La nueva asimetr¨ªa del mundo
Muchas de las cosas que nos pasan parecen indicar que estamos entrando en una ¨¦poca caracterizada por una nueva asimetr¨ªa, por un desequilibrio que resulta especialmente dif¨ªcil de comprender y gestionar. Esta nueva zona de inestabilidad se hace patente en los fen¨®menos del terrorismo, la violencia y las nuevas guerras, que quiz¨¢ hayan puesto fin al largo periodo de estabilidad de los Estados nacionales, tal como se configur¨® su equilibrio en la Paz de Westfalia, y que dur¨® hasta el final de la guerra fr¨ªa. Incluso los acuerdos de desarme eran entonces instrumentos para mantener una simetr¨ªa que parec¨ªa resultar ventajosa para todos. En todo ese largo periodo ha habido, por supuesto, muchos desequilibrios y no pocas asimetr¨ªas (como las guerras coloniales), pero el mundo se mantuvo, al menos en Europa, dentro de un marco general de simetr¨ªa. Sugiero que sigamos esta hip¨®tesis y veamos si su desarrollo nos conduce a entender un poco mejor el mundo en el que vivimos. Comprender bien el sentido de los acontecimientos permite hacer mejores pron¨®sticos y enfrentarse con mayor eficacia a su complejidad. Hasta podr¨ªa proporcionarnos alguna idea para saber cu¨¢l puede ser la evoluci¨®n de la resistencia iraqu¨ª, si es posible, y de qu¨¦ modo, ganar la guerra al terrorismo, por qu¨¦ Bush no sabe lo que est¨¢ pasando o qu¨¦ puede sucederles a otros terrorismos m¨¢s cercanos.
Todas las diferencias entre las viejas y las nuevas guerras pueden agruparse, siguiendo la propuesta de Herfried M¨¹nkler, bajo la diferencia entre simetr¨ªa y asimetr¨ªa. Las guerras cl¨¢sicas entre los Estados eran fundamentalmente guerras sim¨¦tricas en las que se llevaba a cabo una violencia especialmente intensa sobre el campo de batalla, que se intentaba limitar a este escenario e impedir que se extendiera por espacios m¨¢s amplios. La guerra cl¨¢sica era sim¨¦trica no porque sus actores tuvieran la misma fuerza sino porque ten¨ªan el mismo rango: ser Estados. Esa igualdad de principio era el presupuesto de que los Estados se reconocieran como similares y aceptaran las normas mediante las cuales el derecho regulaba, con mayor o menor fortuna, las situaciones de paz y de guerra. El uniforme era la simbolizaci¨®n de esa simetr¨ªa, por el que se distingu¨ªa a los combatientes de los dem¨¢s y les daba a conocer como enemigos. La ritualizaci¨®n del alto el fuego y las negociaciones para la capitulaci¨®n ten¨ªan el efecto de facilitar la disposici¨®n para negociar, de manera que no fuera necesario continuar con una guerra que se daba por decidida. No hace falta idealizar estas condiciones para reconocerles su validez general, entre otras razones porque lo as¨ª regulado no deja de ser un ejercicio de violencia brutal.
Que tambi¨¦n estas cosas han cambiado es algo que resulta bastante claro desde las guerras recientes en Asia central o en el ?frica subsahariana, as¨ª como desde que irrumpi¨® entre nosotros el llamado terrorismo internacional. La mayor parte de los actos de violencia que caracterizan a las nuevas guerras, medidos con las normas y tratados internacionales, son delitos de guerra. Por eso las guerras suelen ahora concluir con tribunales espec¨ªficos. Ya no puede decirse que la guerra es un enfrentamiento entre combatientes, cuando m¨¢s del 80% de los muertos son civiles, cifra que a comienzos del siglo XX estaba en torno al 10%. Las nuevas guerras se caracterizan por una desmilitarizaci¨®n de la violencia, como lo muestra la creciente presencia de grupos paramilitares, la extensi¨®n de la pr¨¢ctica del secuestro a civiles o la aplicaci¨®n sistem¨¢tica de la violencia sexual.
