No-ficci¨®n
HAY UN creciente descr¨¦dito de la ficci¨®n. Las grandes plumas se pasan poco a poco a la biograf¨ªa, a las memorias, al documental, el reportaje o la historia "basada en hechos reales". La presi¨®n de la demanda de realidad era ya sensible antes del 11-S, pero a partir de entonces no ha hecho m¨¢s que aumentar. ?sta es una situaci¨®n que -como el pleno empleo, cuya llegada se anuncia de un d¨ªa para otro- es propia de las ¨¦pocas de guerra: en ellas, los servicios de (ojo a la terminolog¨ªa) inteligencia e informaci¨®n contaminan de tal modo las "noticias" que se teme que, a¨²n con mayor motivo, las ficciones que se divulgan sean pura propaganda. La correcci¨®n pol¨ªtica, que se va imponiendo como c¨®digo hegem¨®nico de lectura "cr¨ªtica", es otro s¨ªntoma de lo mismo: tomamos las ficciones como posibles astucias del enemigo para infiltrar su p¨¦rfido mensaje y les imponemos la misma censura previa que, durante los conflictos armados, tutela el contenido de los espect¨¢culos para evitar que minen la moral de victoria de la poblaci¨®n movilizada. Es posible que los escritores tengan alguna responsabilidad en este estado de cosas: algunos de ellos han insistido tanto en la presencia de su ego en sus f¨¢bulas que han contribuido a que el p¨²blico haya perdido casi por completo una distinci¨®n que no hace mucho era obvia -la que diferencia al autor de su editor, y al escritor de sus personajes-, de manera que hoy no es raro que se pretenda hacer a un autor o a sus editores responsables, incluso penalmente, de las palabras, acciones y omisiones de sus criaturas narrativas. Evidentemente, el gusto por la ficci¨®n no puede sobrevivir f¨¢cilmente a estas condiciones de lectura.
Lo malo del caso es que una sociedad que pierde el gusto por la ficci¨®n pierde tambi¨¦n el gusto por la realidad (pues los dos no constituyen m¨¢s que un solo y el mismo sentido). As¨ª como se han ido tornando insoportables las ficciones que no contribuyen a elevar la moral de las tropas lectoras, es decir, las simples ficciones, as¨ª tambi¨¦n los simples hechos se han vuelto, adem¨¢s de raros, indigestos, y han de ser servidos en el higi¨¦nico y tranquilizador envoltorio de la opini¨®n, precocinada por esos l¨ªderes de la misma que en Italia se llaman tuttologos (sabelotodo) y aqu¨ª tertulianos, y que forman la nueva clase intelectual emergente de los servicios de inteligencia cr¨ªtica. Al margen de la val¨ªa de las personas que la realizan, esta nueva funci¨®n convierte la realidad en un espect¨¢culo edificante o a veces simplemente ameno, mediante una t¨¦cnica que tan s¨®lo en sus contenidos difiere de la de los habitualmente denostados reality shows o programas-basura, y que de nuevo se basa en la preponderancia del ego opinante sobre el hecho opinable. Pues as¨ª como hay empleos-basura (cuya proliferaci¨®n es lo ¨²nico que crea la ilusi¨®n de pleno empleo) y guerras-basura (ejemplos sobran), hay tambi¨¦n inteligencia-basura e informaci¨®n-basura (la que no es m¨¢s que publicidad, opini¨®n o propaganda) y ficci¨®n-basura (la que ¨²nicamente contiene correcci¨®n pol¨ªtica). La coalescencia de estas dos ¨²ltimas, adem¨¢s de una gran confusi¨®n en el "mundo de las letras", genera un resultado social explosivo: a la progresiva incapacidad de distinguir entre realidad y ficci¨®n se suma la de hacerlo entre verdad y opini¨®n. Porque esta incapacidad es caracter¨ªstica de los menores de edad. Y aunque el caso de los ni?os (que toman la ficci¨®n por verdad) no sea igual que el de los adolescentes (que la toman por falsa), ambos difieren del adulto, que es quien, justamente por tener sentido de la realidad, tiene tambi¨¦n sentido de la ficci¨®n, y no la confunde con la verdad ni con la falsedad. De modo que, parad¨®jicamente, la creciente demanda de realidad puede perfectamente ser un s¨ªntoma de un descr¨¦dito de ella por lo menos comparable a la decadencia de la ficci¨®n.
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