Valverde herido, drama nacional
Ca¨ªda del murciano el d¨ªa que la carrera llegaba a su tierra y victoria del estadounidense Zabriskie
La tragedia y su folclore. ?ngela, la novia, despide al h¨¦roe, con un largo, apasionado beso. Te espero en Caravaca, te espero entero, feliz. Murcia, su pueblo, est¨¢ de fiesta. Es la romer¨ªa de la Virgen, de la Fuensanta. Deb¨ªa ser el d¨ªa grande de Valverde, del ciclista cuya ca¨ªda ayer, a los siete kil¨®metros de la etapa, cobr¨® dimensiones de drama nacional. Un comentarista en moto exhibe su maillot azul y verde hecho jirones, manchas de sangre, taleguilla de un torero empitonado. El m¨¦dico opina en directo. Los directores, p¨¢lidos, ordenan parar al pelot¨®n. Sobre el asfalto, Valverde llora. Belda, su director, intenta pasar el trago. Los compa?eros de equipo le esperan, le cuentan chistes, le animan, le empujan. "Que me bajo, que me bajo", llora Valverde. "Dejadme solo. No sufr¨¢is por m¨ª. La vuelta se ha acabado". Valverde no tiene nada roto. Golpes en las rodillas, en las costillas, en la espalda.
En un paseo con palmeras, a¨²n en las calles de Alicante, le fall¨® la cadena a Alejandro Valverde, el murciano que carga sobre su bicicleta con el amor de su chica, con las ilusiones de tantos aficionados que ven en ¨¦l al Mes¨ªas que tanto necesita este maltrecho ciclismo. El pelot¨®n iba a toda velocidad, persiguiendo al primer fugado del d¨ªa, a un americano llamado David Zabriskie, que sinti¨® en el kil¨®metro tres la necesidad, la s¨²bita inspiraci¨®n, de huir, que hizo caso al deseo y se larg¨®. Valverde dio una pedalada vac¨ªa, sin arrastre de pi?¨®n, de plato. Al no encontrar la resistencia esperada, el corredor se desequilibr¨®, los pedales, punto de apoyo, le escupen, le catapultan, de cabeza contra el asfalto. Crac. El casco cruje. Resiste el impacto. Valverde no para. ?l solo. Los testigos le vieron rebotar contra el suelo, salir despedido, chocar contra una valla met¨¢lica. Quedarse inerte en el suelo. As¨ª se mat¨® Manuel Galera, cabeza descubierta, en el 72, recuerdan los veteranos, los que no han podido olvidar. A Valverde lo salv¨® el casco.
El clima es de emergencia nacional. Nada m¨¢s llegar a Caravaca, donde lo esperan decenas de aficionados de Las Lumbreras, donde vive, apenas a 60 kil¨®metros, en la huerta, entre limoneros, con una pancarta que lo saluda, Valverde entra, urgencia absoluta, en el autob¨²s de su equipo. El m¨¦dico que le hab¨ªa curado en carrera le examina con m¨¢s detenimiento. Sigue sin ver nada roto, pero desde all¨ª, en ambulancia, a Valverde lo llevan al hospital de Almer¨ªa, a Torrec¨¢rdenas, donde le deb¨ªan hacer radiograf¨ªas. Hoy es d¨ªa de descanso. Ma?ana le espera la dur¨ªsima etapa de Calar Alto. Ma?ana conocer¨¢ su destino, siempre heroico, h¨¦roe tr¨¢gico, derrotado por la desgracia, h¨¦roe ¨¦pico, por encima de su sino, solo.
Como esto no es el Tour, como Alicante no es Waterloo, como la Vuelta ama el melodrama, las apariencias, ning¨²n equipo aprovech¨® la circunstancia para atacar, para acelerar, para eliminar definitivamente a Valverde. Antes al contrario, el pelot¨®n se par¨® a esperar al herido. Ni siquiera Manolo Saiz, que en el Tour no duda en circunstancias parecidas, que se lleva mal con Belda, que podr¨ªa haber transformado la Vuelta, anulado Valverde, en un man¨®logo Heras-Nozal, sus dos chicos, se atrevi¨® a seguir la tentaci¨®n de dejarle tirado, doliente en la cuneta, detalle que le deb¨ªa agradecer, vivamente, David Zabriskie, quien no se par¨® solidariamente, quien en 60 kil¨®metros vio c¨®mo su ventaja llegaba a casi 20 minutos. Lo suficiente para creer en la victoria.
Zabriskie Point es una monta?ita del Valle de la Muerte, en la frontera entre Nevada y California, en la que Michelangelo Antonioni convirti¨® en im¨¢genes la historia desesperada de Dar¨ªa, la estudiante de antropolog¨ªa, y Mark, el desclasado que huye de la polic¨ªa. A Zabriskie le suena tambi¨¦n Zabriskie Point por la m¨²sica psicod¨¦lica del Pink Floyd de 1970, por los delirios de Jerry Garc¨ªa, porque su compa?ero de habitaci¨®n, Floyd Landis, el music¨®logo del equipo, el hombre de los 70, se la pone algunas noches. Pero aunque algunas comarcas de Murcia -m¨¢s all¨¢ de los melocotoneros de Cieza, de los arrozales de Calasparra- son un Valle de la Muerte en miniatura, desierto, seco, batido por el viento, por el mismo viento que secaba las babas de Zabriskie, las convert¨ªa en hilillos que se pegaban a su frente, a su maillot azul, Zabriskie, llevado durante 160 kil¨®metros en solitario por su deseo de no hundirse, por su cabeza que le exig¨ªa una pedalada tras otra, que le negaba cualquier pensamiento negativo, no encontr¨® all¨ª su Zabriskie Point, su punto de no retorno. Encontr¨® una meta, un punto de partida, como antes que ¨¦l lo hab¨ªan hallado Men¨¦ndez, Viejo, Manzaneque, P¨¦rez Franc¨¦s, los ciclistas de otra ¨¦poca que convirtieron la fuga en solitario en un arte ¨²nico.
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