Regreso a Lisboa
Figo vuelve al estadio de Alvalade, casi nueve a?os despu¨¦s de haberse marchado del Sporting, para disputar un partido crucial y rodeado de unos compa?eros que le admiran pero de los que prefiere no ser un l¨ªder
Alcochete
Dicen que en febrero, el seleccionador de Portugal, Luiz Felipe Scolari, llev¨® a Portugal a la psic¨®loga con la que colabora desde 1998 para que se entrevistase con todos los jugadores. La doctora Regina Brandao, que as¨ª se llama, capt¨® 150 caracter¨ªsticas psicol¨®gicas e hizo perfiles de 22 de los 23 jugadores convocados. "Los m¨¢s nuevos fueron los m¨¢s receptivos", reconoci¨®. S¨®lo de uno se qued¨® sin hacer un examen: de Figo, que se neg¨® a ser escrutado.
Recluido en un alcornocal donde pastan los toros y anidan las culebras, en la ribera sur del Tajo, el s¨ªmbolo de Portugal mastica un partido que le guste o no marcar¨¢ su carrera. Luis Figo prepara el duelo contra Espa?a con m¨¢s indiferencia que emotividad. A los 31 a?os, este retiro le pilla de vuelta, erosionado por 17 a?os de competici¨®n y emociones. Con m¨¢s sentido del deber que pasi¨®n. Esc¨¦ptico. Rodeado de unos compa?eros que le miran con admiraci¨®n y le respetan, pero de los que prefiere no ser un l¨ªder. Para Costinha, Ferreira, Carvalho, Pauleta y todos los dem¨¢s, Figo es el venerable abanderado que parti¨® a tierras extra?as para ganar un prestigio desconocido por otra figura nacional desde Eusebio. Le respetan como a un patriarca curtido y amable. Pero no es su l¨ªder. Y ma?ana, cuando regrese al nuevo estadio de Alvalade, casi nueve a?os despu¨¦s de haberse marchado del Sporting, tal vez tenga el coraz¨®n mucho menos caliente que sus compa?eros. Tal vez se emocione menos que sus adoradores. Y el p¨²blico le gritar¨¢: "?Figo, Figo, Figo....!".
Lisboa es una ciudad partida en dos mitades. La mitad hist¨®rica, donde se levanta la catedral y los barrios viejos, y Almada, la mitad insurgente, industrial, formada por el aluvi¨®n de inmigrantes. All¨ª naci¨® Figo y all¨ª vivi¨®, en casa de sus padres, hasta que se fue al Barcelona en 1996 para convertirse en un mito ausente.
En la cosmogon¨ªa lisboeta, Figo hered¨® al Marqu¨¦s de Pombal. Un reconstructor implacable y poderoso que se repite en cada esquina por obra del aparato publicitario. Cuando Jorge Sampaio, el presidente portugu¨¦s, habl¨® de los futbolistas como de "h¨¦roes del patriotismo moderno", ninguno encaj¨® mejor en la idea que quer¨ªa transmitir que Luis Figo, el hombre que encabeza la selecci¨®n como marca, como sello distintivo de una industria, de un negocio que promueve inversiones de todo tipo: construcci¨®n de infraestructuras, carreteras, estadios, servicios, turismo, comercio.
Figo siempre se vio a s¨ª mismo m¨¢s como un aventurero que como un futbolista en el sentido tradicional. "Los portugueses hemos sido grandes navegantes", dijo una vez, con cierta ingenuidad. Era cierto. ?l era el primer exportador portugu¨¦s desde Vasco da Gama. Como dice el himno nacional: "H¨¦roes de mar, noble pueblo, naci¨®n valiente...". Detr¨¢s de cada grito de "?Figo!", detr¨¢s de los homenajes que le dedican los aficionados, hay un reconocimiento patri¨®tico. El f¨²tbol, aunque importante, en Figo ya no es lo ¨²nico que importa. Tal vez, incluso ya importe poco.
"Figo podr¨ªa jugar en la selecci¨®n hasta que tenga cuarenta a?os", dijo Costinha. Respetuoso, el futuro capit¨¢n, habl¨® del s¨ªmbolo con esp¨ªritu de pol¨ªtico: "Es como Mauro Silva, se puede mantener perfectamente".
Figo podr¨ªa. Pero la guerra se le har¨ªa muy larga. El partido de ma?ana bien podr¨ªa ser el de su retirada. Cuando el seleccionador, Scolari, dej¨® en el banquillo a Couto y Rui Costa, contra Rusia, la gente reunida en el estadio de La Luz mir¨® a Figo como al ¨²ltimo superviviente de una saga. El ¨²ltimo de la especie que gan¨® el Mundial Juvenil de 1991, en Lisboa, y que hoy se encuentra esquinado, amenazado por otras caras y otros nombres. Figo resiste en una alineaci¨®n cada vez m¨¢s plagada de jugadores como Costinha o el propio Deco, un brasile?o al que se ha opuesto por considerar que desvirt¨²a la identidad nacional que debe imperar en cada selecci¨®n.
Figo se ha enfrentado a jugadores y equipos que nunca lleg¨® a conocer. Pudo entrar al campo, encarar a un hombre an¨®nimo, desbordarlo, encarar a otro hombre an¨®nimo, centrar; y volver a empezar con la pelota por espada. Desde que consigui¨® el subcampeonato de Europa Sub-18, con 14 a?os, ha ejercido su oficio de forma obsesiva y un tanto violenta. Como si en el f¨²tbol no existiesen dilemas intelectuales. S¨®lo territoriales. Se gana o se pierde, se tiene o no se tiene, se conquista o no se conquista. En eso no es como su amigo Rui Costa, un amante del juego y sus entresijos, un analista de su realidad. Cuando deje el f¨²tbol procurar¨¢ alejarse de ¨¦l como quien se aleja de un ejercicio fatigoso, o como quien termina una guerra. Figo encuentra que el juego s¨®lo tiene sentido como excusa para medir su naturaleza interior. Es una demanda pasional, f¨ªsica. Y, como todas las pasiones, se apaga.
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