Descubrimientos
Hu¨ª de Sevilla despu¨¦s de que el segundo apag¨®n dejara mi aparato de aire acondicionado transfigurado en una especie de Harpo Marx; completamente mudo, emitiendo de vez en vez un "p¨ª... p¨ª¨ª¨ª¨ª" sospechoso que me hizo temer lo peor. Cuando el presidente de la compa?¨ªa el¨¦ctrica apareci¨® en televisi¨®n anticip¨¢ndonos que no aseguraba energ¨ªa continuada, yo ya estaba en el coche con el Fly away de Lenny Kravitz a todo volumen y con mi perra en el asiento del copiloto, dispuestas a fugarnos de la ciudad cual si de Thelma y Louise se tratase. Me repugnan esos seres humanos (llamados as¨ª por pura rutina) que desamparan al amigo. Eso me revuelve de tal forma los intestinos que deseo de todo coraz¨®n que los que abandonen a sus mascotas paguen seg¨²n la ley de cr¨¦ditos karma con una pr¨®xima reencarnaci¨®n como par¨¢sitos intestinales.
Me tom¨® por la cintura mientras me mec¨ªa a ritmo de bolero y susurraba en mi o¨ªdo
Tom¨¦ la A-49. Este a?o decid¨ª hacer de mis vacaciones una macedonia cultural-relajante-playera explorando las tierras que le dieron el pistoletazo de salida al se?or Col¨®n y nuestra primera parada era Punta Umbr¨ªa. Cuando todos consideraban que los ingleses fueron los encargados de conformar los or¨ªgenes del lugar como ciudad de veraneo, se descubri¨® la necr¨®polis romana. Me alegro de que los ingleses no tuviesen la iniciativa, mejor que no se tomen atribuciones sobre la zona. Ya en una ocasi¨®n nos lanzaron al mar al "hombre que nunca existi¨®", un tal William Martin que sin haber pertenecido jam¨¢s al ej¨¦rcito se convirti¨® en h¨¦roe por participar en una operaci¨®n militar fundamental durante la II Guerra Mundial (aunque ¨¦l ni siquiera se enter¨®). Martin muri¨® con pocas glorias en un hospital de Londres a causa de una dolencia hep¨¢tica pero los ingleses lo vistieron de militar, lo enterraron en hielo para que no se echara a perder, lo trajeron en un submarino hasta las costas de Gibraltar y lo soltaron. La corriente lo llev¨® a Punta Umbr¨ªa y all¨ª lo "pesc¨®" un barco choquero... (pese a todo, hay quien est¨¢ convencido de que lo del Tireless es pura an¨¦cdota).
La vista desde la playa de Punta Umbr¨ªa ofrece una conjunci¨®n prodigiosa de mar y bosques de pinos. Tras dos d¨ªas haciendo de sirena entre agua salada y arena, alcanc¨¦ el tono caribe?o necesario para visitar los lugares colombinos. Un curtido marinero me aconsej¨® que utilizara el m¨¦todo tradicional para viajar: las canoas que unen Punta Umbr¨ªa con Huelva desde principios del siglo pasado. Dijo que hasta que se construy¨® la carretera, ¨¦sa era la ¨²nica forma de conectar las dos localidades.
-El coche es un invento luciferino. Hay que viajar como dicta la naturaleza -le dio una calada a su cigarro y a?adi¨®-: ?En barco!.
Al poco de zarpar, un hombre orquesta comenz¨® a amenizar el trayecto con m¨²sicas populares y en menos de lo que se escuch¨® un "si t¨² me dices ven", el brazo firme de una especie de marinero a la antigua usanza de ojos peligrosamente dorados me tom¨® por la cintura mientras me mec¨ªa a ritmo de bolero y susurraba en mi o¨ªdo con acento genov¨¦s: "Me llamo Crist¨®bal y s¨¦ lo que buscas". Lo dijo con tal convicci¨®n que no me qued¨® duda de que lo sab¨ªa mucho mejor que yo misma, as¨ª que dej¨¦ que guiara mis pasos durante el baile y del mismo modo, cuando atracamos en Huelva, lo segu¨ª como un perrito faldero hasta el monasterio de Santa Mar¨ªa de la R¨¢bida. En el interior de aquel edificio lleno de pasados, tuve la impresi¨®n de que no era la primera vez que ¨¦l estaba all¨ª. Acarici¨® las paredes, olisque¨® el aire y se arrodill¨® en la capilla murmurando una letan¨ªa que me pareci¨® puro castellano antiguo mezclado con un runr¨²n ininteligible. De pronto, como si una se?al divina le hubiera puesto en marcha, Crist¨®bal se ech¨® a caminar ladera abajo hacia el muelle de las carabelas. All¨ª est¨¢n ancladas las reproducciones de las embarcaciones orgullosas y valientes que navegaron hace cinco siglos con la ¨²nica certeza de que se iban derechitas hacia lo desconocido, reconstruidas con la misi¨®n de no zarpar nunca, de ayudar a descubrir el pasado... varadas para siempre en un muelle mestizo recreado para los estudiosos, los marineros de tierra firme y los turistas. Crist¨®bal eligi¨® la Santa Mar¨ªa, trep¨® por los empinados escalones de madera, entr¨® en la c¨¢mara del capit¨¢n en donde una figura de cera representa al almirante Col¨®n en plena confecci¨®n del diario de a bordo y lo observ¨®, tocando con el env¨¦s de la mano la cara inerte y la suya propia. Subi¨® a proa y all¨ª sostuvo su mirada en el infinito como si lo que tuviera de frente fuese un oc¨¦ano a¨²n por descubrir. Me pareci¨® ver un brillo acuoso en sus ojos ambarinos.
-?Tuviste miedo?-, susurr¨¦. Y ¨¦l se qued¨® callado.
Nerea Riesco (Bilbao, 1974), periodista, ha ganado este a?o el 9? premio Ateneo Joven de Novela con la obra El pa¨ªs de las mariposas. En 2002 public¨® el libro de relatos Ladrona de almas. Vive en Sevilla desde los 18 a?os.
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