses geoestrat¨¦gicos de Espa?a en el mundo, mediante las pol¨ªticas euromediterr¨¢nea y latinoamericana, que urge revitalizar, adaptar y actualizar, lo que constituye inter¨¦s prioritario de este pa¨ªs... en vez de perder el tiempo en pelearse con el vecino Marruecos por una "est¨²pida islita" (Colin Powell dixit) o en utilizar las cumbres iberoamericanas como plataformas de una particular y desvencijada grandeur ret¨®rica.
Pero tampoco bastar¨¢ con desandar los errores. La UE de hoy es m¨¢s amplia y m¨¢s diversa. Habr¨¢ que a?adir a los ejes tradicionales de la pol¨ªtica exterior una estrategia clara con los nuevos pa¨ªses, procurando contribuir como gozne a su mejor encaje en la Europa europe¨ªsta. Es cierto que se parte de un h¨¢ndicap: la pr¨¢ctica inexistencia de una estrategia exterior hacia los que ayer eran candidatos, como lo demuestra el escaso impulso del ¨²ltimo Gobierno al comercio exterior o a las inversiones directas en esos pa¨ªses, a diferencia de lo practicado -con ¨¦xito- en lugares como China. Ahora, habr¨¢ que trazar un dise?o sobre el trato con estos, actuales, socios. Y probablemente Polonia, que constituye por s¨ª sola la mitad de la ampliaci¨®n, y es un pa¨ªs bastante semejante al nuestro en los a?os cincuenta, deba concitar inter¨¦s preferente. Pero no con la intenci¨®n de estimular sus tentaciones al ensimismamiento nacionalista o su excesiva sensibilidad hacia Washington, como se hizo en la secuencia de Irak. Sino para lograr que Polonia se convierta en la Espa?a del B¨¢ltico, esto es, un ¨¦xito pol¨ªtico, econ¨®mico y federalizante de la integraci¨®n; en vez de retroceder, como se ha pretendido, de forma que Espa?a se convirtiese en una suerte de (vieja) Polonia del Mediterr¨¢neo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.