Una de las caracter¨ªsticas de las guerras asim¨¦tricas es que en ellas no hay propiamente batallas sino masacres; en vez de batallas decisivas que conducen a la capitulaci¨®n y el acuerdo lo que hay son matanzas que llevan a la desesperaci¨®n. Aqu¨ª est¨¢ el n¨²cleo de la diferencia entre guerras sim¨¦tricas y asim¨¦tricas. Forma parte de ese car¨¢cter sim¨¦trico de la guerra tradicional finalizar el combate de modo que no se produzca una escalada de violencia. Las masacres se distinguen de las batallas por el hecho de que en ellas no se decide nada, no representan ning¨²n avance en direcci¨®n a un cierre pac¨ªfico. Todo lo contrario: agudizan el deseo de venganza y aceleran ese c¨ªrculo infernal que hiere cada vez m¨¢s las estructuras de una sociedad. La masacre es un paso m¨¢s en una violencia instalada; la batalla, al menos en su intenci¨®n, constituye el principio del final de la guerra. Esta diferencia conduce a otra, de no menos actualidad, que permite entender la naturaleza de nuestros conflictos m¨¢s enquistados: las guerras cl¨¢sicas estaban pensadas para concluir; en las nuevas guerras, en vez de acuerdos de paz, lo que tenemos son procesos de paz, en las que ya no hay dos partes que concluyan una paz, sino un tercero que trata de motivarlos para que consideren la paz como algo m¨¢s atractivo que la guerra.
Las constelaciones sim¨¦tricas se caracterizan porque en ellas la capacidad de matar y ser matado est¨¢ tendencialmente repartida por igual. La asimetr¨ªa suprime radicalmente este equilibrio: una parte pretende llevar a la otra a una posici¨®n de completa inferioridad, incluso indefensi¨®n. Donde mejor se ejemplifica esta asimetr¨ªa es en el desequilibrio que representan los atentados suicidas. Y es que forma parte de la simetr¨ªa del combate suponer que el enemigo, aunque realice acciones que ponen en peligro su vida, no quiere morir. Ahora bien, quien no se contenta con el riesgo normal del combate y decide morir obtiene unas ventajas estrat¨¦gicas que le convierten en un enemigo muy dif¨ªcil de neutralizar. La conducta de un combatiente del que se supone que no quiere perder su vida en el intento es calculable; un enemigo suicida introduce un desequilibrio imponderable, una asimetr¨ªa radical. Como dec¨ªa James Baldwin, "la creaci¨®n m¨¢s peligrosa de una sociedad es la de un hombre que no tiene nada que perder".
Otra de las propiedades que se observan en las guerras asim¨¦tricas es una tendencia a considerar al enemigo vencido como un trofeo. Este tipo de exhibici¨®n representa la ant¨ªtesis respecto del derrotado, tal como se exige (aunque casi nunca se cumpla plenamente) en los c¨®digos tradicionales de la guerra. La humillaci¨®n y el trato vejatorio hacia los presos de la c¨¢rcel de Abu Ghraib en Bagdad quiebran, desde luego, cualquier norma de derecho militar. Pero lo m¨¢s elocuente es que tales actos se hayan fijado en fotograf¨ªas.Que haya im¨¢genes quiere decir que en este caso no se trataba ¨²nicamente de torturar (lo que es tan habitual como repugnante en un conflicto de esta naturaleza). Documentar esas formas de tortura en fotograf¨ªas y con tales gestos por parte de los soldados americanos muestra hasta qu¨¦ punto han interiorizado la l¨®gica asim¨¦trica del trofeo.
Para realizar alguna previsi¨®n acerca del posible curso de estos conflictos hay que hacerse cargo de otra asimetr¨ªa que tiene que ver con los recursos para conseguir la victoria. Quien tiene la supremac¨ªa militar intenta acortar el tiempo de la guerra y el n¨²mero de bajas propias. Esta urgencia tiene que ver con el hecho de que en las sociedades posheroicas -es decir, compuestas por individuos a los que les resulta dif¨ªcil justificar en principio que una vida humana pueda subordinarse a una victoria b¨¦lica- gana terreno una mentalidad a la que cada vez resultan m¨¢s extra?os los valores guerreros y los imperativos de la supervivencia. Por eso los americanos no han ense?ado a sus muertos. Las sociedades menos desarrolladas tienen, en cambio, una mayor capacidad de aguante. Pueden alargar la guerra y tratar de ganar as¨ª en la dimensi¨®n del tiempo, del que sus adversarios no disponen. Para unos el tiempo corre a su favor y para otros en su contra. S¨®lo las sociedades heroicas est¨¢n en condiciones de sostener una guerra de guerrillas. Contra la capacidad de aceleraci¨®n de un enemigo tecnol¨®gicamente superior lo ¨²nico que pueden hacer es desacelerar el curso de la guerra. Incapaces de decidir la guerra a su favor por medios militares, la transforman en un proceso de desgaste y desistimiento. Las formas recientes de terrorismo son variantes de dicha estrategia para transformar la desigualdad en una ventaja.
