Democracia deliberativa
En el mundo pol¨ªtico hacen fortuna a veces r¨®tulos que en el lenguaje acad¨¦mico tienen un cierto contenido y, sin embargo, al pasar a la vida corriente ven difuminarse sus contornos hasta no saber ya bien qu¨¦ significan. ?ste fue el caso del "patriotismo constitucional", del que han echado mano tanto l¨ªderes del PSOE como del PP, y est¨¢ siendo actualmente el de "democracia deliberativa". Cierto que en su larga historia la democracia se ha visto acompa?ada de calificativos como directa, indirecta, representativa, elitista, participativa, congregativa o consocional, pero el que hoy est¨¢ de actualidad, en la vida acad¨¦mica y en la pol¨ªtica, es el de deliberativa.
Lo cual est¨¢ muy bien, s¨®lo que cabe preguntar si una tal forma de democracia no est¨¢ tan lejos de la que tenemos que es imposible encarnarla, incluso es hasta descabellado perseguirla como ideal. Y no porque resulte indeseable, o porque no sea una forma de democracia aut¨¦ntica, incluso la m¨¢s aut¨¦ntica. Sino porque para tejer ese cesto se necesitan unos mimbres tan distintos de los que tenemos que sus pretensiones no pueden ni admitirse a tr¨¢mite.
Curiosamente, el t¨¦rmino "deliberaci¨®n" naci¨® en la vida pol¨ªtica antes que en la vida personal. Los ciudadanos atenienses deliberaban en la asamblea antes de tomar decisiones, ponderaban p¨²blicamente los pros y contras de las alternativas posibles en las distintas cuestiones, como expresar¨¢ m¨¢s tarde el verbo "deliberar", del latino "libra", es decir, balanza. Delibera quien "considera atenta y detenidamente el pro y contra de los motivos de una decisi¨®n antes de adoptarla, y la raz¨®n o sinraz¨®n de los votos antes de emitirlos". Ahora bien, ?sobre qu¨¦ se delibera?
En pol¨ªtica, seg¨²n la tradici¨®n aristot¨¦lica que m¨¢s tarde prolonga el republicanismo, ante todo sobre lo justo y lo injusto. Y en esto consiste esencialmente la pol¨ªtica, en que los ciudadanos deliberen sobre lo justo y los injusto, porque lo otro, la coacci¨®n, la violencia y la imposici¨®n no son todav¨ªa pol¨ªtica, sino prepol¨ªtica. De donde se sigue que con el r¨®tulo "democracia deliberativa" nos referimos a la entra?a misma de la democracia, porque si ha de ser el demos, el pueblo, el que gobierna, tiene que hacerlo a trav¨¦s de la deliberaci¨®n, no de la agregaci¨®n de votos, menos a¨²n de la imposici¨®n.
En efecto, el punto de partida en una sociedad libre es el desacuerdo de preferencias o de convicciones, y no hay sino tres caminos para llegar a una decisi¨®n com¨²n: la imposici¨®n, que no es un procedimiento democr¨¢tico; la agregaci¨®n de preferencias o de intereses, que se suman en p¨²blico y se sigue lo que decida la mayor¨ªa; o la deliberaci¨®n, que pretende transformar p¨²blicamente las diferencias para llegar a una voluntad com¨²n. Como bien dice el polit¨®logo David Crocker, el "agregacionista" est¨¢ convencido de que los ciudadanos forman sus preferencias e intereses en privado, y despu¨¦s en p¨²blico no pueden hacer sino sumarlos y optar por la voluntad de la mayor¨ªa; mientras que el "deliberacionista" cree posible formar una voluntad com¨²n a trav¨¦s de la deliberaci¨®n, no sobre todas las cuestiones, pero s¨ª sobre algunos asuntos de justicia ineludibles.
El deliberacionista entiende entonces la deliberaci¨®n como una piedra filosofal capaz de transformar afirmaciones como "yo prefiero esto" o "me interesa aquello" en "queremos un mundo en que tal cosa sea posible". Es el paso del "yo" al "nosotros" a trav¨¦s de la formaci¨®n democr¨¢tica de la voluntad. Por eso, a la hora de tomar decisiones vitales que afectan a todos, quien defiende la democracia deliberativa valora sobre todo el momento de las propuestas, el intercambio de argumentos y justificaciones para avalarlas, el acuerdo entre las partes acerca de qu¨¦ compromisos adquiere cada una para llevar a cabo lo que le corresponde y actuar conjuntamente; mientras que el defensor de la pol¨ªtica agregativa incide sobre todo en la decisi¨®n final, que normalmente se toma por votaci¨®n.
Hablando de estos asuntos est¨¢bamos, durante un curso en la UIMP de Santander, y recordando que hoy defienden la pol¨ªtica deliberativa autores como Habermas, Gutmann, Barber o Crocker, cuando se plante¨® el peque?o problema de si cambiar o no de aula. Argumentos hab¨ªa para los dos gustos y tiempo escaso, con lo cual el conserje me pregunt¨®: "?Por qu¨¦ no votan?", y acab¨® de un plumazo con el discurso deliberativo.
