Duelo de arquitectos en la 'zona cero'
Autoridades, víctimas, propietarios y encargados de la reconstrucción se enfrentan en Nueva York
De las ruinas y el vacío físico dejado tras los atentados del 11-S en los 64.000 metros cuadrados que ocupaba el World Trade Center de Nueva York, nació hace tres a?os una ardua batalla entre política, arquitectura, emociones, dinero y poder que aún hoy sigue sin resolverse. La prueba más clara es que, desde que 1,5 millones de toneladas de escombros fueron retirados en 2002, la zona cero apenas ha mutado. Hay un edificio en construcción, el 7 World Trade Center, y se ha abierto una estación de tren provisional, pero el espacio sigue siendo, básicamente, un gigantesco descampado reconvertido en un simbólico centro de peregrinación al que acuden miles de turistas atraídos por esa mezcla de horror y respeto que provoca el saber que allí fallecieron 2.792 personas un fatídico 11-S. Ese día no sólo cambió el curso de la historia, sino la geografía de una urbe en la que las Torres Gemelas tenían denominación de origen.
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"No existe un manual de instrucciones para explicarle a una ciudad qué hacer cuando sus edificios más altos han desaparecido dejando un vacío en su corazón", asegura el premio Pulitzer Paul Goldberg, que ha tratado de describir el extraordinario culebrón que se ha desarrollado en torno al descampado más emblemático del planeta en el libro Up from zero, publicado recientemente y en el que se afirma: "El idealismo y el cinismo se han encontrado en la zona cero y, hasta ahora, siguen en tablas". Goldberg se refiere al conflicto de intereses que ha empa?ado el proceso de reconstrucción y que ha enfrentado a los diversos actores en juego -las autoridades de la ciudad, los familiares de las víctimas y el arrendatario del World Trade Center, Larry Silverstein-, además de a sus dos principales arquitectos, Daniel Libeskind y Daniel Childs.
Libeskind fue el ganador en febrero de 2003 del concurso para el redise?o de la zona con la propuesta Memory foundations, cuyo pilar básico es el futuro edificio más alto del mundo, la Torre de la Libertad, un rascacielos de 541 metros (1.776 pies, cifra simbólica porque alude a la fecha de la independencia norteamericana) presidido por una espiral en su cima que emula la antorcha de la Estatua de la Libertad. El proyecto fue torpedeado por Silverstein, que impuso a Daniel Childs para construir la torre ante la indignación y la impotencia de Libeskind. ?ste tuvo que plegarse a los deseos del arrendatario, que además es clave en la reconstrucción puesto que posee, gracias a la indemnización de los seguros, al menos una tercera parte de los 11.000 millones de dólares que se calcula costará recuperar la zona cero.
Libeskind y Childs se pelearon públicamente durante meses, hasta que el gobernador George Pataki les obligó a alcanzar un compromiso. "El resultado es que la Torre de la Libertad es ahora un híbrido mediocre", aseguraba Goldberg esta semana. Libeskind trató el martes ante la prensa extranjera de acallar los rumores sobre la tensión que ha rodeado el proyecto afirmando que "sólo han cambiado peque?os detalles". No obstante, el arquitecto denunció en julio a Silverstein, acusándole de "cuestionar la viabilidad comercial del proyecto y de buscar un cambio para maximizar la rentabilidad del espacio de oficinas" y le exige 800.000 dólares.
La primera fase de un proyecto que podría tardar en completarse 15 a?os debido a los problemas de financiación, debería finalizar en 2009, con la inauguración de la Torre de la Libertad, la plaza Wedge of Light en torno a la que se elevarán más tarde centros culturales y otros tres edificios de oficinas y el nuevo planteamiento urbanístico, que abrirá nuevas calles en la zona.
Otra polémica pieza de este puzzle arquitectónico es el memorial Reflejando ausencias firmado por Michael Arad, que consiste en dos piscinas que se construirán sobre la huella de las dos torres con los nombres de las víctimas y un museo. La propuesta, que se integrará dentro del proyecto de Libeskind, ha provocado la ira de las familias de los fallecidos, que lo consideran "un homenaje a los edificios, no a las víctimas", en palabras de Allan Horwitz, que perdió a su hijo en la torre norte. El futuro del memorial es hoy incierto puesto que no hay dinero para financiarlo y ocurre lo mismo con los cuatro centros culturales escogidos en un oscuro concurso que ha sido fuertemente criticado por The New York Times y que convocó la Lower Manhattan Development Corporation, la organización creada por el Ayuntamiento y el Estado de Nueva York para supervisar la reconstrucción de la zona.
Santiago Calatrava, el arquitecto espa?ol encargado de la creación de un intercambiador de transportes por el que pasarán diariamente unas 100.000 personas, es quizá el único que ha salido ileso de toda la polémica. Su proyecto ha sido aplaudido por todas las partes implicadas, incluido Libeskind, que lo ha calificado de "excepcional". Calatrava construirá una estación cuya estructura transparente evoca las alas de una paloma que se abrirán cada 11-S y que iluminará el espacio con luz natural.
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