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Reportaje:

La sombra del primer ministro

Cherie Blair, la mujer del primer ministro brit¨¢nico, abre las puertas de Downing Street para hablar de su dif¨ªcil papel, de sus hijos, de la familia real y de las mujeres que la precedieron, cuya historia ha reunido en un libro.

Cherie Blair, la mujer del primer ministro brit¨¢nico, abre las puertas de Downing Street para hablar de su dif¨ªcil papel, de sus hijos, de la familia real y de las mujeres que la precedieron, cuya historia ha reunido en un libro.

Sus detractores la condenan por su agresividad pol¨ªtica y su ambici¨®n profesional, pero tambi¨¦n por ser ingenua y superficial. Ahora, Cherie Blair responde con un libro sobre los c¨®nyuges de los primeros ministros brit¨¢nicos, basado en su experiencia y las de sus predecesores.

Cherie Blair concibi¨® la idea para su libro sobre los c¨®nyuges del 10 de Downing Street al mismo tiempo que descubri¨® su inesperado embarazo, en junio de 2002. "Pens¨¦ que iba a disponer de cierto tiempo libre y que pod¨ªa emplearlo para escribir un libro", explica. A muchas mujeres, esta afirmaci¨®n les parecer¨ªa absurda. Adem¨¢s de su trabajo de abogada, Cherie Blair est¨¢ casada con el primer ministro y es madre de cuatro hijos. ?Qu¨¦ tiempo libre? Por desgracia, sufri¨® un aborto, pero su afici¨®n al trabajo -y al dinero- mantuvo el proyecto en marcha.

Antes de ir a ver a Cherie al 10 de Downing Street, recibo una llamada de su consejera especial, Hilary Coffman, para dejar claros los l¨ªmites de esta entrevista. Cherie est¨¢ dispuesta a hablar del libro, pero no de su situaci¨®n concreta. Cherie Blair tiene una tendencia a los accidentes que desaf¨ªa el poder del aparato de Downing Street. Su mezcla de ingenuidad y agresividad, a veces, acaba con ella: la compra de zapatos en la subasta por Internet eBay es un ejemplo inocente, pero la compra de pisos en Bristol para su hijo, a trav¨¦s de su amigo Peter Foster, es un fallo m¨¢s grave.

Tambi¨¦n hay que tener en cuenta la vanidad y la actitud sexual de quien ha florecido tarde. En ocasiones existe cierta histeria en las mujeres intelectuales y socialistas que descubren tarde la moda. Se puede ver en la actriz Emma Thompson, que de pronto abandon¨® sus cortes de pelo pr¨¢cticos y se lanz¨® a los escotes. A lo largo del a?o pasado, el vestuario de Cherie tambi¨¦n ha rayado en la indecencia. Irradia una energ¨ªa que debe de dar al primer ministro alegr¨ªa y ansiedad, al mismo tiempo. Una energ¨ªa cuyas causas son el mayor motivo de discusi¨®n cuando se habla de Cherie: su atracci¨®n por los m¨¦todos m¨ªsticos de "cuidado corporal", los ba?os de barro y el grito at¨¢vico, la desintoxicaci¨®n y el acuciante inter¨¦s por los regalos. Todo esto puede resultar normal en la directora de una revista de belleza o en una actriz de Hollywood, pero es extra?o en la mujer del primer ministro, que tiene una relaci¨®n no oficial con el pueblo brit¨¢nico. Le cont¨¦ a un amigo que iba a entrevistar a Cherie Blair, y me pregunt¨®, en voz baja: "?Pero no est¨¢ loca?".

Los cap¨ªtulos del libro de Cherie Blair siguen un ritmo. Los primeros ministros y sus c¨®nyuges llegan llenos de optimismo y expectativas, chocan con los hechos y, justo cuando empiezan a sentirse con derechos, ven c¨®mo se derrumba su popularidad. Curiosamente, las crisis nacionales suelen ocurrir cuando disfrutan de viajes ex¨®ticos o, en el caso de los Callaghan, en una cumbre en Guadalupe. Es normal que Margaret Thatcher desconfiara tanto de las vacaciones.

