De Ner¨®n al 'caso Balco'
Han transcurrido 108 a?os desde que se celebraron en Atenas los primeros Juegos Ol¨ªmpicos de la era moderna. Mucho tiempo antes, a orillas del r¨ªo Alfeo, en el valle del mismo nombre, junto a la ciudad de Olimpia y al lado de donde se levantaban los templos consagrados a Zeus y Hera, los Juegos de la Grecia antigua iniciaban una tradici¨®n en que se aunaban competici¨®n deportiva, ritual, comercio, fiesta y cultura. Esta tradici¨®n, que ha tenido un poderoso influjo en la formaci¨®n de la civilizaci¨®n occidental, cuenta con m¨¢s de 28 siglos de antig¨¹edad.
El olimpismo se ha convertido en protagonista destacado de la progresiva transformaci¨®n del deporte en el fen¨®meno social m¨¢s relevante de nuestro tiempo. Muy especialmente, a partir de la segunda mitad del siglo XX. Primero, con la poderosa ayuda de la televisi¨®n; despu¨¦s, con el auge medi¨¢tico que auspiciaron las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n.
El espect¨¢culo de Se¨²l 1988 tuvo en televisi¨®n una audiencia acumulada que super¨® los 10.000 millones de personas, una cifra que se ha incrementado hasta superar ampliamente los 20.000 millones en Sidney 2000. La acreditaci¨®n para Atenas de unos 21.000 periodistas y t¨¦cnicos de medios, que cubrir¨¢n la competici¨®n de 10.500 deportistas procedentes de 201 pa¨ªses, hace previsible la consecuci¨®n de otro r¨¦cord de audiencia televisiva. Estas cifras apabullantes avalan la condici¨®n del deporte moderno como el mayor espect¨¢culo de masas de nuestro tiempo y convierte a sus m¨¢s consumados practicantes en aut¨¦nticos ¨ªdolos populares de los estadios, h¨¦roes y hero¨ªnas de un imaginario colectivo que se reconoce e identifica con ellos. Pero tambi¨¦n evidencian que las voces preocupadas por el gigantismo y los condicionantes comerciales y econ¨®micos en unos Juegos de estas dimensiones tienen razones para alertar sobre evidentes riesgos de sostenibilidad que est¨¢n al acecho.
Sin embargo, desde mi punto de vista, no son esos riesgos la amenaza principal que se cierne sobre el deporte en nuestros d¨ªas. Precisamente porque es una de las actividades f¨ªsicas que m¨¢s pasiones mueve y que tan grandes alegr¨ªas nos da a deportistas y aficionados, vale la pena hacer un esfuerzo entre todos para que sea de nuevo un espejo social donde mirarnos. Y hacerlo, adem¨¢s, sin miedo ni sombras de sospecha de que nada ni nadie puedan hacer trampas, minando as¨ª la equidad, la limpieza y el respeto al adversario, que son los fundamentos ¨¦ticos de la competici¨®n deportiva. Nada le hace tanto da?o al juego y al deporte como las trampas y los tramposos.
Un buen ejemplo de ello podemos encontrarlo volviendo nuestra vista hacia el pasado. La fecha que marca la inflexi¨®n hacia una decadencia inexorable de los Juegos en la antig¨¹edad es el a?o 57 de nuestra era. El emperador Ner¨®n logr¨® entonces ser aclamado y ungido con coronas de olivo en el mismo estadio de Olimpia donde, cinco siglos antes, los griegos hab¨ªan abucheado a los enviados del tirano Dionisio de Siracusa, tambi¨¦n tentado de adornarse con falsas victorias ol¨ªmpicas. Al alterar arbitrariamente las fechas de celebraci¨®n de las competiciones, modificar sus reglas y coronarse como vencedor de cuantas pruebas le dictaba su capricho, Ner¨®n convirti¨® la celebraci¨®n de los Juegos en una escandalosa farsa. Desde entonces hasta su definitiva prohibici¨®n, su ocaso result¨® inexorable.
Hoy d¨ªa, el Ner¨®n de turno se llama dopaje. Una lacra que ha alcanzado gran protagonismo bajo diferentes nombres, como el caso Balco. De c¨®mo ganemos o no esa batalla va a depender en gran medida el presente y el futuro de los Juegos. En esa lucha a cara descubierta nos jugamos tambi¨¦n la salud de los deportistas y que el deporte siga desempe?ando en las sociedades democr¨¢ticas una funci¨®n primordial como educador en valores y vector de integraci¨®n social. Tengo el convencimiento de que para ganar deportivamente esa carrera ol¨ªmpica contra el dopaje resulta decisivo que, cient¨ªfica y tecnol¨®gicamente, saquemos a los tramposos cuantos cuerpos de ventaja sean posibles. Son ellos quienes han de tener miedo. Y somos nosotros, partidarios de la limpieza y transparencia en el deporte, quienes hemos de contar con el concurso de los mejores m¨¦dicos, bi¨®logos, genetistas, ingenieros, qu¨ªmicos, t¨¦cnicos y laboratorios, trabajando juntos en la misma direcci¨®n y con el mismo objetivo: erradicar el dopaje del deporte, preservar la limpieza de la competici¨®n y hacer imposible el triunfo de los tramposos.
En el desaf¨ªo que supone acabar con el dopaje en el deporte es tan importante la dimensi¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica del empe?o como su aspecto ¨¦tico. Sin el convencimiento social de que ganar haciendo trampas no vale la pena, sin el rechazo mayoritario a ganar cueste lo que cueste, sin la aceptaci¨®n de que no s¨®lo vale ganar, mucho me temo que, curiosa paradoja, tendremos dif¨ªcil ganar la lucha contra el dopaje. Por todo ello es muy necesario un Plan Nacional como elemento de debate y como instrumento de prevenci¨®n, control y represi¨®n del dopaje.
Hace 25 siglos, el poeta P¨ªndaro exhortaba a los participantes en los Juegos de la antig¨¹edad a que respetasen siempre, por muy imperiosos que fuesen sus deseos de victoria, el principio de S¨¦ tu mismo. Es lo que pido a los deportistas que nos van a representar en Atenas: esp¨ªritu ol¨ªmpico. Con ello habremos ganado la primera medalla.
Jaime Lissavetzky es secretario de Estado para el Deporte y presidente del Consejo Superior de Deportes.
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