El turismo os har¨¢ libres
Para los se?ores pasajeros cat¨®licos
A fines de la ya remota d¨¦cada de los cincuenta viaj¨¦ por primera vez a Roma, invitado por un conocido productor de cine. En el transcurso del vuelo, una azafata deposit¨® cuidadosamente la bandeja del almuerzo y, junto a los cubiertos y los vasos, una cartulina amarilla con un logotipo despert¨® mi curiosidad. Se trataba de un texto breve, redactado en italiano e ingl¨¦s: "Dispensa Vaticana / per i Sigg.ri Passeggeri / Cattolici / La Autorit¨¢ Ecclesiastiche / Vaticane hanno concesso / la dispenso dall'osservanza / del precetto dell'astinenza / a tutti i passageri Alitalia / viagganti nei giorni di venerdi / e negli altri giorni / stabilite per l'astinenza".
"No acepte autoestopistas ni presuntos amigos: suelen ser portadores de droga y unos kil¨®metros despu¨¦s se topa 'casualmente' con el alto de la polic¨ªa"
Era un viernes (no s¨¦ si trece) y, de conformidad con lo escrito, la bandeja conten¨ªa entremeses con jam¨®n de Parma y un platito cubierto con papel de plata que result¨® ser un apetitoso osso bucco. Mi vecina cat¨®lica (se hab¨ªa santiguado en el despegue) ley¨® tambi¨¦n la tarjeta y la emprendi¨® sin remilgos con el contenido del men¨².
Pens¨¦ en los desdichados viajeros creyentes de Air France o Lufthansa, condenados a unas hojillas de ensalada, un pescado desaborido y una tarta de cerezas. Y con ese refinamiento mental de quien ha pasado por los ejercicios espirituales de la Cueva de Manresa (Catalunya, Spain), imagin¨¦ el implacable castigo de los infractores: la s¨²bita ca¨ªda en picado de su avi¨®n, justo despu¨¦s de que se hubieran atiborrado de jam¨®n y osso bucco. ?Condenados eternamente al infierno por no haber tomado la elemental precauci¨®n de escoger la compa?¨ªa oportuna!
(Un cuarto de siglo despu¨¦s, el Vaticano vendi¨® su gran paquete de acciones de Alitalia. Con ello puso a salvo su peculiar¨ªsima ¨¦tica, pero los pasajeros cat¨®licos de otras compa?¨ªas siguen ardiendo con los precitos por su fatal incomprensi¨®n del mercado y de la competencia feroz entre las aerol¨ªneas).
Somos damas y caballeros al servicio de damas y caballeros
Una amiga con quien tropiezo a menudo en alg¨²n caf¨¦ o rinc¨®n de la Plaza me mostr¨® un d¨ªa el Credo (s¨ª, el Credo), los Tres Pasos de Servicio y los Fundamentos (verdaderas Tablas de la Ley, como las entregadas a Mois¨¦s) que deb¨ªa memorizar el personal del hotel de cinco estrellas en el que trabaj¨® unos meses so pena de ser sancionado por negligencia o falta de entusiasmo en el desempe?o de su funci¨®n.
Los directivos de la cadena hotelera que se cruzaban con ella en los pasillos o el ¨¢rea de servicio le exig¨ªan a bocajarro:
"?El Credo!".
Y ella soltaba de un tir¨®n, como en las clases de catecismo:
"Nos comprometemos a procurar el m¨¢s exquisito servicio y hospedaje a nuestros hu¨¦spedes, a fin de que siempre disfruten de un ambiente reposado, cordial y selecto".
"Refinado", le correg¨ªa el jefe, titular de todo un m¨¢ster en Ciencias Empresariales de una c¨¦lebre universidad norteamericana. "Rec¨ªteme ahora los Tres Pasos de Servicios".
Ella (procurando elevar la voz y en firmes, como las candidatas a la Guardia Civil o las Fuerzas A¨¦reas):
"Primero, dar una bienvenida cordial y sincera (?c¨®mo diablos, me dec¨ªa, pod¨ªa adivinar el turista si era sincera o se cagaba en su puta madre?), y utilizar el nombre del hu¨¦sped siempre y cuando sea posible...".
Era el famoso tratamiento personalizado, pero se interrump¨ªa y preguntaba inocentemente:
"?Puedo emplear el diminutivo y llamarle Bob o Pierino? Tal vez as¨ª se sienta m¨¢s en familia, ?no cree?".
"C¨¢llese y contin¨²e", ordenaba el del m¨¢ster.
"Segundo, anticipar y satisfacer los deseos de nuestros hu¨¦spedes...".
De nuevo se interrump¨ªa y expresaba sus escr¨²pulos de novicia:
"?Todos?".
"S¨ª, todos".
"?Y si me piden que...?".
(Dejaba la frase sin concluir y pon¨ªa los ojos en blanco).
"Recuerde el Credo de la empresa y no me haga preguntas impropias. Vamos, ?al grano!".
"Tercero, darles una despedida afectuosa y...".
(Hubiese querido esclarecer, me dijo, si el afecto deb¨ªa manifestarse con besos, abrazos o simples palmaditas en la espalda, pero el de las Ciencias Empresariales le apremiaba).
"?Los Fundamentos!".
"Primero, el Credo pertenece a los empleados y debe ser conocido y activado por todos" (pensaba para s¨ª misma: ?c¨®mo se puede activar un Credo?). "Segundo, nuestro lema es 'Damas y Caballeros al servicio de Damas y Caballeros' a fin de trabajar en equipo y crear un ambiente positivo...".
