La energ¨ªa nuclear es la ¨²nica soluci¨®n ecol¨®gica
No tenemos tiempo para investigar con visionarias fuentes de energ¨ªa; la civilizaci¨®n est¨¢ en peligro inminente. Sir David King, principal cient¨ªfico del Gobierno brit¨¢nico, ten¨ªa raz¨®n cuando dijo que el calentamiento del planeta es una amenaza m¨¢s grave que el terrorismo. Incluso puede haber subestimado el peligro, porque, desde que lo dijo, han surgido nuevos indicios de cambio clim¨¢tico que dan a entender que podr¨ªa ser a¨²n m¨¢s grave y convertirse en el mayor peligro al que se ha enfrentado la civilizaci¨®n hasta ahora. La mayor¨ªa de nosotros somos conscientes de cierto calentamiento: los veranos son m¨¢s c¨¢lidos y la primavera llega antes. Pero en el ?rtico, el calentamiento es m¨¢s del doble del experimentado aqu¨ª, en Europa, y durante el verano, torrentes de agua procedente del deshielo caen ahora de los alt¨ªsimos glaciares de Groenlandia. La completa disoluci¨®n de las monta?as de hielo de Groenlandia llevar¨¢ tiempo, pero para entonces el mar habr¨¢ subido siete metros, lo suficiente como para volver inhabitables todas las ciudades costeras del mundo, como Londres, Venecia, Calcuta, Nueva York y Tokio. Hasta un ascenso de dos metros es suficiente para anegar bajo el agua la mayor parte del sur de Florida. El hielo que flota en el oc¨¦ano ?rtico es incluso m¨¢s vulnerable al calentamiento; en 30 a?os, este hielo blanco reflectante, que ocupa un ¨¢rea del tama?o de Estados Unidos, puede convertirse en un oscuro mar que absorba el calor de la luz veraniega y acelere a¨²n m¨¢s el final del hielo de Groenlandia. El Polo Norte, objetivo de tantos exploradores, no ser¨¢ entonces m¨¢s que un punto en la superficie oc¨¦anica.
No s¨®lo el ?rtico est¨¢ cambiando; los climat¨®logos advierten que un ascenso de la temperatura de cuatro grados es suficiente para eliminar las enormes selvas amaz¨®nicas, una cat¨¢strofe para sus pobladores, para su biodiversidad y para el mundo, que perder¨ªa uno de sus grandes acondicionadores de aire naturales. Los cient¨ªficos que forman el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Clim¨¢tico informaron en 2001 de que la temperatura del planeta subir¨ªa entre dos y seis grados de aqu¨ª a 2100. Su l¨²gubre predicci¨®n se hizo perceptible en el excesivo calor del verano pasado; y, de acuerdo con los meteor¨®logos suizos, la oleada de calor que abarc¨® toda Europa y mat¨® a 20.000 personas fue completamente distinta de cualquier oleada de calor anterior. Las probabilidades de que se tratara de una mera desviaci¨®n de la norma son de una contra 300.000. Era una advertencia de lo peor que a¨²n est¨¢ por venir. Lo que convierte al calentamiento de la Tierra en algo tan grave y urgente es que el gran sistema terrestre, Gaia, est¨¢ atrapado en un c¨ªrculo vicioso de reacci¨®n positiva. El exceso de calor de cualquier fuente, ya sean los gases invernadero, la desaparici¨®n del hielo del ?rtico o de las selvas amaz¨®nicas, se amplifica, y sus efectos son superiores a la mera suma. Es casi como si provoc¨¢ramos un fuego para calentarnos y no nos di¨¦ramos cuenta, al apilar el combustible, de que el fuego se hab¨ªa descontrolado e incendiado los muebles. Cuando esto sucede, queda poco tiempo para apagar el fuego antes de que consuma la casa. Igual que un incendio, el calentamiento del planeta se est¨¢ acelerando y casi no queda tiempo para actuar.
?Qu¨¦ deber¨ªamos hacer? Podemos seguir simplemente disfrutando de un siglo XXI m¨¢s c¨¢lido mientras dure, y hacer que los intentos de maquillaje, como el Tratado de Kioto, oculten la verg¨¹enza pol¨ªtica del calentamiento del planeta, y esto es lo que me temo que ocurrir¨¢ en buena parte del mundo. Cuando, en el siglo XVIII, s¨®lo viv¨ªan en la Tierra 1.000 millones de personas, su impacto era suficientemente reducido como para que no importara la fuente de energ¨ªa que usasen. Pero con 6.000 millones y en aumento, quedan pocas opciones; no podemos seguir sacando la energ¨ªa de los combustibles f¨®siles y no hay posibilidad de que las fuentes renovables, viento, mareas y corrientes de agua, consigan proporcionar energ¨ªa suficiente y a tiempo. Si tuvi¨¦ramos 50 a?os o m¨¢s, podr¨ªamos convertirlas en nuestras fuentes principales. Pero no tenemos 50 a?os; la Tierra est¨¢ ya tan discapacitada por el insidioso veneno de los gases invernadero, que incluso si abandon¨¢ramos todos los combustibles f¨®siles inmediatamente, las consecuencias de lo que ya hemos hecho durar¨ªan 1.000 a?os. Cada a?o que seguimos quemando carbono empeora las perspectivas para nuestros descendientes y para la civilizaci¨®n.