Sin embargo, Cherie cree firmemente en los efectos reconstituyentes de las vacaciones. La entrevist¨¦ justo antes de que se fuera a pasar agosto fuera, y me dijo que le encantar¨ªa que la hubi¨¦ramos podido fotografiar con un bronceado. Estaba deseando descansar.

Llego a Downing Street pronto y espero en la comodidad desva¨ªda de una antesala que se parece a la sala de espera de un dentista, pero sin las revistas. El tr¨¢fico en la puerta principal es continuo. Un colegio trae una petici¨®n, los asesores salen y entran. Hilary Coffman, su consejera especial, una mujer de aspecto austero con traje pantal¨®n de color gris, entra y me saluda. Diez minutos despu¨¦s aparece otra mujer con traje pantal¨®n de lino azul y zapatos planos blancos. Siento un respingo cuando me doy cuenta de que es Cherie. Me tiende ambas manos y se acerca m¨¢s de lo normal. No s¨¦ si su asesor de medios la ha entrenado para que d¨¦ muestras de intimidad espont¨¢nea o si es simpat¨ªa natural. Lleva un peinado precioso y est¨¢ sutilmente maquillada. Es mucho m¨¢s guapa que en las fotograf¨ªas. Sus detractores, aparte de decir que est¨¢ loca, est¨¢n obsesionados con la boca de buz¨®n y sus gestos forzados. Pues bien, la boca, en realidad, tiene una media sonrisa de duende. En algunas fotograf¨ªas me ha parecido advertir un ligero parecido con la actriz Genevieve Bujold, y en persona es mucho m¨¢s patente. Tambi¨¦n percibo su calidad de voz. Es como la de una locutora de radio, clara, grave y armoniosa, con un pronunciado acento de Liverpool.

Camina a mi lado. "?Ha estado aqu¨ª alguna vez? S¨ª, por supuesto, para alguna comida. Conoce esta parte, ?verdad?". Subimos por las escaleras y nos detenemos a mirar las fotograf¨ªas de los primeros ministros. Entramos en la salita blanca que suelen usar las esposas para recibir. Es luminosa, con buenas vistas de House Guards Parade a un lado y el jard¨ªn de la residencia, con su enorme cama el¨¢stica y su tobog¨¢n, al otro. "Es muy agradable tener jard¨ªn", dice Cherie. "?D¨®nde le gustar¨ªa sentarse?", me pregunta alegremente, y escojo el sof¨¢, enfrente de ella. Hilary Coffman y yo sacamos nuestras grabadoras. Cherie parece relajada y tranquila. Le han aconsejado que remita las preguntas sobre su vida a las vidas de sus antecesores. Mi tarea es conseguir que vuelvan al momento presente. Cuando oigo luego la cinta, la conversaci¨®n est¨¢ salpicada con la risa ronca y contagiosa de Cherie. Es una forma h¨¢bil de responder a las preguntas que no quiere responder, pero tambi¨¦n es se?al de una inconfundible alegr¨ªa de vivir, una forma de ver el mundo.

En las primeras biograf¨ªas de Tony Blair, Cherie era su conciencia social tras un rostro de g¨¢rgola. El bi¨®grafo de Tony Blair, Anthony Seldon, dice que "una vieja amiga suya se qued¨® sorprendida por la obsesi¨®n que Cherie ten¨ªa con su aspecto y su imagen, y porque s¨®lo hablaba de art¨ªculos de dise?adores famosos, dinero y fotograf¨ªas suyas en la prensa".

Cuando fotografiamos a Cherie para este art¨ªculo, dos semanas despu¨¦s de mi entrevista, mostr¨® un entusiasmo infantil. Sabe que los fot¨®grafos de moda van a elevarla, no a enterrarla. As¨ª que est¨¢ deseando que la fotograf¨ªen en su casa, en el n¨²mero 11. Incluso abre su armario (tallas 42 y 44, y marcas que van desde Donna Karan hasta Topshop) y su cuarto de ba?o. La raz¨®n de ense?ar el vestidor es un deseo de ser ¨²til, m¨¢s que de presumir. Nuestra estilista hab¨ªa llevado perchas llenas de ropa preciosa de dise?o, prendas de Gucci y Donna Karan, entre otros. Pero Cherie explica que tiene que llevar marcas brit¨¢nicas. Las cr¨ªticas pueden surgir en cualquier momento.

