Piernas madrile?as
Sostengo la teor¨ªa de que la gente en Madrid no sabe andar, aunque no he llegado en ese sentido a ninguna conclusi¨®n que se tenga en pie. Les hablo, eso s¨ª, de un trabajo de campo extendido a lo largo de muchos a?os de peatonalismo ciudadano, y al que puedo aportar, aparte de mis piernas, un inter¨¦s -m¨¢s que sociol¨®gico- regeneracionista. Veo en esa malandanza generalizada de los madrile?os una carencia moral. Andar se anda por muchos sitios distintos y de maneras conspicuas, incluso intrincadas. No hace falta ser un paranoico ultra-puritano fijado en los tobillos y r¨®tulas de las mujeres -como aquel inolvidable protagonista de ?l, la pel¨ªcula mexicana de Bu?uel- para subir escaleras y cruzar patios andando en un zig-zag de ajedrez. Por mi barrio se ve a un hombre bien vestido y, seg¨²n parece, funcionario de Correos (nada de un clochard de los que piden limosna y duermen acartonados al raso) que nunca pisa en duro; avanza por las calles saltando de alcorque en alcorque, all¨ª donde hay ¨¢rboles, de banco en banco (siempre que sean de madera), y si no camina por el asfalto, o lo que llamamos tal: jam¨¢s sobre baldosa. No quiero hablar, sin embargo, de psicopat¨ªas, sino del com¨²n denominador.
Familias, por ejemplo. Comprendo que salir a la calle de paseo comporta un riesgo de disgregaci¨®n social, pero ?es normal que unos padres que van con sus cuatro hijos y tal vez una abuela renqueante, pretendan circular por las estrechas aceras de Madrid en formaci¨®n de escuadra romana? Hay tardes de domingo que no hay manera de adelantar (ni siquiera haciendo sonar el claxon de tu voz) a estos todoterrenos familiares chapados a la antigua. Eso en cuanto a densidad. Luego est¨¢ la velocidad. Reconozco que soy un poco atolondrado, ahora bien ?nadie tiene prisa en esta ciudad en ning¨²n momento? El paso de la oca prusiano es una acelerada carrera de cine mudo comparado con el andar pisando huevos de los viandantes madrile?os, incluso en d¨ªa laborable. He recibido tantas miradas de conmiseraci¨®n por pedir por favor paso en las calles Preciados o Goya. ?Ad¨®nde ir¨¢ ¨¦ste con estas prisas? Le va a dar un infarto, buen hombre, si se toma las cosas tan a pecho. ?C¨®mo explicarles que el metro estuvo parado diez minutos en un t¨²nel y mi pel¨ªcula empieza a las 20.30 en punto?
El metro. En el metro se condensan los mayores vicios del madrile?o malandante. No toda la culpa es suya, lo reconozco. Los grandes art¨ªfices de la dinast¨ªa manzanata no construyeron pir¨¢mides; el empe?o favorito de esa etapa prehist¨®rica fue meter tubos subterr¨¢neos cada dos por tres y hacer fara¨®nicas obras en el metro. Tengo una debajo de mi ventana, un intercambiador de transportes que uso a menudo. Ni en el desierto del Nilo, que sufre m¨¢s sequ¨ªa que Madrid, se les habr¨ªa ocurrido rematarlo con unas gigantescas urnas de cristal que cada vez que llueve calan, y aparecen entonces el socorrido, proverbial, inmarcesible cubo de aluminio y el serr¨ªn, esa caspa de la espa?olada. No es lo ¨²nico. El opulento intercambiador que hay frente a mi casa y, en general, todas las estaciones nuevas del metro han sido dotadas de unas escaleras autom¨¢ticas que -cuando funcionan; va por d¨ªas- s¨®lo dan cabida en cada pelda?o a una persona y media, sin contar naturalmente los maletones y bolsas que suelen llevar los viajeros. A ning¨²n ingeniero proyectista se le ocurri¨® que un rezagado quiera y necesite subir o bajar esas escaleras corriendo y no con la pachorra que embarga a la masa usuaria; pocos de quienes van apelmazadamente en los 'escalators' piensan que el otro pueda perder un tren o llegar tarde a una entrevista de trabajo. El Otro. ?se es el problema.
En d¨ªas particularmente ajetreados he llegado a dudar, al toparme con una de esas familias-monovolumen o con tres amigos taponando la escalera del metro, de que aqu¨ª alguien recuerde que existe m¨¢s gente a su alrededor. Aquel antiguo concepto llamado "vivir en sociedad". Son los d¨ªas en que a uno le dan ganas de "desaprender a andar" y "echar a volar por los aires bailando", como dec¨ªa el Nietzsche m¨¢s dionisiaco.
No s¨¦ si los humanos ser¨ªamos as¨ª, seg¨²n lo ve¨ªa el fil¨®sofo, "miembros de una comunidad superior". Pero al menos de ese modo se podr¨ªa escapar al gran atasco del ego¨ªsmo circulatorio. Por piernas.
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