Peor a¨²n, si quem¨¢semos cosechas plantadas ex profeso para obtener combustible, podr¨ªamos acelerar nuestro declive. La agricultura ya usa una parte muy elevada del espacio que necesita la Tierra para regular su clima y su qu¨ªmica. Un coche consume entre 10 y 30 veces m¨¢s carbono que su conductor; imaginemos cu¨¢nto terreno m¨¢s har¨ªa falta para alimentar el apetito de los coches. Desde todos los puntos de vista, debemos usar de manera sensata la peque?a aportaci¨®n que poseemos de las energ¨ªas renovables, pero s¨®lo hay una fuente inmediatamente disponible que no provoque calentamiento planetario, y ¨¦sa es la energ¨ªa nuclear. Cierto que la combusti¨®n de gas natural libera s¨®lo la mitad del di¨®xido de carbono que la del carb¨®n o el petr¨®leo, pero el gas no quemado es un agente invernadero 25 veces m¨¢s potente que el di¨®xido de carbono. Hasta una peque?a fuga neutralizar¨ªa la ventaja del gas.
El panorama es desolador, e incluso si actuamos con eficacia en la mejora, nos quedan todav¨ªa tiempos dif¨ªciles, como en una guerra, que pondr¨¢n a nuestros nietos en situaciones l¨ªmite. Somos fuertes y har¨ªa falta algo m¨¢s que una cat¨¢strofe clim¨¢tica para eliminar todas las parejas humanas con capacidad reproductiva; lo que corre riesgo es la civilizaci¨®n. Como animales individuales no somos tan especiales, y en algunos aspectos constituimos una enfermedad planetaria, pero con la civilizaci¨®n nos redimimos y nos convertimos en un activo precioso para la Tierra; en buena medida, porque a trav¨¦s de nuestros ojos la Tierra se ha visto en toda su gloria. Est¨¢ la posibilidad de que podamos salvarnos gracias a un acontecimiento inesperado, como una serie de erupciones volc¨¢nicas suficientemente graves como para bloquear la luz solar y enfriar la Tierra. Pero s¨®lo los perdedores se jugar¨ªan la vida por una apuesta con tan pocas probabi-lidades. Con todas las dudas que pueda haber sobre los climas futuros, no cabe duda de que los gases invernadero y las temperaturas est¨¢n aumentando.
Nos hemos mantenido en la ignorancia por muchas razones; entre ellas, una de las importantes es la negaci¨®n del cambio clim¨¢tico en Estados Unidos, cuyos gobiernos no han dado a los meteor¨®logos el apoyo necesario. Los grupos de presi¨®n ecologistas, que deber¨ªan haber dado prioridad al calentamiento del planeta, parecen m¨¢s preocupados por las amenazas a las personas que por las amenazas a la Tierra, sin darse cuenta de que formamos parte de la Tierra y dependemos por completo de su bienestar. A lo mejor hace falta un desastre peor que las muertes acaecidas el pasado verano en Europa para despertarnos. La oposici¨®n a la energ¨ªa nuclear se basa en el temor irracional alimentado por la ficci¨®n a lo Hollywood, los grupos de presi¨®n ecologistas y los medios de comunicaci¨®n. Se trata de unos temores injustificados, y desde su inicio en 1952, la energ¨ªa nuclear ha demostrado ser la m¨¢s segura de todas las fuentes de energ¨ªa. Debemos dejar de asustarnos por los diminutos riesgos estad¨ªsticos de c¨¢ncer provocados por sustancias qu¨ªmicas o por las radiaciones. De todas formas, casi la tercera parte de todos nosotros morir¨¢ de c¨¢ncer, principalmente porque respiramos un aire cargado con un carcin¨®geno que todo lo invade: el ox¨ªgeno. Si no concentramos nuestra mente en el peligro real, que es el calentamiento del planeta, podemos morir incluso antes, como hicieron m¨¢s de 20.000 desventurados europeos por el exceso de calor del verano pasado.
Me parece triste e ir¨®nico que el Reino Unido, que lidera el mundo por la calidad de sus expertos en geolog¨ªa y climatolog¨ªa, rechace sus advertencias y sus consejos y prefiera escuchar a los ecologistas. Pero yo soy ecologista y ruego a mis amigos del movimiento que abandonen su equivocada objeci¨®n a la energ¨ªa nuclear. Incluso aunque tuvieran raz¨®n respecto a sus peligros, que no la tienen, su uso en todo el mundo como principal fuente de energ¨ªa supondr¨ªa una amenaza insignificante en comparaci¨®n con los peligros de unas oleadas de calor intolerables y mortales, y de un ascenso del nivel del mar capaz de anegar todas las ciudades costeras. No tenemos tiempo para experimentar con fuentes de energ¨ªa visionarias; la civilizaci¨®n se encuentra en peligro inminente y tiene que usar la energ¨ªa nuclear, la ¨²nica fuente de energ¨ªa segura de que disponemos ahora, o sufrir el dolor que pronto nos infligir¨¢ nuestro ultrajado planeta.
James Lovelock es cient¨ªfico independiente, ecologista y creador de la hip¨®tesis Gaia, que considera a la Tierra como un organismo autorregulado. Autor, entre otros libros, de Las edades de Gaia (Tusquets Editores). ? James Lovelock / The Independent, 2004. Traducci¨®n de News Clips.
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