"Quiero tener una vida normal"
Ruth, una ecuatoriana que trabaja como asistenta de hogar, carece de papeles, a pesar de que su empleador quiere contratarla legalmente
Ruth Merch¨¢n Alvarado, 32 a?os, ecuatoriana de Guayaquil, lleva cinco a?os sin ver a sus cuatro hijos m¨¢s que en fotograf¨ªa. Tres llamadas semanales de apenas unos minutos es su ¨²nica forma de sentir cerca lo m¨¢s preciado que tiene. Cuando se enrol¨® en la aventura de cruzar el Atl¨¢ntico no buscaba dejar atr¨¢s una vida de miserias marcada por una familia autoritaria, ni la carga de un marido borracho que se beb¨ªa la paga que ganaba en empleos eventuales en la agricultura o la construcci¨®n. Ruth s¨®lo quer¨ªa "lo mejor" para sus cuatro hijos. Marcia, la mayor, de 14 a?os, sufre retraso mental.
Ruth sabe bien lo que es el dolor. Esconde sus brazos bajo una camisa rayada que se remanga para aliviar el sofocante calor. "Me da verg¨¹enza. Tengo marcas en los brazos por los azotes que me daban en casa con una tira de cuero", explica la mujer, que achaca este comportamiento a la r¨ªgida disciplina con la que se educaban a los hijos en su pa¨ªs.
Jes¨²s Gallego conf¨ªa en que el nuevo reglamento permita la regularizaci¨®n de Ruth
Tampoco oculta su dolor moral, el que le provoca estar sola en un pa¨ªs extranjero y sin la posibilidad, que quienes pueden disfrutar ni siquiera se cuestionan, de abrir una cuenta en un banco, pasear sin miedo a que la polic¨ªa le pida la documentaci¨®n o, lo m¨¢s importante para ella, poder viajar a Ecuador para "sentir" a su familia.
Esta mujer, que a pesar de tener ya hijos estudi¨® hasta primero de derecho, vendi¨® todo lo que pose¨ªa cuando decidi¨® venir a Espa?a. Desde los electrodom¨¦sticos hasta los colchones. Tuvo incluso que dejar como aval la escritura de la casa de sus padres -no ten¨ªa vivienda propia- para que un coyote (un prestamista) le consiguiera el billete de avi¨®n, por el que pag¨® 3.000 euros, cuando en realidad no costaba m¨¢s de 800. Sus padres -que viven junto a su hermana, su cu?ado y sus cinco sobrinos- se hicieron cargo tambi¨¦n de los cuatro ni?os de Ruth. "Mi marido nos hab¨ªa abandonado y alguien los ten¨ªa que cuidar", recuerda con los ojos vidriosos.
Ruth es una m¨¢s de los miles de extranjeros que trabajan en Espa?a sin tener los papeles. Diversas fuentes sit¨²an la cifra de inmigrantes irregulares entre 500.000 y 800.000. Muchos de ellos, la mayor¨ªa mujeres, consiguen colocarse como asistentas de hogar. ?se es el caso de Ruth Merch¨¢n.
Esta ecuatoriana trabaja desde 2002 para Jes¨²s Gallego, de 39 a?os, funcionario del Estado, y Pilar Montero, profesora universitaria, de 35. El nacimiento de Diego, su primer hijo, oblig¨® a este matrimonio a buscar una persona que se hiciera cargo del "enano". "Un conocido nos habl¨® de ella y nos dio muy buenas referencias", explica Gallego en el estudio de su casa. "No ¨ªbamos a dejar el ni?o con cualquiera..."
Por aquel entonces, Ruth ya hab¨ªa sido asistenta en varias casas y hab¨ªa trabajado de interna cuidando a una mujer mayor durante ocho meses. "No tengo papeles", admiti¨® Ruth a la pregunta del matrimonio sobre si pose¨ªa la documentaci¨®n en regla. El 5 de julio de 2001 Ruth hab¨ªa "metido los papeles". Pas¨® un a?o hasta que le reclamaron en la oficina de Extranjer¨ªa una documentaci¨®n que le faltaba. S¨®lo 10 d¨ªas despu¨¦s recibi¨® la denegaci¨®n del permiso de residencia. De la reclamaci¨®n que interpuso hace ahora dos a?os todav¨ªa no tiene noticias.
"Quer¨ªamos que Ruth tuviera los papeles, tanto por ella como por nosotros, que siempre hemos sido conscientes de que emplear a alguien indocumentado es ilegal", explica Gallego. Pero conseguirlo era una tarea mucho m¨¢s ardua de lo que imaginaban. Visitaron a unos abogados de UGT -"para que nos informaran, porque and¨¢bamos un poco despistados en el tema", recuerda el empleador- y a las oficinas de la Seguridad Social para tratar de regularizar a Ruth en virtud de un contrato laboral. "Desde el primer momento nos lo pusieron muy negro", comenta Gallego, quien explica que "la Seguridad Social no permite dar un alta a alguien sin permiso de trabajo".
Ruth lleva ya dos a?os con esta familia. Diego, "mi gordito", como ella llama cari?osamente al benjam¨ªn, es el ni?o de sus ojos. Se siente como pez en el agua con las tareas dom¨¦sticas, que desarrolla entre las 8.30 y las tres de la tarde, por un sueldo de 511 euros al mes. "Con mis dos medias pagas al a?o y mis vacaciones aparte", a?ade la mujer, que se confiesa m¨¢s "amiga" que "empleada" de su "se?ora".
Aspira a legalizar su estancia con el nuevo reglamento de la Ley de Extranjer¨ªa, que contempla la regularizaci¨®n de los inmigrantes que llegaron a Espa?a durante el mandato del anterior Gobierno del PP, siempre y cuando tengan una oferta de trabajo en regla y est¨¦n empadronados. "Quiero tener una vida normal, hacer lo que hace todo el mundo", asegura.
?ste es el mismo anhelo de su "se?or", quien conf¨ªa en que el nuevo desarrollo legal regularice a los extranjeros que tengan un empleo, de modo que Ruth finalmente pueda disfrutar de todos "los derechos y deberes como uno m¨¢s". "Lo ideal ser¨ªa que los extranjeros puedan legalizar su situaci¨®n de hecho, porque ellos ya est¨¢n trabajando, y ser¨ªa absurdo que tuvieran que empezar desde cero", argumenta Gallego, al tiempo que a?ade que "carece de sentido" que alguien con trabajo tenga que ser expulsado del pa¨ªs.
Mientras, Ruth sigue recordando las palabras de su hijo Alexander, de 12 a?os, quien una vez le reproch¨® por carta que le hubiera dejado a ¨¦l y a sus tres hermanos en Ecuador "s¨®lo por el dinero y sin pensar en ellos".
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