Peligran los puentes
El inagotable flujo y reflujo pol¨ªtico que, sin cesar, acerca y aleja a Catalu?a de Espa?a est¨¢ dominado por dos motores antag¨®nicos. Son la cara y la cruz de la misma moneda: dos polos que se niegan el uno al otro, pero que se alimentan el uno del otro. Est¨¢, por una parte, el nacionalismo espa?ol, que cont¨®, en los a?os de la transici¨®n, con el inquietante e invisible, pero evidente, soporte de un Ej¨¦rcito heredado ¨ªntegramente del general Franco, soporte que condicion¨® no s¨®lo el dise?o constitucional, sino tambi¨¦n su primer desarrollo pol¨ªtico (23-F). Pierda o gane las elecciones, este nacionalismo ha conseguido en los ¨²ltimos a?os la hegemon¨ªa ideol¨®gica en la mayor parte de los territorios espa?oles. Felizmente, la ha conseguido con recursos estrictamente democr¨¢ticos, gracias al contumaz liderazgo de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y a su fragoroso entorno cultural y medi¨¢tico (un entorno que ha defendido sus postulados patri¨®ticos con una eficacia no separable de una ret¨®rica altanera, de un recurrente tremendismo y de un cierto uso del sarcasmo anticatal¨¢n que, en cualquier otro pa¨ªs democr¨¢tico, habr¨ªa causado una mayor alarma: el otro d¨ªa, sin ir m¨¢s lejos, se oyeron en una importante emisora incalificables expresiones acerca de la publicidad que el futbolista Puyol hac¨ªa en catal¨¢n de la selecci¨®n espa?ola: son actitudes tan frecuentes que ya no escandalizan a nadie). Se trata de un nacionalismo euf¨®rico que ha revisado sus viejos mitos (la uniformidad, la expansi¨®n del espa?ol, el liderazgo hispanoamericano) a la luz del desarrollo econ¨®mico actual y que ha conseguido dar la vuelta al calcet¨ªn del pesimismo de 1898 dibujando un horizonte de nueva grandeza.
En la otra parte est¨¢ el nacionalismo catal¨¢n, que empez¨® la transici¨®n con gran prudencia, pero que fue desacomplej¨¢ndose gracias a la determinaci¨®n con que era dirigido por Jordi Pujol y a la visi¨®n de la catalanidad que destilaban los medios p¨²blicos de comunicaci¨®n (en todos los medios catalanes, con el tiempo, se ha desarrollado un humor muy caracter¨ªstico que se complace en la chanza hacia todo lo que huele a hisp¨¢nico: en ejemplar simetr¨ªa, ¨²ltimamente los puyazos se los lleva la selecci¨®n de f¨²tbol; y no por mala: por espa?ola). Pronto prendi¨® en segmentos centrales de la sociedad catalana la visi¨®n de Pujol: pragm¨¢tica en lo pol¨ªtico, pero soberanista en el coraz¨®n. Culmina el proceso, la idea de que Espa?a es una molestia. No s¨®lo entre los votantes de CiU o ERC, sino tambi¨¦n, parcialmente, en los de PSC e ICV, Espa?a es vista como un pu?o de hierro o un lastre. Desde las elecciones auton¨®micas de noviembre pasado, en las que ERC obtuvo la doble llave de la gobernabilidad por el empate a la baja entre el pujolismo y el PSC, el nacionalismo catal¨¢n ha entrado en fase de redefinici¨®n. Tiende a la bicefalia, lo que provoca un recalentamiento del motor nacionalista: ERC y CiU compiten por quedarse en exclusiva la antorcha patri¨®tica. A las altas temperaturas competitivas hay que sumar, finalmente, la percepci¨®n que amplios sectores de las clases medias tienen de que el pa¨ªs catal¨¢n est¨¢ entrando en decadencia, sea econ¨®mica o cultural.
Existen otras corrientes, menos sentimentales, generalmente de izquierdas, aunque tambi¨¦n centristas, tanto en Espa?a en general como en la Catalu?a estricta. Son herederas de la tradici¨®n republicana, del federalismo, del individualismo c¨ªvico, del laicismo (recu¨¦rdese, en este sentido, que ambas corrientes nacionalistas, la espa?ola y la catalana, arrancan del mismo punto de partida: del tradicionalismo cat¨®lico de Jaime o Jaume Balmes, puente de plata intelectual que permiti¨® a los sectores que apoyaban el carlismo y el reaccionarismo ultramontano evolucionar hasta lo que hoy llamamos liberalismo conservador). Pero estas corrientes laicas (mayoritarias en el PSC y el PSOE, en IVC e IU, perceptibles en las corrientes m¨¢s liberales del PP y de ERC y dominantes en la Universidad espa?ola y catalana), a pesar de aproximarse a la idea del "patriotismo c¨ªvico", no est¨¢n libres de la sentimentalidad nacionalista. Es f¨¢cil, en efecto, mantener un impecable discurso racional, pero es francamente dif¨ªcil domesticar los sentimientos, la memoria, el bucle melanc¨®lico de las canciones de la infancia. Durante a?os, el mundo intelectual ha combatido con argumentos racionalistas a los nacionalismos perif¨¦ricos. Un poderoso y solemne coro (a veces excesivamente severo: con aires de puntillosa se?orita Rotenmeier) se ha alzado cada vez que un profesor no entregaba la versi¨®n castellana de un examen, cada vez que un intelectual nacionalista reivindicaba la historia, cada vez que una demanda procedente de Catalu?a se hac¨ªa en nombre de un inexistente demos catal¨¢n. Dos ejemplos. Uno. Con diez mil lupas fueron analizadas, denostadas y criticadas las declaraciones sobre la inmigraci¨®n que a?os atr¨¢s realiz¨® la esposa de Pujol. Fui yo, en este mismo diario, el cronista que revel¨® en primer lugar, escandalizado, aquellas c¨¦lebres declaraciones, por eso me extra?a tanto la rapidez o la indiferencia que muestran la mayor¨ªa de articulistas prestigiosos cuando alg¨²n pol¨ªtico del PP o del PSOE realizan declaraciones similares, entre las cuales las del antrop¨®logo que estudi¨® el lacerante caso de los ataques xen¨®fobos en El Ejido. Dos. Hace menos de un a?o, un profesor, en estas mismas p¨¢ginas, dedujo que Maragall, entonces en la oposici¨®n, era un conspicuo nacionalista porque hab¨ªa usado la expresi¨®n "pueblo catal¨¢n".
