Las tres y las cuatro solas
Estampa fina, rom¨¢ntica, l¨ªrica; a cada minuto, se a?ora el anterior, porque est¨¢ mejor en estas vidas. Sobre todo, la de las mujeres. Federico Garc¨ªa Lorca tuvo siempre un inter¨¦s en mostrar el drama de la mujer espa?ola. Antes de esta obra, Bodas de sangre y Yerma: despu¨¦s, La casa de Bernarda Alba. La mujer condenada, encerrada, abandonada, muerta; no siempre por un hombre, porque a veces la tiran¨ªa viene de una mujer que mantiene el tono del encierro y el destino escrito. Otra constante de Federico es una especie de preexistencialismo, como el que luego desarrollar¨ªan Sartre, Camus y otros. Hay como dos barrotes cruzados: uno es el espacio, otro el tiempo. Son los que cortan las salidas y se valoran entre s¨ª: uno impide buscar fuera, otro envejece, va matando los deseos, las necesidades, sin crear otras en cambio.
Do?a Rosita la soltera o el lenguaje de las flores
De Federico Garc¨ªa Lorca (1935). Int¨¦rpretes: Roberto Quintana, Alicia Hermida, Julieta Serrano, Ver¨®nica Forqu¨¦, Alberto Rubio, Eva Rom¨¢n , Macarena Vargas, Palmira Ferrer, Jes¨²s Prieto, Ana Mar¨ªa Ventura, Pepe Caja, Rosa Vivas, Fernando Sansegundo, Antonio Escribano. Coreograf¨ªa: Manuela Vargas. M¨²sica: Mariano D¨ªaz. Vestuario: Miguel Narros y Andrea d'Odorico. Iluminaci¨®n: Juan G¨®mez Cornejo. Direcci¨®n: Miguel Narros. Teatro Espa?ol.
Es el drama de Do?a Rosita. La vemos en 1890 y tiene un novio que es al mismo tiempo pasi¨®n, salida, realizaci¨®n: pero se le va. "Se la fue el novio", se dec¨ªa por entonces, y despu¨¦s, de las chicas que se quedaban "para vestir santos": las solteras. Pasa el tiempo y son solteronas. En el segundo acto han pasado diez a?os, y la noticia es que el novio sigue en Am¨¦rica, y la esperanza y la mujer se mustian. Estamos en Granada, hemos visto a las Manolas, que viven en la calle de Elvira y pasean por la Alhambra "las tres y las cuatro solas": ellas y su madre viuda, y en esa soledad sin hombre hay, adem¨¢s, hambre entre ellas. Cuando se sabe ya que el novio de Rosita no volver¨¢ nunca, y que ha muerto el hombre de la familia -su t¨ªo- y ha llegado, tambi¨¦n, la pobreza de las mujeres solas, la casa se abandona, el jard¨ªn se mustia, Do?a Rosita y la criada y la t¨ªa se marchan: se acaba todo. Claro que hay cursiler¨ªa: el piano de la salita, los remilgos, los pastelitos de cumplea?os... Es una cr¨ªtica de la burgues¨ªa: dentro de ella, hay el drama existencialista de la mujer que ir¨¢ a cuajar a la tragedia, mucho m¨¢s perfecta y fuerte, de La casa de Bernarda Alba. La forma telesc¨®pica en que lo construye Lorca, metiendo en la sequedad de las vidas dominadas por el tiempo y la nada las actualidades del mundo, el avi¨®n y los autom¨®viles, y las muchachas nuevas y j¨®venes que est¨¢n viendo simult¨¢neamente las vidas rotas y las suyas que se hacen libres; y escribi¨¦ndolo ya en 1935, donde hab¨ªa feministas y mujeres jefes de partido y abogadas, da esa sensaci¨®n de fin de ¨¦poca.
Narros lo representa ahora, en 2004; otro telescopio a la inversa m¨¢s; en nuestra manera de mirar esos tres pasados hay ya como una superioridad. Ya somos otros, ya somos libres. Pero el peri¨®dico del d¨ªa nos habla de m¨¢s mujeres asesinadas por sus hombres, de peores tratos, de menos trabajo para la mujer y menos remunerado.
En esta elaboraci¨®n de Narros hay, creo yo, una nostalgia propia de Ch¨¦jov y, sobre todo, de El jard¨ªn de los cerezos, con ese final donde la casa va vaci¨¢ndose de maletas, de personas; el geom¨¦trico decorado est¨¢ vac¨ªo y la puerta del invernadero se golpea incesantemente, como en el jard¨ªn se oye el ruido seco del hacha que rompe los cerezos. El jard¨ªn, donde el tipo bot¨¢nico cultivaba rosas simb¨®licas, va a desaparecer para una edificaci¨®n. Est¨¢ bien: una y otra reflejan el final de una ¨¦poca, la entrada de otra vida. Ha forzado Narros una dicci¨®n muy lenta, y unos movimientos de coreograf¨ªa. Perjudican la acci¨®n: media hora menos con el mismo texto dar¨ªa incluso m¨¢s nostalgia al texto. Y estar¨ªan mejor los actores: estar¨ªa mejor la fr¨¢gil y dolorida Ver¨®nica Forqu¨¦, aunque no deje de abandonar el tr¨¢nsito de su gesto. Se salva Alicia Hermida: es indomable, y representa como ella lo hace, y coloca sus frases a la manera antigua, y mete m¨¢s teatro y m¨¢s vida en la nostalgia. El p¨²blico del estreno se lo agradeci¨®, aplaudi¨® sus mutis, la ovacion¨® al final: cre¨ª leer en los labios de Ver¨®nica que se dirig¨ªa a Narros pidi¨¦ndole que dejase a Alicia adelantarse y salir sola. No pas¨®, no habr¨ªa tiempo. Pero las ovaciones fueron para todos, y muy especialmente para Miguel Narros; por la obra y por todo lo que supone en el teatro nacional.
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