El memoricidio de Sarajevo
La cruel estratigraf¨ªa de la historia, mediante la que el vencedor impone la nueva versi¨®n de los hechos a costa de la del vencido, es una constante en los anales de todos los pueblos y civilizaciones del mundo. Al monarca o caudillo victorioso de turno no les basta fundar su poder sobre las ruinas del de su enemigo: quieren borrar su memoria, hacer tabla rasa, reconstruir con materiales de derribo una cr¨®nica acorde con su fe, voluntad o capricho.
Las civilizaciones se asientan unas en otras, en capas superpuestas: se alzan templos cristianos sobre ruinas aztecas, mezquitas sobre construcciones romanas, capillas encomendadas a la Virgen en los lugares de culto de las diosas ib¨¦ricas. Dentro de ese mecanismo que engendra el propio pasado y entroniza el mito, la biblioteca constituye un punto insoslayable de referencia, el espacio de lo escrito que desmiente la versi¨®n que se trata de imponer como aut¨¦ntica y definitiva.
Pensaba en las bibliotecas del pasado, pasto de las llamas, en la precariedad de la memoria humana
Desde el incendio de la legenda-
ria Biblioteca de Alejandr¨ªa a la quema de libros de autores jud¨ªos en la Alemania nazi, pasando por la de manuscritos ar¨¢bigos decretada por el cardenal Cisneros en la puerta granadina de Bibarrambla, el ceremonial se repite al hilo de los siglos.
Muchos cre¨ªamos ingenuamente que, tras la derrota de los nazis, ese memoricidio pertenec¨ªa al pasado. Nos equivocamos. Tras la implosi¨®n de la Federaci¨®n Yugoslava en 1991 y la agresi¨®n de los extremistas serbios al Gobierno legal de Bosnia-Herzegovina, el 26 de agosto de 1992 contemplamos abrumados, casi en directo, las im¨¢genes de la ignici¨®n del Instituto de Estudios Orientales de Sarajevo, junto al casco de la ciudad antigua. Miles de manuscritos ¨¢rabes, turcos, hebreos y persas se esfumaron para siempre. El tesoro as¨ª desvanecido comprend¨ªa obras de historia, geograf¨ªa, viajes; teolog¨ªa, filosof¨ªa y sufismo; ciencias naturales, astrolog¨ªa y matem¨¢ticas; diccionarios, gram¨¢ticas, poemarios; tratados de ajedrez y de m¨²sica. La limpieza ¨¦tnica de Karadzic y sus huestes se articulaba con la l¨®gica perversa de la aniquilaci¨®n de cuanto evocaba la presencia otomana y la "afrenta hist¨®rica" de la derrota del pr¨ªncipe Lazar, seis siglos antes, en la batalla del Campo de los Mirlos.
En julio de 1993, durante mi primer descenso al infierno de la ciudad asediada, me adentr¨¦ en la c¨¢scara hueca del edificio. La impresi¨®n que me caus¨® el espect¨¢culo, confirm¨® mi natural pesimismo tocante al poder da?ino de nuestra especie. Las fachadas de estilo neomorisco, de la ¨¦poca del Imperio austroh¨²ngaro, se manten¨ªan en pie, pero el interior ilustraba el reino de la desolaci¨®n.
Los cohetes incendiarios hab¨ªan atravesado la c¨²pula protectora de vidrio y el armaz¨®n de ¨¦sta se extend¨ªa sobre el visitante como una gigantesca y amenazadora tela de ara?a. El espacio central se reduc¨ªa a una sombr¨ªa acumulaci¨®n de escombros y papeles chamuscados. El furor nacionalista de los pir¨®manos hab¨ªa logrado su objetivo: extinguir la memoria hist¨®rica de los musulmanes de Bosnia-Herzegovina, como paso previo a la b¨¢rbara entronizaci¨®n de sus mitos.
Me llev¨¦ de recuerdo unos pa-
peles que conservo preciosamente en mi poder: fichas de lectura de los archivistas, restos de una p¨¢gina impresa en caracteres cir¨ªlicos. Pensaba en las bibliotecas, en todas las bibliotecas del pasado pasto de las llamas: en la precariedad de la memoria humana, abocada siempre a su desaparici¨®n. Vinieron a mi mente recuerdos de episodios infantiles: quema de libros rojos, masones y subversivos, probablemente por las mismas fechas que en las que los vencedores de la Guerra Civil arrojaban al fuego purificador la biblioteca particular de Pompeu Fabra y las de muchos escritores intelectuales de la Rep¨²blica.
En los ¨²ltimos a?os, he vuelto varias veces a Sarajevo liberado de sus sitiadores. El interior del edificio incendiado se halla en v¨ªas de reconstrucci¨®n. En 2003, durante el rodaje de Notre musique, el filme de Jean-Luc Godard, recorr¨ª las antiguas salas de lectura calcinadas as¨ª como los pisos superiores, en los laterales del patio. La fina labor de yeser¨ªa de ¨¦ste se hallaba oculta por los andamios. S¨®lo algunos fragmentos de los frisos y pinturas murales sobreviv¨ªan a la devastaci¨®n.
La sa?a de los debeladores, me dije entre m¨ª, se ha impuesto al saber acumulado en la biblioteca. Pero al punto me correg¨ª y evoqu¨¦ las palabras de Ben Hazm a sus inquisidores: "Aunque quem¨¦is el papel, no podr¨¦is quemar lo que encierra".
![La biblioteca de Sarajevo, destruida en 1992, durante la guerra de Bosnia-Herzegovina.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/RVEOFPE3YMRKMYRTYZJIJLITYQ.jpg?auth=5e3176cfd57bead91291e5823a05d6bcef86a0992cba99eb7feb29c321333042&width=414)
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