El le¨®n cobarde
Trabajar cansa, ya lo dec¨ªa Pavese, pero tambi¨¦n el verano tiene sus peligros. Se reduce poco a poco el ritmo de las cosas normales, el tren de lo habitual, y se acelera el pulso de lo excepcional. Y entre que doblas la toalla y abres el vino, hay un segundo de v¨¦rtigo en el que lo mismo te da por pensar. Se vac¨ªan las calles y se puebla la mente, pero es una ocupaci¨®n vaga, un rodar impreciso, un seguir y seguir la huella sin nadie que nos detenga. No da para mucho el verano si acaso para dos obsesiones. Mira uno el peri¨®dico de reojo y escoge un par de noticias y las persigue. Durante el a?o las noticias se solapan y se intenta en vano seguirlas todas, en verano las noticias se distancian y fermentan. Puestos a escoger y en ausencia de la rodilla de Clara, (cada uno es muy libre de elegir sus obsesiones), me he enredado con el l¨ªo de Eto y con la medalla de Aznar. Lo de Eto es preocupante para cualquier madridista, porque ese chico es un fen¨®meno, que es como llam¨¢bamos antes los ni?os a eso que despu¨¦s se llam¨® cracks y luego, en el colmo de la cursiler¨ªa, gal¨¢cticos. Un jugador prodigioso, herido de muerte en el orgullo, con un tajo tan grande como el continente africano, que pisar¨¢ el Bernab¨¦u una y otra vez ya sea como h¨¦roe o como verdugo. Un tipo capaz de hundir el Pitina a balonazos. Espero que Florentino no se distraiga persiguiendo la sombra de Abramovich, ser¨ªa imperdonable dejar escapar a este goleador nervioso, que tanto nos odia y tanto quiere que le queramos. Puede que ya sea tarde, suena el m¨®vil y me llegan noticias preocupantes de Barcelona. Dios no lo quiera pero para cuando lean estas l¨ªneas puede que Eto ya sea cul¨¦. En fin, si se da el caso, adi¨®s amigo y buena suerte. Aqu¨ª me permito una peque?a confesi¨®n; Nunca he podido odiar al Bar?a porque pienso que en el fondo somos exactamente lo mismo, pero al rev¨¦s.
Otro que anda necesitado de amor es el bueno de Jos¨¦ Mar¨ªa, que se fue a buscar fuera lo que aqu¨ª nadie le daba, igual que el le¨®n cobarde fue a pedirle coraje al mago de Oz. Ya conocen la historia, el mago no era tal, sino un ilustre mentiroso que manejaba una compleja maquinaria de ruidos y mentiras, de truenos y rel¨¢mpagos artificiales, destinada a enga?ar a los incautos y de paso a someter su reino bajo el oscuro manto del miedo. A¨²n y as¨ª, al le¨®n cobarde le fue otorgada una medalla que daba su coraje por supuesto. El pobre Le¨®n, como Aznar, confund¨ªa la insignia del valor con el valor de la insignia.
En contra de lo que pueda parecer, el papel del perrito Toto, que era quien tiraba de la cortina para descubrir el enga?o del falso mago, no lo hace aqu¨ª ese orondo liberal de Michael Moore sino el congreso de los Estados Unidos, que le anda desmantelando a Bush el entarimado. Y mientras los soldados americanos esperan muriendo y matando a que Kerry empiece a tirar golpes, nuestros soldados ya saben que no se est¨¢ en ning¨²n sitio como en casa.
Lo triste de esta historia es que alguien sea tan ingenuo como para creer que el coraje se regala. No es as¨ª, el coraje se tiene o no se tiene y el coraje, hoy por hoy, en este siglo XXI, se demuestra matando lo menos posible.
Ahora hay que rascarse los bolsillos para pagar la dichosa medalla pero, lo cierto es que comparado con lo que pagamos por una televisi¨®n que no hay quien vea, apenas vamos a notar el gasto. A ver que hacen los sabios con este asunto. Por lo pronto nuestros nuevos y astutos gobernantes ya se han dado cuenta a estas alturas de que las soluciones, como las amenazas, son m¨¢s f¨¢ciles de proponer que de cumplir.
Dicho de otra manera, el que est¨¦ limpio de medallas que tire la primera piedra.
Lo de Eto puede que no tenga remedio, lo de Aznar tiene una soluci¨®n que ya no nos interesa. Lo ¨²nico que me da pena es que puestos a llegar hasta el final del camino amarillo, hasta las puertas mismas del palacio del mago de Oz, el pobre de Jos¨¦ Mar¨ªa no pidiera tambi¨¦n, adem¨¢s de coraje, un coraz¨®n y un cerebro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.