La reciente guerra de Irak es un buen ejemplo de esto ¨²ltimo. Los estadounidenses esperaban que una guerra para la que part¨ªan con una superioridad asim¨¦trica pudiera concluirse con el modelo de una guerra sim¨¦trica, o sea, con capitulaci¨®n y tratado de paz. Nada m¨¢s ilusorio. Tras la r¨¢pida victoria de los americanos en el periodo de la invasi¨®n, la guerra cambi¨® su naturaleza y donde antes hab¨ªa dominado la asimetr¨ªa de la fuerza se impuso la asimetr¨ªa de la debilidad. Esta alteraci¨®n de las condiciones se puede ejemplificar en el desplazamiento de la superioridad respecto de la informaci¨®n. Si en un primer momento eran superiores los americanos, cuyos sistemas de tecnolog¨ªa avanzada permit¨ªan un control completo del campo de batalla, mientras que el enemigo estaba ciego y sordo en sus escondites, la situaci¨®n cambi¨® en el momento en el que los invasores se instalaron en el pa¨ªs y se hicieron cargo de la seguridad y el abastecimiento. A partir de entonces los soldados que custodiaban los edificios o los transportes se convirtieron en un blanco f¨¢cil para un enemigo que sal¨ªa de la clandestinidad. Desde el principio estuvo claro que los grupos de resistencia iraqu¨ª nunca estar¨ªan en condiciones de vencer militarmente a los ocupantes; lo ¨²nico que pod¨ªan hacer era provocarles un n¨²mero de bajas que los americanos no pudieran asimilar pol¨ªticamente. Lo decisivo en esta forma de asimetr¨ªa no era la intensidad de la guerra sino su duraci¨®n.
Para que una resistencia orientada a la duraci¨®n tenga ¨¦xito es fundamental que los enemigos no disponga de la misma cantidad de tiempo, que uno de ellos tenga m¨¢s resistencia que otro. Si lo caracter¨ªstico de las guerras sim¨¦tricas era que los enemigos ten¨ªan unas capacidades similares tanto por lo que se refiere a la intensidad como respecto de la duraci¨®n, es propio de las guerras asim¨¦tricas que ambas capacidades se hayan desarrollado de diferente manera: una parte es muy capaz de aplicar intensivamente la fuerza, pero s¨®lo durante un tiempo limitado, mientras que para la otra es todo lo contrario.
La inversi¨®n de tiempo que, en una guerra de partisanos, podr¨ªa proporcionar la victoria a los combatientes con inferioridad t¨¦cnica ¨²nicamente puede darse en una sociedad con gran capacidad de sufrimiento. S¨®lo las sociedades heroicas est¨¢n en condiciones de llevar a cabo una guerra en condiciones de debilidad asim¨¦trica (por cierto que ¨¦sta es una de las razones por las que el terrorismo en Euskadi no puede durar mucho: el conflicto sobrevive artificiosamente en medio de una sociedad en la que hace tiempo entraron en descr¨¦dito los valores guerreros); las sociedades posheroicas ¨²nicamente ir¨¢n a la guerra en una posici¨®n de superioridad asim¨¦trica, que minimice las p¨¦rdidas propias y decida a su favor la guerra en un breve plazo de tiempo. Desde el final del conflicto entre el Este y el Oeste, toda la sofisticaci¨®n del armamento en el mundo occidental ya no ha tenido la funci¨®n de mantenerse en equilibrio frente a un enemigo sim¨¦trico, sino que trataba de alcanzar la mayor superioridad posible frente a las sociedades heroicas.
No estoy completamente seguro de que este an¨¢lisis sea correcto, pero s¨ª de que muchos errores pol¨ªticos se cometen por haber entendido mal lo que hab¨ªa que solucionar. Comprender bien los t¨¦rminos del problema es ya la mitad de la soluci¨®n. Y como ocurre con tanta frecuencia, las soluciones m¨¢s firmes y decididas no son siempre las mejores; a veces, la firmeza es tanto mayor cuanto m¨¢s profunda es la perplejidad que los actores pol¨ªticos tratan de disimular.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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