Un cr¨ªtico de cine
Dec¨ªa Samuel Fuller que un cr¨ªtico de cine es un soldado que en mitad de la batalla se pone a disparar contra los suyos. Claro, que para Fuller todo se parec¨ªa a una guerra, no s¨®lo el cine, sino tambi¨¦n la literatura y la vida. Esa imagen supone, con raz¨®n, que en alg¨²n momento estuvieron todos juntos, cr¨ªticos y cineastas, frente a una pantalla sin otro plan que el entusiasmo.
?ngel Fern¨¢ndez-Santos pertenec¨ªa tal vez a la primera generaci¨®n de cr¨ªticos que se movieron con acierto a uno y otro lado de la valla, y sin embargo, a diferencia de los j¨®venes airados de Cahiers du Cin¨¦ma, que terminaron siendo cineastas de la nueva ola para no volver atr¨¢s, o de mi admirado Paul Schrader, ?ngel decidi¨® terminar sus d¨ªas como un cr¨ªtico de cine.
Supongo que el hecho de haber conocido el ¨¦xito como guionista influ¨ªa decisivamente en la sabidur¨ªa tranquila con la que escrib¨ªa sobre cine. En sus palabras pesaba m¨¢s el entusiasmo que la ira (tan com¨²n entre cr¨ªticos menores), ese entusiasmo primero del espectador, casi del ni?o que, sin saber bien por qu¨¦, intuye que el cine es mucho mejor que la vida.
Para los que nos criamos en las sesiones dobles del cine Fundadores para saltar luego a los cines estudios, al Griffith, al Bogart, al Fantasio, a esos cines de repertorio que ya casi han desaparecido; para quienes nos acercamos tambi¨¦n al cine por la palabra escrita, pensando, con raz¨®n o sin ella, que el cine no s¨®lo se ve¨ªa, sino que adem¨¢s se le¨ªa, ?ngel fue una referencia dentro de un oficio que, a pesar de Fuller, tiene mucho de admirable y muy pocos representantes que admirar.
Hace unos d¨ªas muri¨® ?ngel Fern¨¢ndez-Santos, y un poco antes, Marlon Brando; un d¨ªa morir¨¢ tambi¨¦n Godard, y ni Lars von Trier ni su puta madre nos convencer¨¢n de que a¨²n sigue en pie el palo que sujetaba el toldo del circo. La campana de Tarkovski y un lazo en el cuello de Joan Crawford y todas las vueltas que hemos dado alrededor de la locura y la cordura de Gena Rowlands bajo la influencia. A d¨ªa de hoy, parece que todo se ha terminado. Y aun as¨ª, me queda la premonici¨®n y m¨¢s, la extra?a certeza, de que el circo seguir¨¢ en pie mucho despu¨¦s de que nos hayamos muerto todos los enanos. El cine tiene poco m¨¢s de cien a?os y tal vez por eso a¨²n nos sorprende morir en mitad de la pel¨ªcula. El resto de las artes nos han enterrado ya miles de veces. De hecho, s¨®lo el miedo a morir nos oblig¨® a pintar monstruos en las paredes de la cueva, y en eso estamos. Pero por un segundo, al ver llegar un tren y luego un hombre y una mujer y una historia, cre¨ªmos que el tiempo por fin se congelaba, como en el comienzo de La huida, de Peckimpah, en ese montaje que mostraba a Steve McQueen dentro y fuera de la c¨¢rcel al mismo tiempo. Si la literatura nos ense?a a ser mortales, el cine nos hizo creer justo lo contrario.
Tal vez ha muerto ?ngel agotado de buscar lo mejor dentro de lo peor de cada uno de nosotros. Buscando desesperadamente el cine que tenemos en la cabeza en el cine que nos traemos entre manos. Esperando que de una vez por todas se derrumben todos los ministerios de Cultura y deseando que el destino por fin nos alcance.
Tem¨ªamos tanto a los cr¨ªticos que, ahora que ?ngel ya no est¨¢, nos averg¨¹enza un poco seguir sin ¨¦l. No comprendimos bien su funci¨®n hasta que nos dimos cuenta de que en el fondo todos ten¨ªamos las mismas dudas, los mismos miedos, los mismos sue?os. Todos cre¨ªamos en el cine como si Dios personalmente metiera las cintas en las latas. Todos ten¨ªamos esa fiebre que, como dec¨ªa Ben Hecht, el genial y extravagante guionista, hace que la pol¨ªtica, los disturbios globales, el patriotismo o cualquier otra cosa en esta tierra carezca de importancia al lado de una buena pel¨ªcula.
La ma?ana despu¨¦s de la muerte de ?ngel vi a Boyero muy solo y se me encogi¨® el coraz¨®n. Todos los c¨ªnicos llevamos dentro un hombre asustado.
Nunca llegu¨¦ a pensar, cuando era mucho m¨¢s joven, que un d¨ªa llorar¨ªa la muerte de un cr¨ªtico de cine.
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