"No s¨¦ por qu¨¦ funeral empezar"
Los vecinos de Besl¨¢n vagan en busca de sus familiares desaparecidosy tratan de superar el horror que se vivi¨® en el interior de la escuela
"Hay tantos seres queridos que se me han muerto, que no s¨¦ por qu¨¦ funeral empezar". Esta frase que expresaba la impotencia y la limitaci¨®n humana frente a la cat¨¢strofe, se pod¨ªa escuchar ayer muchas veces, con peque?as variaciones, de labios de mujeres y hombres de Besl¨¢n, que vagaban por la ciudad desde primeras horas de la ma?ana, con las fotos de sus seres queridos en la mano, en busca de alguien que les dijera qu¨¦ hab¨ªa sido de ellos.
El destino de la mayor¨ªa era la cl¨ªnica central de la ciudad, en cuyas paredes colgaban distintas listas de hospitalizados, unas a mano, otras a m¨¢quina, incompletas y en parte coincidentes. "La desgracia no ha hecho m¨¢s que empezar", fueron las primeras palabras que pronunci¨® Zveta, al salir a la calle. La primera persona con la que se top¨® fue su vecino Kazbek Zug¨®iev, que, en silencio y con el rostro desencajado, iba en busca de su esposa y sus cuatro hijos, Julia, de 14, V¨ªktor, de 13 a?os, Asl¨¢n, de 11, y Vazl¨¢n, de 8. Antes de la explosi¨®n, vieron a la madre que se manten¨ªa junto a sus hijos, protegi¨¦ndolos. Despu¨¦s, nadie sab¨ªa nada. A pocos metros, Sveta se encontr¨® con unas mujeres que iban en busca de Elbr¨²s Jud¨¢lov, y su hijo de 10 a?os. Y as¨ª, uno tras otro, quienes se hab¨ªan quedado sin hijos, sin marido, sin esposa, sin parientes, imprim¨ªan car¨¢cter a la ciudad, que no acababa de comprender que la realidad hab¨ªa superado los pron¨®sticos m¨¢s pesimistas.
"Un terrorista iba por un pasillo del colegio cargado de granadas y un ni?o en cada mano"
A mediod¨ªa, los habitantes de Besl¨¢n comenzaron a salir del trance, para dar rienda suelta a su dolor. Frente al Palacio de Cultura, donde se proyectaba estos d¨ªas La Pasi¨®n de Cristo de Mel Gibson, fueron convocados los familiares que no hab¨ªan encontrado a los suyos. Nadie acudi¨® a consolarlos o a darles una explicaci¨®n, pero ellos expresaban sus reproches en voz alta: "?C¨®mo es posible que dejaran venir hasta aqu¨ª a los terroristas, atravesando todo el territorio de la rep¨²blica, salt¨¢ndose todos los controles? La culpa es de nuestra polic¨ªa corrupta, que se llena bien los bolsillos. En cambio, a nosotros, que nos vemos obligados a trapichear por necesidad, bien que nos paran en cada control", gritaba F¨¢tima.
En la multitud de personas afligidas, las quejas eran contra los dirigentes de Osetia del Norte, y no contra Mosc¨² ni sus l¨ªderes. Hab¨ªa tambi¨¦n quien alud¨ªa a los ingushes y a los chechenos. "No habr¨ªa que haberles dejado volver a nuestras tierras", dec¨ªa una mujer que a principios de los noventa tuvo que huir de un pueblo de Osetia del Norte atacado por los ingushes. En c¨ªrculos m¨¢s reducidos, hab¨ªa algunas cr¨ªticas a los servicios de seguridad y tropas de intervenci¨®n especial, por no haber sido m¨¢s decididas a la hora de salvar rehenes. "Fueron los j¨®venes de Besl¨¢n los que entraron en el edificio a salvar a los suyos. Los agentes de los cuerpos de intervenci¨®n especial vinieron al final", se?al¨® Mayarbek Tuayev, que particip¨® en el rescate con la esperanza frustrada de encontrar a su hija Ina, de 15 a?os. Sus otros dos hijos pudieron huir el primer d¨ªa.
