Patinazos en la arena de hielo
Fue la tarde de los patinazos. El primero se lo llev¨® la afici¨®n que hab¨ªa acudido a Las Ventas con ganas de ver toros. No en el amplio espectro que se da hoy en d¨ªa, sino en el aut¨¦ntico, en el verdadero. Ven¨ªan contentos. Quer¨ªan un buen motivo para olvidar tanto tedio, para sobrellevar tantan preguntas que afloran en las largas noches de insomnio. ?A d¨®nde vamos? ?De d¨®nde venimos? ?Estamos s¨®los en el universo? Pero los
les dejaron planchados con almid¨®n. Este p¨²blico tan entregado tendr¨¢ que recurrir de urgencia a las cr¨®nicas de siglos atr¨¢s. Qu¨¦ le vamos a hacer.
Adolfo Mart¨ªn es un ganadero de trayectoria firme y casi inmaculada. Pero lo de ayer no fue propio de una ganader¨ªa incluida por m¨¦ritos en la denominaci¨®n de torista. Ven¨ªa mal presentada. Restos de camada parec¨ªan, m¨¢s bien. Inaceptable en esta plaza y de esta afici¨®n que cada d¨ªa se siente m¨¢s desamparada.
Adolfo Mart¨ªn / Espl¨¢, Liria, Vilches
Toros de Aldolfo Mart¨ªn, mal presentados, inv¨¢lidos 1? (devuelto), 2?, 4?, con casta 3? y 6?. Primer sobrero de El Pizarral (devuelto), sustituido por otro del mismo hierro, bronco. Luis Francisco Espl¨¢: pinchazo, m¨¢s de media (silencio); bajonazo metisaca (pitos). Pep¨ªn Liria: estocada tendida (silencio) dos pinchazos, 4 descabellos (silencio); Luis Vilches: media travesada -aviso- (aplausos); 2 pinchazos, menos de media (silencio). Las Ventas, 3 de octubre, 2? de abono. Lleno. Presidi¨® el festejo: Jos¨¦ Manuel S¨¢nchez.
Los diestros tambi¨¦n patinaron. No se crean. El des¨¢nimo cundi¨® como la p¨®lvora. Ni mataron. Ni una estocada se vi¨®. Lo m¨¢s parecido fueron casi medios espadazos. Y los matadores disimulaban. En vez de entrar a matar por segunda vez, como est¨¢ mandado, cog¨ªan el descabello con premura para dar paz eterna a los pobres animales.
Tercer patinazo y tarjeta roja para los varilargueros. A los que estaban flojos, por no decir inv¨¢lidos, se limitaron a se?alarlos. A los m¨¢s aceptables les dieron puyazos traseros, muy corrientes hoy en d¨ªa.
Y todo este despligue se dio en el terreno adecuado. Sal¨ªan los animales del chiquero y en vez de derrotar en el burladero del tendido 10, llegaban frenando, desliz¨¢ndose, a velocidad de crucero. Dec¨ªan que era por la dureza de la arena, que tan dura estaba que m¨¢s parec¨ªa hielo. En esto decidieron sacar un rastrillo gigante, lo m¨¢s parecido a un armatoste medieval, de los que se necesita un batall¨®n para moverlo. A alguien le result¨® tan exagerado que desisteron del intento. Pillaron de matute a unos que pasaban por all¨ª y los pusieron a rastrillar el albero con miniutensilios dom¨¦sticos.
Tod¨® empez¨® del rev¨¦s. El primer toro que sali¨® iba derrengaito. Lo devolvieron sin rechistar. El sobrero, m¨¢s de lo mismo. Y el sobrero del sobrero era una pieza de cuidao. Desarroll¨® un sentido asesino. ?spl¨¢ se iba desencajando poco a poco. Y los dem¨¢s, se hacen una idea. La corrida se hab¨ªa roto antes de comenzar.
"?D¨¦jalo!", dec¨ªa el diestro a su cuadrilla. Se retiraron diez metros hasta que el toro dobl¨® las manos. Esto ya no era una premonici¨®n. Era un desconsuelo. Si Espl¨¢ ya no se ve¨ªa capaz de levantar la tarde, pues se termin¨®. Dio pasaporte por premura a su segundo. Le abroncaron, pero se agradeci¨® que no inflara la faena como hicieron Liria, en su quinto y Vilches en el ¨²ltimo.
Fue precisamente el capote de Vilches el que se salv¨® de la quema. Se meti¨® al p¨²blico en el bolsillo, pero no al toro en la muleta. Hasta que se enter¨® del pit¨®n izquierdo de su primer toro nos hab¨ªa ense?ado demasiados defectos. En su segunda faena no se confi¨® ni un instante ante un animal con m¨¢s casta.
En fin, otra vez ser¨¢.
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