La pesadilla protoandaluza de Carl Orff
Salvador T¨¢vora recrea el 'Carmina Burana' en clave de auto sacramental
A las archiconocidas partituras de Carl Orff les ha pasado de todo, desde ser usufructuadas por los fascistas de distintas ¨¦pocas hasta pasar a ser hilo musical en los consultorios de los dentistas, o m¨¢s recientemente, convertirse en un ¨¦xito de mezcla electr¨®nica por los disc jockeys de post¨ªn. Lo que nunca imagin¨® el compositor alem¨¢n es que sobre su arcaizante y discutida creaci¨®n, el Carmina Burana, pisar¨ªan de manera tan alevosa con voces, zapateados, guitarras o caja ac¨²stica.
En lo musical, el espect¨¢culo de Salvador T¨¢vora y su compa?¨ªa La Cuadra de Sevilla, Im¨¢genes andaluzas para Carmina Burana, que se ha visto en la Muralla ?rabe de Madrid, es un caos emocional, disparatado y sin el menor pudor musicol¨®gico. Pero, lo peor, el drama real de los desprop¨®sitos, est¨¢ en lo esc¨¦nico, en lo que el megadirector elucubra y somete al p¨²blico veraniego.
La obra es un teatro-danza basado en el baile esc¨¦nico flamenco que acude a lugares comunes y a elementos que T¨¢vora se?ala como ingredientes de su estilo: caballos, cruces, toros, lamentos y esperpento barroco. Pero todo ello no conduce a otro sitio que a una abigarrada consecuci¨®n de escenas, macabras algunas, inexplicables otras, donde abunda el quej¨ªo y falta la conciencia del propio estilo, de las formas esc¨¦nicas y sus aconsejables l¨ªmites formales.
Entre pagano y sacro
La primera parte posiblemente le hubiera gustado al Papa polaco, pues aquello va de exaltaci¨®n mariana, con gran imagen de una Dolorosa, hasta que los enanos (especie de putti vestidos con albas fraileras y c¨ªngulo) se ponen a beber cerveza y a levantarles las enaguas a las muchachas: es un anticlericalismo esquem¨¢tico. Luego, la cerveza que no han bebido los enanos se convierte en sangre y la cruz baja desde la tramoya. Es la misma cruz de Cachorro, ese otro espect¨¢culo de T¨¢vora de muy buen recuerdo y factura. Esta vez crucifican a una mujer y sale por all¨ª una Papisa (sin mitra) que canta en soprano y ofrece ritualmente la sangre. Un l¨ªo entre pagano y sacro. A estas alturas, ese detalle filol¨®gico no importa mucho: si T¨¢vora pretend¨ªa luchar contra los t¨®picos, unos nuevos t¨®picos propios se han apoderado peligrosamente de ¨¦l y de su est¨¦tica.
A los lados de la escena unos toros mec¨¢nicos muy ingeniosos, un acierto; recuerdan esculturas mec¨¢nicas de Tinguely. Los caballos, bell¨ªsimos, nobles, intentan acoplarse a la percusi¨®n de Orff y uno de ellos, como cabreado, babea espuma sobre el entarimado. Las bailaoras con sus batas de cola limpian la huella y el auto sacramental laico avanza hacia su c¨¦nit. Todo ello a la luz escenogr¨¢fica de la catedral m¨¢s fea e iluminada del mundo, la Almudena. El p¨²blico que llenaba la grada aplaudi¨® largamente a los esforzados artistas,que tienen calidad en s¨ª mismos, que se les siente preparados para todo.
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