El paseo por la ciudad resultaba siniestro: La gente esperaba los ata¨²des en los patios, y siguiendo las costumbres ancestrales de la zona, las mujeres se retiraban al interior de las casas a llorar junto al ata¨²d, mientras los hombres, se manten¨ªan fuera, de pie. Hombres silenciosos, fumando juntos, indicando la presencia de un muerto: algunos eran conocidos, como el hermano y la madre de un famoso campe¨®n de lucha local. Otros eran beb¨¦s, sin apenas biograf¨ªa, y eran tantos que resultaba imposible contarlos o retener los nombres de todos ellos. Bela, la hija de la farmac¨¦utica F¨¢tima Nukz¨¢rova, estaba entre los que se salvaron. "Al principio cre¨ª que era una sesi¨®n de entrenamiento por si ocurr¨ªa un secuestro", cont¨® Bela a esta corresponsal. Seg¨²n la ni?a, el primer d¨ªa los secuestradores les dieron agua y les permitieron ir al lavabo, pero despu¨¦s las condiciones se endurecieron y los secuestradores les dijeron que las ca?er¨ªas estaban minadas y se limitaron a echar un trapo mojado de vez en cuando al gimnasio donde estaban la mayor¨ªa de los rehenes, y a repartir algunos cubos. Tambi¨¦n obligaron a los mayores a recoger los papeles que los ni?os utilizaban para hacer sus necesidades.
Los peque?os, que al principio se mantuvieron callados, comenzaron a gemir y a pedir agua a partir del segundo d¨ªa. Bela pas¨® hambre y recuerda "que una mujer que amamantaba a su ni?o, nos daba de vez en cuando una cucharadita de su leche". Los rehenes fueron obligados a entregar sus tel¨¦fonos. Dos de las mujeres no lo hicieron y llamaron por sus m¨®viles a la polic¨ªa. Fueron descubiertas y castigadas. "Les dispararon y volvieron chorreando sangre y resta?¨¢ndola con un trapo". En el gimnasio, estaban todos juntos, pero los hombres m¨¢s mayores, fueron llevados a un pasillo en el edificio central de la escuela y all¨ª mantenidos de rodillas y con las manos atr¨¢s, seg¨²n Bela. La ni?a dijo que "los hombres fueron fusilados. No lo vimos, pero lo o¨ªmos".
Bela recuerda que el jefe de los secuestradores iba vestido "con una t¨²nica negra como si fuera un monje y hablaba en checheno con los otros secuestradores, que nos traduc¨ªa lo que dec¨ªa. Hab¨ªa tambi¨¦n dos mujeres, vestidas como el jefe. Las vimos el primer d¨ªa, pero despu¨¦s desaparecieron y no las vimos m¨¢s. Dicen que lograron huir disfrazadas de enfermeras", se?ala la ni?a. Bela estaba sentada cerca de la ventana junto a la que hubo una explosi¨®n, seg¨²n ella de una de las minas, y sali¨® por el boquete, hasta que se encontr¨® con un salvador, un vecino suyo que trabaja en el organismo encargado de lidiar con las cat¨¢strofes. Bela recuerda que hac¨ªa un calor insoportable y se le saltan las l¨¢grimas cuando piensa en su amiga Marina, a la que todav¨ªa no han encontrado. Solo r¨ªe una vez, cuando piensa en otra de sus amigas, muy gorda, que ha perdido varios kilos en la odisea. "A esa s¨ª que le ha sentado bien", afirma.
Zurab, uno de los participantes en el rescate, lloraba ayer cuando recordaba lo que vio. "Indescriptible, no hay palabras, para expresar el horror". "Los terroristas utilizaron a los ni?os como escudos en las ventanas", dec¨ªa Zaur. "Hubo detalles horribles, como el terrorista que iba por un pasillo del colegio cargado de granadas en el cuerpo y con un ni?o en cada mano", cuenta. "Un miembro de los cuerpos de intervenci¨®n especial le dijo que no avanzara, pero ¨¦l sigui¨® movi¨¦ndose, solt¨® a los ni?os e hizo adem¨¢n de activar una granada. El soldado dispar¨® y tanto el terrorista, como los ni?os, que se proteg¨ªan el rostro con los brazos, saltaron por los aires", afirma.
Ayer, las gr¨²as desescombraban los restos calcinados del gimnasio, donde todav¨ªa hab¨ªa cad¨¢veres no identificados. Desde la fachada principal de la escuela se ve¨ªan los camiones refrigeradores tra¨ªdos para recoger los cuerpos. "La venganza es una cuesti¨®n individual. Cada uno debe decidir por s¨ª mismo. Pero una cosa es cierta. S¨®lo nos tenemos a nosotros mismos", afirmaba Zaur.
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