Grecia celebra su historia
Los Juegos se abren con una espect¨¢culo basado en los s¨ªmbolos del pa¨ªs que los vio nacer
Cuenta la leyenda que cuando Jenofonte vio el mar Negro, despu¨¦s de merodear por el laberinto asi¨¢tico, grit¨® "patria": "?Thalasa!". La inundaci¨®n del estadio Ol¨ªmpico, alegor¨ªa del mar como cuna de la naci¨®n griega, fue el punto de partida de una ceremonia inaugural que cort¨® la respiraci¨®n a los 72.000 espectadores. A partir del espejo artificial, por tierra, por agua y por el aire -colgados de una red de cables, m¨¢s de 150 toneladas de yeso-, circularon en procesi¨®n los s¨ªmbolos de Grecia. Desde la diosa cretense de la fertilidad hasta Mar¨ªa Callas pasando por el arte de las C¨ªcladas, la escultura cl¨¢sica y la guerra de Troya. Puestos a hacer de la fiesta un todo c¨®smico, tambi¨¦n desfilaron el presidente de la Rep¨²blica, Konstantinos Stefanopoulos; el presidente del COI, Jacques Rogge, y, c¨®mo no, la presidenta del comit¨¦ organizador, Gianna Angelopoulos, de quien se inscribe ya, de modo mitol¨®gico, que fue el alfa y omega en el proceso que culmin¨® ayer. El evento no fue barato de ver. Las entradas oscilaron entre los 300 y los 700 euros.
La delegaci¨®n espa?ola desfil¨® a ritmo de pista de baile con el descontrol habitual
Ingenioso y exagerado como la naturaleza del pueblo que enalzaba, el espect¨¢culo de la inauguraci¨®n de los Juegos fue conmovedor y tuvo momentos de gran refinamiento. Tres mil a?os despu¨¦s de la espada de Agamen¨®n, Grecia se descubre como un pa¨ªs pujante, ruidoso y sensual, m¨¢s lejos del ideal cl¨¢sico que del laberinto del Minotauro. Con motivo de la fiesta, Angelopoulos escribi¨® que Atenas es ahora una ciudad "m¨¢s humana", destacando que estos Juegos han armonizado una urbe superpoblada. La presidenta se?al¨® que Atenas se ha convertido en "una metr¨®polis m¨¢s sofisticada que nunca". Es dudoso en qu¨¦ sentido. A la vista del visitante de los Juegos, Atenas no deja de ser una ciudad embrollada, santuario para vendedores de detectores de metales y rayos X. Cunden las calles cortadas, el tr¨¢fico lento, los perros oliendo explosivos y las comunicaciones poco fluidas, la falta de informaci¨®n entre los voluntarios y un cierto gusto por la improvisaci¨®n. Aun as¨ª, Atenas tiene un encanto que la ceremonia de ayer logr¨® captar. La conexi¨®n con el pasado la engrandece.
Un ni?o subido a un barquito de papel naveg¨® por el fondo del estadio Ol¨ªmpico, rodeado de oscuridad, y desembarc¨® en el otro extremo del lago en los brazos de la oportuna Gianna Angelopoulos. La presidenta del comit¨¦ organizador tuvo en ese instante su momento de reconocimiento por parte del director art¨ªstico Dimitris Papaioannou, que la incluy¨® discretamente en la coreograf¨ªa.
Quiz¨¢s estos Juegos sean un paso m¨¢s en el refuerzo de la imagen sobre la acci¨®n. Faltan atletas carism¨¢ticos, sobrevuela la nube del dopaje y no falta la especulaci¨®n financiera en torno a un acontecimiento que, como la l¨®gica aristot¨¦lica, naci¨® en la Grecia antigua. Entonces los Juegos eran un concurso sencillo y el premio para el vencedor consist¨ªa en una rama de olivo y una vida acomodada, garantizada casi para siempre. M¨¢s de un atleta espa?ol suspiraba estos d¨ªas diciendo que mejor que un premio en met¨¢lico le gustar¨ªa que coronasen su victoria con un piso.
El lago se sec¨® en tres minutos y aparecieron los atletas para hacer la tradicional rueda. Hubo palmas y pitos para Estados Unidos -la organizaci¨®n interrumpi¨® su m¨²sica discotequera al paso de los atletas norteamericanos y puso el Adagio de Albinoni, aparente homenaje a las v¨ªctimas del 11 de septiembre-. La delegaci¨®n de Irak se llev¨® una gran ovaci¨®n, como la italiana y la palestina. La espa?ola circul¨® a ritmo de pista de baile con la sonriente Isabel Fern¨¢ndez al frente y entre el descontrol habitual. Un waterpolista circul¨® con un sombrero de la Guardia Civil y las nadadoras rompieron el protocolo y se detuvieron para hacerle fotos a la reina Sof¨ªa, que estaba en el palco.
El desfile dur¨® m¨¢s de una hora. La delegaci¨®n brit¨¢nica compareci¨® reducida al m¨ªnimo, equiparable a la de Taiw¨¢n. La de Burkina Faso exhibi¨® guerreros de la sabana, danzantes. El reino himalayo de But¨¢n march¨® con su arquera al frente. Los atletas de la esquinada Uzbekist¨¢n se pusieron indescifrables sombreros. Los paraguayos llevaron un cresp¨®n en honor a los muertos en el incendio del supermercado de Asunci¨®n... La pista de atletismo fue el camino del populoso mundo. En el palco, Vartolomaios, el patriarca de la iglesia ortodoxa, observ¨® el despliegue haciendo gestos de aprobaci¨®n.
Terminado el desfile, la soprano islandesa Bjork enton¨® una de sus ampulosas canciones atmosf¨¦ricas mientras del meollo de atletas y banderas brotaba un olivo en medio del estadio. A su sombra, Angelopoulos, inyectada de talento dram¨¢tico, reapareci¨® para dirigir un mensaje a los "ciudadanos del mundo" diciendo que Grecia se alzaba ante ellos. A su lado, Rogge habl¨® de "paz" y "honradez". Una traca de fuegos artificiales importados de Valencia prepar¨® el cl¨ªmax. Se iz¨® la bandera ol¨ªmpica y, tras un relevo de atletas griegos c¨¦lebres, el regatista Nikos Kaclamanakis, oro en Atlanta 96, encendi¨® el exuberante pebetero de Santiago Calatrava, mezcla de misil intercontinental y pozo de petr¨®leo ardiente.
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