Es tan veloz y activa la vara con la que se mide al otro y tan avara a la hora de aplicarse el cuento que es muy dif¨ªcil no llegar a la conclusi¨®n de que, m¨¢s all¨¢ de las ideas y las palabras, se critica a partir de los prejuicios. Llega uno a pensar que lo que molesta en catal¨¢n no molesta en castellano (y viceversa, naturalmente). Es obvio que la horrible persistencia del nacionalismo vasco armado, que ha dejado tras de s¨ª una siniestra secuela de muertos y perseguidos en toda Espa?a y que ha llegado a justificar algo muy parecido a la limpieza ¨¦tnica, ha cargado de percepci¨®n negativa a los nacionalismos llamados perif¨¦ricos (injustamente englobados todos en un mismo saco), a la par que ha servido de justificaci¨®n para posturas espa?olistas que, bajo el martirio de ETA, han quedado embellecidas.
Por lo le¨ªdo ya cuando Maragall estaba en la oposici¨®n, es de temer que el hipercriticismo siga en direcci¨®n ¨²nica. Maragall, que consigui¨® algunos esca?os menos que el sucesor de Pujol, est¨¢ gobernando sin red. Y sin hegemon¨ªa ideol¨®gica. A pesar de los enga?osos e irrelevantes resultados europeos, lo cierto es que est¨¢ entre la espada y la pared. Entre la Espa?a que Aznar ha dejado muy caliente y una Catalu?a que se recalienta por la competencia entre CiU y ERC. Cuando los socialistas de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero se quejan de lo mal que lo pasaron cuando Josep Llu¨ªs Carod Rovira visit¨® Perpi?¨¢n, est¨¢n explicando, sin decirlo, hasta qu¨¦ punto era irresistible la presi¨®n del nacionalismo espa?ol. Puesto que una cosa es el error de Carod, que me parece indiscutible, y otra muy distinta la demonizaci¨®n de todo el Gobierno catal¨¢n de coalici¨®n y, por estramb¨®tica a?adidura, del PSOE. Los del PSOE sufrieron enormemente aquella presi¨®n que se produc¨ªa en v¨ªsperas electorales. ?Pero alguien se ha parado a pensar hasta qu¨¦ punto sufrieron los socialistas catalanes en aquel momento, sometidos a la doble presi¨®n interna y externa?
Maragall, a pesar de los errores atribuibles a una gobernaci¨®n azarosa, intenta la cuadratura del c¨ªrculo, eso es, desarrollar una nueva hegemon¨ªa ideol¨®gica en Catalu?a basada en la ruptura de la l¨®gica excluyente. Se trata de conseguir que la defensa de los leg¨ªtimos intereses de los catalanes, que le corresponde por su cargo, no impida (antes al contrario: promueva) los fraternales lazos con Espa?a. Si ¨¦l no lo consigue, no va a conseguirlo nadie en muchos a?os. Las alternativas son la separaci¨®n de Espa?a o la provincianizaci¨®n de Catalu?a (alternativas que s¨®lo son deseadas en los extremos). Muchos desean en Catalu?a que Maragall fracase. Tantos como lo desean en Espa?a. Quiere construir puentes. Y no fijar su imagen en la cara o la cruz de una moneda nacional. Aunque, claro est¨¢, para que el puente sea un verdadero puente hay que amoldarlo a la orograf¨ªa de cada extremo.
La Constituci¨®n debe garantizar la igualdad de todos los ciudadanos y de todos los territorios, pero tambi¨¦n debe de procurar que encuentren buen acomodo las diferencias culturales y econ¨®micas que se producen en la realidad. Acomodar las diferencias en las instituciones (en los esca?os de las Cortes, por ejemplo) no es privilegiar, es adaptarse a una realidad que, mil veces negada, reaparece a cada nuevo ciclo. Espa?a puede ser una casa com¨²n, pero, como todas las casas m¨ªnimamente confortables, exige tres tipos de espacios: algunos para estar todos juntos; otros, debidamente aislados, para procurar la intimidad sentimental, y el resto (que no se nos olvide) para que le sea posible al ciudadano estar solo, a su aire, individuo aut¨®nomo y completo. D¨ªas atr¨¢s, escrib¨ª sobre abrazos y lealtades espa?olas. A lo mejor me equivoqu¨¦. Parece m¨¢s imprescindible, de momento, si uno quiere resolver de veras el problema, ponerse alguna vez en la piel de los otros. Peligra en Catalu?a el espacio de los constructores de puentes. Reciben de todos lados. Si no por afecto, al menos por inter¨¦s, ser¨ªa bueno tomar conciencia de que, si este espacio peligra en Catalu?a, es que, en realidad, peligra Espa?a.
Antoni Puigverd es escritor.
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