(Ella hab¨ªa le¨ªdo un tratado de Auguste Compte en la ¨¦poca en que frecuentaba las aulas y se maravillaba de la insospechada influencia del positivismo en la filosof¨ªa motriz de aquel hotel de cinco estrellas).
"Siga, siga".
"Cada empleado entender¨¢ el funcionamiento de su ¨¢rea de trabajo y de los objetivos del hotel de acuerdo con el plan estrat¨¦gico del departamento...".
Trataba a¨²n de recobrar el aliento y se dirig¨ªa con expresi¨®n risue?a al ejecutivo:
"Como en el ej¨¦rcito, ?no es cierto? Hace a?os le¨ª un librito de Von Clausewitz...".
"Todos formamos una milicia. La disciplina es la base del ¨¦xito. Pero no se detenga usted a cada paso".
Ella: "Sonre¨ªr -'Estamos en escena'. Mantener siempre un contacto visual positivo con el cliente...".
Este preceto de las Tablas de la Ley, me dijo, fue su perdici¨®n. Procuraba mantener el contacto visual positivo con los banqueros y hombres de negocios que ocupaban las suites y habitaciones: sosten¨ªa la mirada si la miraban, respond¨ªa con otro gui?o a quien le gui?aba el ojo. Varios Caballe ros se dirigieron a ella de forma cla- ramente positiva y, conforme el Dec¨¢- logo, atendi¨® a su petici¨®n inmediatamente. El positivismo rein¨® hasta el final: actu¨® de embajadora de la empresa en los pa¨ªses de donde proven¨ªan los hu¨¦spedes. Pero la gerencia del cin- co estrellas no lo entendi¨® as¨ª. Hubo el chivatazo de una camarera envidiosa y fue fulminantemente despedida.
Atrocidades, Tercer Mundo
En recepci¨®n le entregaron un folleto biling¨¹e con las normas de seguridad aconsejables a los hu¨¦spedes extranjeros que se aventuraban por la capital.
"Cambiar las divisas en la sucursal bancaria del hotel y no salir a la calle sino con lo estrictamente necesario".
"Depositar el dinero y las tarjetas de cr¨¦dito en la caja fuerte a disposici¨®n de la clientela y no dejarlos nunca en la habitaci¨®n".
"Cerrar ¨¦sta con doble pestillo y no abrir la puerta a nadie que no haya anunciado previamente su visita".
"Coger el taxi indicado por el portero y se?alar a ¨¦ste el punto de destino del trayecto a fin de que lo anote en su registro junto al n¨²mero de matr¨ªcula del veh¨ªculo".
"Avisar con el m¨®vil si observa algo anormal en el comportamiento del ch¨®fer, y seguir las instrucciones del conserje".
Decidi¨® in mente ir a una tienda de armas y procurarse un peque?o equipo de autodefensa: aerosoles paralizantes, pu?o americano, un cuchillo de scout. De esa forma podr¨ªa sentirse seguro en los taxis. Pero luego pens¨® que ser¨ªa m¨¢s sencillo alquilar un autom¨®vil para sus desplazamientos por el per¨ªmetro urbano: monumentos, museos, restaurantes. La segunda p¨¢gina del folleto le disuadi¨® de ello.
"?ndese con cuidado. Hay dos t¨¦cnicas muy comunes en la ciudad: tirar una moto, bici, carrito o persona bajo el coche del extranjero detenido en un sem¨¢foro o se?al de alto y acusar de atropello al at¨®nito conductor: gran remolino de gente, gritos, gesticulaciones, etc¨¦tera; o bien imponer multas de tr¨¢fico por infracciones inexistentes, bajo la amenaza de visitar durante unas horas la comisar¨ªa del barrio".
Pens¨® entonces que era prudente alejarse de aquella temible capital y disfrutar de los paisajes del campo: una opci¨®n que no obstante, seg¨²n las recomendaciones del folleto, pod¨ªa ser arriesgada.
"Las carreteras del pa¨ªs son muy peligrosas: las buenas, por las frecuent¨ªsimas imprudencias y temeridades de los conductores; las malas, por su trazado y falta de se?alizaci¨®n. El tr¨¢fico es particularmente desaconsejado de noche, ya que se dan casos en los que se obstaculiza la autov¨ªa para obligar al coche a parar y asaltar a sus ocupantes. Sobre todo no acepte a autoestopistas ni presuntos amigos: suelen ser portadores de droga y unos kil¨®metros despu¨¦s se topa 'casualmente' con el alto de la polic¨ªa con el previsible chantaje del proceso y c¨¢rcel".
?Qu¨¦ diablos pod¨ªa hacer durante su visita? ?Comer, beber y dar unos pasos por los alrededores del hotel? Tampoco. Las instrucciones eran muy precisas:
"Cuidado donde se come y bebe. Lave bien las frutas, ensaladas y verduras. Pida agua embotellada y exija que se la den precintada. Mucha atenci¨®n a los puestos callejeros con comidas t¨ªpicas y a los encuentros fortuitos. Extreme la higiene personal. El sida, la malaria y las enfermedades ven¨¦reas abundan".
Se resign¨® a permanecer en el hotel con la habitaci¨®n atrancada. Quer¨ªa regresar de inmediato a su pa¨ªs pero el billete cerrado se lo imped¨ªa. ?Una semana entera en aquel infierno promocionado y con p¨¢gina web!
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