La cultura de la muerte
COMO EN OTROS momentos cr¨ªticos de la historia, la cultura de la muerte recupera protagonismo. Es la cultura de los terroristas, pero tambi¨¦n la cultura con la que algunos Gobiernos se enfrentan a los terroristas. "Indiferencia ante la muerte de los dem¨¢s", lo ha llamado Bernard-Henri L¨¦vy. Esta indiferencia est¨¢ en los asaltantes de la escuela de Osetia, que ya no respetan ni a los ni?os, pero tambi¨¦n en la estrategia de Putin, que desde que empez¨® a gobernar ha buscado apuntalar su legitimidad sobre cad¨¢veres. Est¨¢ en los atentados de Ham¨¢s y en las respuestas del Gobierno de Sharon. Est¨¢ en la secuencia de objetivos de la resistencia terrorista iraqu¨ª: primero; soldados americanos; despu¨¦s, polic¨ªas iraqu¨ªes y pol¨ªticos que colaborasen con los americanos; a continuaci¨®n, periodistas, miembros de empresas extranjeras y finalmente cooperantes, y siempre, como acompa?amiento, la muerte indiscriminada de civiles que tuvieron la desgracia de estar donde explot¨® el coche bomba. Y est¨¢ tambi¨¦n en la guerra indiscriminada como respuesta, porque, como dice el antrop¨®logo Jack Goody, la guerra moderna, librada desde el aire, no hace distinci¨®n entre civiles y militares.
Naturalmente, la indiferencia ante la muerte de los dem¨¢s ha crecido gracias al terror y a su utilizaci¨®n por los que gobiernan para fomentar el miedo como estrategia pol¨ªtica. Leo que un familiar de una v¨ªctima del 11-S, Wikki Stern, ha dicho: "La tragedia es algo que la gente tiende a utilizar en su beneficio". Efectivamente, los pol¨ªticos que nos presentan la lucha antiterrorista como una cruzada moral y que convierten cualquier discrepancia en apoyo al terrorismo se instalan sin pudor sobre la tragedia en busca del r¨¦dito pol¨ªtico. La convenci¨®n republicana era el ¨²ltimo ejemplo, hasta que apareci¨® Putin para desplegar sobre la tragedia de Osetia un discurso antioccidental -de nuevo, el enemigo para cohesionar a los rusos- y neoimperialista -vamos a buscar a los terroristas en cualquier parte del mundo- sobre el que reafirmar su autoritarismo. Lo hace Bush, lo hace Putin, lo hizo Aznar y tantos otros.
Desde el 11-S, y se cumplen ya tres a?os, el terrorismo es la coartada para hacer callar cualquier discordancia. Y para confundir cualquier realidad. El terrorismo se ha convertido en la etiqueta que evita dar explicaciones o buscar respuestas razonables a los conflictos m¨¢s acuciantes. Toda acci¨®n violenta contra un Estado es terrorismo, y todos los terrorismos son iguales. ?sta es la doctrina -que el aznarismo predic¨® entre nosotros- que permite a Putin decir que lo ocurrido en Osetia no tiene nada que ver con Chechenia o a Bush que en Irak no hay resistencia, sino terrorismo internacional. El terrorismo como mal de males que engulle todos los problemas. Y as¨ª se ha ido construyendo una ideolog¨ªa de la seguridad que se ha convertido en dominante. El binomio seguridad-terrorismo ha permitido en un pa¨ªs como Estados Unidos justificar la guerra, modificar legislaciones en detrimento de derechos b¨¢sicos, limitar la libertad de expresi¨®n, crear espacios judiciales fuera de todo control y de toda garant¨ªa y aplicar abusivos e indiscriminados mecanismos de control con derivaciones claramente racistas. Al mismo tiempo, la religi¨®n musulmana, que siempre ha sido vista desde Occidente como la paria de las tres religiones del libro, ha recobrado el papel de signo indicativo del otro, del enemigo contra el que Occidente construye su identidad.
Tres a?os despu¨¦s del 11-S, el terrorismo sigue siendo una amenaza. Pero no es el principal problema del mundo, por mucho que algunos gobernantes empe?ados en borrar lo imborrable, la complejidad del mundo, nos lo quieran hacer creer. El sufrimiento humano tiene much¨ªsimas m¨¢s causas que el terrorismo, pero la ideolog¨ªa de la seguridad que hoy domina no quiere que se hable de ellas. La guerra como prevenci¨®n y como respuesta ha golpeado a los terroristas de Al Qaeda, pero tambi¨¦n les ha abierto nuevos espacios para la acci¨®n. Y, sobre todo, ha servido para minimizar los grandes conflictos del mundo. En nombre de la amenaza terrorista, todo lo dem¨¢s aparece como secundario. La larga lista de conflictos b¨¦licos que pueblan el planeta (siempre con discursos ¨¦tnicos o religiosos atizando el fuego) o son integrados bajo la etiqueta del desaf¨ªo terrorista o no existen. Puesto que todo es terrorismo, todo est¨¢ permitido. La gran potencia mundial est¨¢ en pleno periodo electoral. A juzgar por los mensajes de campa?a, no eligen un presidente de la naci¨®n, eligen un comandante en jefe. S¨®lo algunas voces de ciudadanos tratan, de vez en cuando, de romper el cerco. El cerco de la cultura de la muerte en la que quieren instalarnos.
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