?dolos e id¨®latras
A veces descubrir es s¨®lo constatar. Un ejemplo: descubrir que Beckham (David), jugador de f¨²tbol, es m¨¢s importante que Bernhardt (Thomas), Benjamin (Walter) y Blake (William), escritores, o Benozzo Gozzoli, Braque (Georges) y Bonnard (Pierre), pintores, o Berg (Alban), Boccherini (Luigi) y Borodin (Alexander), m¨²sicos, o Boole (George), Born (Max) y Broglie (Louis-Victor), cient¨ªficos. As¨ª, al menos, nos lo aseguran las ¨²ltimas ediciones de las grandes enciclopedias lanzadas al mercado para las cuales el jugador de f¨²tbol Beckham merece m¨¢s espacio e ilustraci¨®n gr¨¢fica que los otros nombres citados que tienen en com¨²n con ¨¦l la letra inicial.
Estas grandes enciclopedias tambi¨¦n establecen otras gradaciones que quiz¨¢ en otro tiempo hubieran resultado sorprendentes. Actores y actrices de cine, no siempre genios de la interpretaci¨®n, ocupan un constante y elevado sitial mientras que innumerables t¨ªtulos cinematogr¨¢ficos, no siempre obras maestras, son desarrollados argumentalmente con proliferaci¨®n de detalles. Cantantes y m¨²sicos de los que ingenuamente se pod¨ªa pensar que no tendr¨ªan lugar en la historia de la m¨²sica desplazan sin ning¨²n problema a compositores hasta hace poco considerados imprescindibles. Por fin, hay deportistas de todas las especialidades, nuevos protagonistas de la civilizaci¨®n que ocupan, p¨¢gina s¨ª, p¨¢gina tambi¨¦n, todos los rincones posibles, en sustituci¨®n, se supone, de los viejos protagonistas ya desplazados.
Constatamos, m¨¢s que descubrimos, puesto que estas enciclopedias recientes no hacen sino cumplir en nuestra ¨¦poca la labor que se?al¨® para la suya la primera enciclopedia de los ilustrados. En el siglo XVIII la Encyclop¨¦die dirigida por Diderot y D'Alambert propuso al mundo una operaci¨®n que no ten¨ªa precedentes ya que implicaba cambiar todos los anteriores sistemas de jerarqu¨ªas. Por primera vez el orden vertical -un Eje, un ?rbol, una Cadena-, aquello que separaba el cielo de la tierra y los dioses de los hombres, era modificado por un orden horizontal, alfab¨¦tico, que si ofrec¨ªa nuevas jerarqu¨ªas lo hac¨ªa, precisamente, a trav¨¦s del peso de cada una de las voces de la enciclopedia. La Encyclop¨¦die no quiso ¨²nicamente organizar el saber sino, sobre todo, dar al mundo su imagen moderna. Un universo de palabras, por tanto, para construir una imagen.
Es muy posible que si a lo largo de estos dos siglos y medio transcurridos desde los d¨ªas de Diderot y D'Alambert un pantagru¨¦lico lector, con monstruosa curiosidad y paciencia, hubiera le¨ªdo las sucesivas ediciones de las sucesivas enciclopedias, ahora sabr¨ªamos con bastante exactitud c¨®mo hab¨ªa cambiado, generaci¨®n tras generaci¨®n, la imagen del mundo moderno. Una fantas¨ªa que, no obstante, en los ¨²ltimos a?os se ha visto profundamente alterada por la irrupci¨®n de esa nueva Enciclopedia-Caos o Enciclopedia-V¨¦rtigo difundida por Internet.
Que Beckham sea m¨¢s importante que Gozzoli, Borodin o Walter Benjamin -seg¨²n podemos deducir de esas publicaciones dedicadas a organizar el saber de nuestro tiempo- puede parecer escandaloso e incluso algo s¨®rdido, pero en realidad es, otra vez, m¨¢s una constataci¨®n que un descubrimiento. Es una jerarqu¨ªa que hemos consolidado conscientemente, d¨ªa a d¨ªa, en la medida que hemos aceptado un escenario de la vida cotidiana marcado por las prioridades del ¨¦xito inmediato. A este respecto en una encuesta reciente los j¨®venes brit¨¢nicos han se?alado su admiraci¨®n por ese mismo se?or Beckham, primero de una lista en la que los nueve siguientes eran tambi¨¦n otros beckhams de distinto plumaje y en la que creo recordar que Jesucristo -hipot¨¦tico fundador de esa religi¨®n cristiana de la que tanto se discuti¨® si deb¨ªa incorporarse en la Constituci¨®n Europea- ocupaba el lugar n¨²mero 80 o 105, o algo as¨ª. Los otros j¨®venes europeos no deben pensar de manera muy distinta.
?stos son los ¨ªdolos y ¨¦stas las idolatr¨ªas: la, por as¨ª decirlo, cultura popular. Nuestras enciclopedias m¨¢s recientes, para estar al d¨ªa, han tenido la ocurrencia de mezclar ¨¢gilmente esta cultura popular con la temida alta cultura. En consecuencia, los demasiado elitistas Braque, Born o Bernhardt han sucumbido bajo las relucientes botas del popular Beckham.
Podr¨ªa considerarse que es una barbaridad. Pero igualmente podr¨ªa considerarse que los responsables de tales ediciones enciclop¨¦dicas han querido mantenerse fieles a las premisas de la Enciclopedia primigenia, de manera que, junto a la actualizaci¨®n de las informaciones, han querido transmitir a los lectores el esp¨ªritu de la ¨¦poca y que nada refleja tanto ese esp¨ªritu como los procesos de idiotizaci¨®n (?o es idolatrizaci¨®n?) que alberga.
En consecuencia, una de las posibles lecturas de esas enciclopedias, y no la de menor rendimiento, ir¨ªa encaminada a dilucidar los rangos, grados y matices de la idolatrizaci¨®n (?o es idiotizaci¨®n?) en nuestro presente. Si es as¨ª no hay duda de que todo vuelve a tener sentido y que el se?or Beckham ocupa el lugar que merece. Si bien, en esa estupenda enciclopedia de la idiotez, el espacio m¨¢s amplio deber¨ªa corresponder a sus adoradores.
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