Figo y la Se?ora de Caravaggio
Primero han sido los publicitarios de un gran banco prometiendo dejar a los griegos "hechos una ruina". Despu¨¦s ha venido la Federaci¨®n Portuguesa de F¨²tbol pidiendo a los hinchas que encendieran velas. Enseguida ha sido la devoci¨®n del entrenador Scolari, que ha pedido que le trajeran una imagen de Nuestra Se?ora del Caravaggio de su R¨ªo Grande del Sur.
Son las 19.45 del domingo y todo est¨¢ claro: para seguir adelante los portugueses necesitan ganar; a los espa?oles les basta un empate, pero tambi¨¦n con problemas de autoconfianza, se les nota el peso de la obligaci¨®n de no perder si quieren seguir adelante.
As¨ª que jugadores, estadio y esa multitud de peque?os estadios que es la pantalla de millones de televisores, todos sentimos, en el momento inicial en que pita el ¨¢rbitro, que tenemos ante nuestros ojos, entera y limpia, la magia irresistible del f¨²tbol: 11 hombres de un lado y otros 11 de otro. Casillas contra Ricardo. Miguel contra Puyol. Ra¨²l contra Figo. Cada uno de ellos y el resto del equipo representando lo m¨¢s exquisito que hay en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica en dominio de bal¨®n y producci¨®n de juego. Sabiendo, jugadores e hinchas, que no es suficiente jugar bonito y que la obligaci¨®n es ser pr¨¢ctico. Que no basta jugar mejor, es necesario marcar m¨¢s.
Claro que por detr¨¢s existe todo lo que sabemos y los portugueses (m¨¢s que los espa?oles) nunca olvidan. Todo eso que hace que el m¨¢s peque?o se sienta en la obligaci¨®n de vencer al m¨¢s grande, y que el m¨¢s grande se sienta obligado a mostrar su superioridad sobre el m¨¢s peque?o. Para no hablar de la oxidaci¨®n hist¨®rico-cultural que ninguna nacionalidad consigue limpiar y que se llama Badajoz, Aljubarrota, Oliven?a...
Incluso los que se equivocan en las esquinas de la memoria com¨²n m¨¢s antigua no pueden negar que a la hora de la verdad, aqu¨ª, en el c¨¦sped resbaladizo del estadio Alvalade XXI, 47.000 hinchas entregados son las capacidades f¨ªsicas y t¨¦cnicas de esos 22 hombres que van a determinar el destino del partido.
El juego demostr¨® que las gargantas se recuperan de tantos minutos de pura emoci¨®n, que al 90% del sudor de los jugadores se sumaran, "por Portugal", 5% de inspiraci¨®n y otro tanto de mala suerte ajena (el azar se reparti¨®, es verdad, pero llam¨® m¨¢s veces a la puerta de Espa?a).
Figo gan¨® a Ra¨²l. Miguel aguant¨® a Puyol. Cristiano Ronaldo imparable, Deco sutil, Nuno Gomes oportuno, hicieron el resto. O sea, que Ricardo ganase a Casillas.
Esto es f¨²tbol. Fue ¨¦sta la magia de la noche: 23 a?os despu¨¦s Portugal finalmente ha ganado a Espa?a, que un a?o de estos ganar¨¢ a Portugal. Lo muestran las estad¨ªsticas, lo prev¨¦ la l¨®gica y nos lo recuerda el poeta. El mismo que nos avis¨® que todo puede cambiar.
Y aqu¨ª estamos, con el ego subido para m¨¢s de dos semanas. Con la misma sinraz¨®n que, si fuese otro el resultado, los portugueses se preguntar¨ªan sobre la propia supervivencia de la naci¨®n. Para muchos, -demasiados, me temo- que todav¨ªa la celebran, la fabulosa victoria se ha debido a los cirios, a la Se?ora, al Quinto Imperio. Amenazando perpetuar por m¨¢s campeonatos de Europa y mundiales (Corea lo ha probado) esta dualidad psicol¨®gica que nos pone en el alto de la euforia presumida como nos sumerge en la m¨¢s tonta de las postraciones an¨ªmicas.
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