Historia del bien
LOS HOMENAJES consagrados a Ronald Reagan desde la fecha de su muerte se han convertido en algo diferente de una simple despedida: han proporcionado la ocasi¨®n para escribir, o mejor reescribir, la reciente historia de las relaciones internacionales. La idea de que fue ¨¦l quien propici¨® la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y el posterior hundimiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica se ha presentado en estos d¨ªas como simple descripci¨®n de la realidad, como mera enunciaci¨®n de un dato. De esta manera, se ha colocado a quienes fueron cr¨ªticos con su gesti¨®n en la irresoluble tesitura de aceptar la hagiograf¨ªa con la que se le ha rendido el ¨²ltimo tributo, o bien aparecer como quien se resiste a aceptar las evidencias m¨¢s palmarias del pasado.
La importancia de cuanto hoy se dice acerca de Ronald Reagan no radica en el hecho de que constata lo que todo el mundo sabe, esto es, que se encontraba al frente de Estados Unidos cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica se vino abajo; radica en que, precisamente al constatar lo que todo el mundo sabe, al enfatizar con inusitada energ¨ªa un dato sobre el que no cabe controversia, se est¨¢ buscando una impl¨ªcita convalidaci¨®n para los principios en los que apoy¨® su pol¨ªtica. Puesto que Reagan se alz¨® con la victoria, parece ser el mensaje, a Reagan le asist¨ªa la raz¨®n, y, por tanto, el mundo que le sucedi¨® no deber¨ªa hacer otra cosa que conced¨¦rsela.
Desde luego, la configuraci¨®n de la realidad internacional resultar¨ªa incomprensible si no se tomasen en consideraci¨®n los efectos provocados por la derrota de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, uno de los m¨¢s colosales y dram¨¢ticos experimentos de ingenier¨ªa social jam¨¢s conocidos. Pero resultar¨ªa igualmente incomprensible si no se advirtiese que las pol¨ªticas de Reagan tuvieron consecuencias sobre la realidad internacional posterior a la guerra fr¨ªa, y que esas consecuencias deben ser enjuiciadas en s¨ª mismas y no en permanente referencia a la victoria cosechada por su principal inspirador en un conflicto ya zanjado.
Reagan se propuso basar su acci¨®n de Gobierno en la "claridad moral", una idea recuperada por los neoconservadores del actual entorno de Bush en su proyecto para el nuevo siglo americano. Cuando, en virtud de esta idea, la Uni¨®n Sovi¨¦tica fue calificada desde Washington como "Imperio del Mal", parec¨ªa que el principal problema que suscitaba esta interpretaci¨®n maniquea de la realidad, esta visi¨®n de cowboy como se dijo entonces, era que estrechaba el margen de maniobra de Mija¨ªl Gorbachov, cuyos prop¨®sitos y m¨¦todos de gobierno poco ten¨ªan que ver con los de Stalin. Hoy disponemos de la perspectiva necesaria como para advertir que los riesgos internacionales que acabar¨ªa suscitando la "claridad moral" nada ten¨ªan que ver con la consideraci¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica como "Imperio del Mal", sino con la de "Imperio del Bien" para Estados Unidos.
Convencido de que pod¨ªa y deb¨ªa emplear el inmenso poder de su pa¨ªs para alcanzar los mejores fines, Reagan no fue capaz de resistirse a la tentaci¨®n de emplear todos los medios, incluso los m¨¢s execrables y perversos. De este modo, su pol¨ªtica hacia Am¨¦rica Latina reactiv¨® en nombre de la paz viejas guerras civiles, apoyando por razones de oportunidad a contendientes con un pasado no siempre honroso y cuyo comportamiento no hac¨ªa ascos a la brutalidad contra poblaciones civiles. En Oriente Pr¨®ximo, su decidido apoyo a Sadam Husein no impidi¨® que se estableciese bajo su mandato un comercio clandestino de armas con Ir¨¢n a trav¨¦s de Israel, destinando los beneficios de esta operaci¨®n triangular a la financiaci¨®n de la Contra nicarag¨¹ense. En Afganist¨¢n, por su parte, dio cobertura a los grupos islamistas que se opon¨ªan a la ocupaci¨®n sovi¨¦tica, entre los que se encontraba la organizaci¨®n liderada por Osama Bin Laden, en aquel entonces distinguido a¨²n con el t¨ªtulo de freedom-fighter.
Con Ronald Reagan y su idea de la "claridad moral", la potencia mundial que, como se dijo con toda justicia en 1945, luch¨® por la libertad de todos, empez¨® a convertirse en lo que Bush y los neoconservadores han pretendido hacer de ella: la potencia mundial que encarna la libertad de todos. La espiral que ha empezado a desencadenar este reemprendido viaje hacia las esencias est¨¢ profundizando algunos de los riesgos apuntados bajo el mandato de Reagan, y que hoy constituyen la principal amenaza para la paz. Desde esta perspectiva, conviene sin duda recordar qui¨¦n gobernaba Estados Unidos cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica se vino abajo. Pero no a costa de olvidar otro dato: al actuar en nombre del Bien, Ronald Reagan cebaba los siguientes cap¨ªtulos de la historia.
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