Diez negritos
Estoy creando escuela. Despu¨¦s de cinco a?os de denunciar p¨²blicamente, desde esta secci¨®n, que a m¨ª se me ninguneaba en las universidades de verano, al fin
una universidad ha reaccionado positivamente y me ha invitado a que imparta un taller a diez muchachos/as que desde los cuatro puntos cardinales de mi Espa?a han venido a escuchar a su diosa. Cierto es que la universidad se ha tomado su tiempo: cinco a?os. Lo que yo dije en el Escorial al rector de la Complutense: en cinco a?os, hijo m¨ªo, me pod¨ªa haber muerto. Otra pega que veo al tiempo que han tardado en invitarme es que a las universidades de verano,
y no quisiera que se me malinterpretara, se va fundamentalmente a levantarte un rollete, o bien porque est¨¢s solo en la vida o bien porque, estando casado, est¨¢s atravesando un momento Lewinsky. Pero no es mi caso, queridos amigos, yo (a d¨ªa de hoy) vivo en una continua luna de miel que envidian, a qu¨¦ negarlo, todas las escritoras de mi generaci¨®n, aunque cierto es que a veces hay sombras que enturbian la felicidad de un matrimonio, y no quisiera volver a sacar a colaci¨®n a Evelio porque la herida sigue abierta. Regresemos al terreno literario: me propuse transmitir a mis disc¨ªpulos la sabidur¨ªa que he ido atesorando desde que era bien ni?a (nueve a?os, concretamente) y escrib¨ª mi primer cuento, al que adorn¨¦ con un simp¨¢tico t¨ªtulo: El coronel no tiene quien le escriba. Es que pas¨¦ mucho tiempo en cuarteles de la Guardia Civil, en casa de mi t¨ªo (el coronel), y la tem¨¢tica castrense, en mayor o menor medida, siempre ha estado muy presente en mi obra. El cuento qued¨®, por cierto, el tercero en el concurso Amo mi bandera de las casas-cuartel de Castilla La Vieja. Y si saco a colaci¨®n este premio es porque, al igual que Mozart o Rimbaud, tambi¨¦n fui ni?a prodigio. Lo que yo le dije al rector: para esto se nace o no se nace, hijo m¨ªo. Es una loter¨ªa. El caso es que era tal la idolatr¨ªa que me dispensaban mis diez disc¨ªpulos que a los dos d¨ªas ya imitaban a la perfecci¨®n mi enigm¨¢tico estilo, con lo cual he descubierto en m¨ª misma unas asombrosas dotes pedag¨®gicas. Una de mis becarias (una joven listilla) apunt¨® que tal vez esa facilidad con la que imitaban mi obra ven¨ªa de que mi estilo era A, B y C. La dije: mira, bonita, te vas a salir un ratito al pasillo a reflexionar. Al hilo de este desagradable incidente estoy pensando escribir un ensayo sobre la eficacia del castigo f¨ªsico en estudiantes universitarios. Algo que en algunas escuelas superiores japonesas se permite, con nada desde?ables resultados. Un amigo m¨ªo que estudi¨® cocina japonesa en Tokio dice que si tu maestro te pillaba escurriendo malamente el arroz del sushi te pegaba una galla que te volv¨ªa la cara del rev¨¦s, y que el alumno deb¨ªa responder con sumisi¨®n: Gracias, maestro. Pero deteng¨¢monos en el lado positivo de mi curso: tengo diez alumnos que a d¨ªa de hoy si me pongo mala o me voy a Nueva York me sacan del apuro. Lo que yo le dije al rector: "A ver qu¨¦ escritora de mi generaci¨®n puede decir que tiene a su disposici¨®n diez negritos, hijo m¨ªo". Porque a los rectores a veces hay que hablarles as¨ª para que no se te suban a la chepa.
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