Necesita tiempo la deliberaci¨®n, de eso no hay duda, y el tiempo suele ser un recurso escaso. Pero en la vida pol¨ªtica necesitar¨ªa muchas cosas m¨¢s: un Parlamento y un Senado convertidos en c¨¢maras deliberativas, donde el intercambio de propuestas argumentadas en temas nucleares pudiera llevar a cambiar las posiciones iniciales y llegar a una voluntad com¨²n; partidos acostumbrados a la deliberaci¨®n interna, y dispuestos en la externa a no ser "electoreros", a no tomar un punto de vista en cada asunto -el que sea con tal de que difiera del contrario- y defenderlo a toda costa para conseguir votos, generando en cada tema esa "construcci¨®n partidista de la realidad", del "conmigo o contra m¨ª", que destroza la vida p¨²blica. Y necesita tambi¨¦n la pol¨ªtica deliberativa ciudadanos capaces de participar en las discusiones, con las mismas oportunidades de hacerlo, con los conocimientos suficientes como para tomar posiciones bien informadas, y dispuestos a asumir la tarea que les corresponda en la decisi¨®n com¨²n. Am¨¦n de una opini¨®n p¨²blica que les sirva de foro de debate, cuando la nuestra es la "era de la imagen" que acaba reduciendo el n¨²mero de interlocutores a quienes tienen ya una imagen hecha.
Pero ni hay tiempo suficiente para todo esto -se dir¨¢-, ni las C¨¢maras est¨¢n pensadas para el debate, sino para la votaci¨®n en bloques sin fisuras, ni los partidos van a cambiar sus estrategias internas y externas, ni los ciudadanos pueden acceder en pie de igualdad a la opini¨®n p¨²blica, ni est¨¢n dispuestos a asumir la parte queles corresponder¨ªa en los acuerdos. Por eso los deliberacionistas siguen citando los mismos experimentos (Porto Alegre, en Brasil; Villa del Rosario, en Per¨², y alg¨²n otro), todos en pa¨ªses en desarrollo y en lugares con dimensiones manejables, pero no hay modelo deliberacionista para Estados nacionales, ni siquiera para comunidades aut¨®nomas. ?Qu¨¦ quieren decir entonces quienes siguen proponiendo en la vida pol¨ªtica una democracia deliberativa? A mi juicio, pueden querer decir dos cosas al menos, bastante diferentes entre s¨ª.
Por una parte, pueden querer decir que, a la hora de tomar decisiones, conviene aumentar las negociaciones con los sectores m¨¢s afectados, y potenciar debates sobre diversos temas en la esfera p¨²blica; pero sin modificar el funcionamiento de las C¨¢maras, ni tampoco las estrategias de los partidos o la incidencia de los ciudadanos en la vida pol¨ªtica. Con lo cual se da por bueno que la pol¨ªtica agregativa es insuperable, que los di¨¢logos pueden ser a lo sumo negociaciones de intereses en conflicto y no un medio de transformar preferencias privadas en metas comunes. De donde se sigue que puede haber a lo sumo "poliarqu¨ªa", como dec¨ªa Robert Dahl, pero no democracia, y que el republicanismo es una palabra vac¨ªa.
Pero es posible tambi¨¦n seguir creyendo en que los ciudadanos pueden hacer algo m¨¢s que sumar intereses y atenerse a la mayor¨ªa, que son capaces de convertirse en un pueblo con aspiraciones compartidas y prop¨®sitos comunes en cuestiones de justicia. Y para convencerse de ello es preciso ir a las bases, cuando hay en ellas experiencia de deliberaci¨®n: a los comit¨¦s y comisiones de ¨¦tica en las distintas esferas de la vida social, cuando tratan de encontrar con argumentos lo mejor para sus beneficiarios; a los hospitales y centros de salud, a las universidades y centros escolares, a la acci¨®n de los jueces, a los comit¨¦s de las empresas, a las comisiones de medios de comunicaci¨®n, a los ayuntamientos, a las asociaciones profesionales; a todos estos lugares cuando se toman en serio las metas por las que existen, y no las traicionan content¨¢ndose con la negociaci¨®n y la suma de intereses.
Potenciar la deliberaci¨®n en todos ellos permite hacerla cre¨ªble y mostrar con hechos que ¨¦se deber¨ªa ser el procedimiento habitual en la vida cotidiana para decidir con justicia en cuestiones vitales que afectan a todos. Que deber¨ªa convertirse en costumbre el di¨¢logo de quienes est¨¢n dispuestos a argumentar y tambi¨¦n a dejarse convencer con argumentos, y lo otro, el recuento de votos sin aut¨¦ntico di¨¢logo, deber¨ªa ser lo excepcional, no digamos ya la imposici¨®n. Una convicci¨®n semejante tendr¨ªa que alcanzar poco a poco a las C¨¢maras y los partidos, si el r¨®tulo "democracia deliberativa" quiere significar algo operativo en la vida pol¨ªtica.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y directora de la Fundaci¨®n ETNOR.
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