As¨ª que Daniela, nuestra estilista, regresa; esta vez, Cherie elige un abrigo de Alice Temperley y, de su propio armario, un traje de rayas de Alexander McQueen. Las fotos muestran dos caras de Cherie Blair. La primera, su exuberante inter¨¦s por el glamour. Tiene a mano a su peluquero de Michaeljohn, Andr¨¦ Suard, y es evidente que disfruta posando para la c¨¢mara, haciendo preguntas, probando distintas expresiones. Su asistente personal tiene que contenerla cuando ense?a demasiado escote en una foto. Cuando aparece el collar de diamantes de Bulgari se le ilumina el rostro. "Como una chica de 16 a?os", dir¨¢ despu¨¦s Daniela.

El otro aspecto de Cherie es su capacidad de seguir adelante en medio de dramas y complicaciones. En el n¨²mero 11 hay un corte de luz y el equipo de moda se queda m¨¢s de una hora sin poder hacer nada. Hay que arreglar el cabello y el maquillaje de Cherie a toda prisa. A todo esto, el vest¨ªbulo est¨¢ lleno de maletas, porque la familia est¨¢ a punto de partir de vacaciones. Y sus ni?os entran y salen con sus alegres exigencias. Leo llega y se sienta en su regazo. Kathryn comenta con cari?o que su madre est¨¢ preciosa. Por fin, cuando el reportaje ha sobrepasado ya el tiempo previsto, entra Tony, un poco confuso con toda la parafernalia. No hay duda de que es una verdadera familia, ruidosa y cari?osa, adem¨¢s de, en ocasiones, un cuadro escenificado en beneficio del primer ministro.

?Est¨¢ obsesionada Cherie con su imagen? Es verdad que, en cuanto acabamos la entrevista, me felicita por mi bolso y me pregunta por el art¨ªculo que escrib¨ª sobre una crema supuestamente maravillosa. A Cherie la condenan inevitablemente por ser demasiado agresiva, politizada y ambiciosa, y, al mismo tiempo, por su frivolidad. No es extra?o que otro de los temas de su libro sea la versi¨®n distorsionada que ofrecen los medios de las esposas.

Lo primero que le pregunto a Cherie es c¨®mo fue su llegada a Downing Street. Debi¨® de ser dif¨ªcil dejar su casa por esta residencia oficial. ?Estaba preparada?

"No creo que nadie pueda estar completamente preparado para todo lo que significa el puesto de primer ministro, un trabajo con jornada de 24 horas que, como es natural, tiene enormes repercusiones en la familia", responde.

El libro contiene escalofriantes relatos de esposas de primeros ministros que se despertaban a mitad de la noche y se encontraban con secretarias inclinadas sobre su cama mientras escrib¨ªan al dictado. Cherie Blair cuenta que a George Bush le grabaron incluso yendo al ba?o. Le pregunto c¨®mo aguanta la constante intromisi¨®n del personal. Explica la importancia de residir en el n¨²mero 11 (antigua residencia del ministro de Hacienda), y no en el 10. "Desde luego, estamos en distinta situaci¨®n [que las familias de otros primeros ministros anteriores]. En el piso del n¨²mero 10 se entra por la puerta y ah¨ª est¨¢ el dormitorio. Aqu¨ª no pasa eso".

Ah, s¨ª, el traslado al n¨²mero 11. En su cap¨ªtulo sobre los Thatcher, Cherie aplaude la incursi¨®n de Margaret en el n¨²mero 11, en 1982. "Se las arregl¨® para quedarse con dos dormitorios m¨¢s, que pertenec¨ªan al n¨²mero 11, mediante una divisi¨®n que hizo a toda prisa, antes de que lo advirtiera el nuevo ministro de Hacienda".

Le pregunto a Cherie si su traslado al n¨²mero 11 fue amistoso (se dice que Gordon Brown, actual ministro de Hacienda, se sinti¨® totalmente forzado a irse). "Gordon nunca vivi¨® aqu¨ª", responde r¨¢pidamente Cherie. "No vive en el piso. Est¨¢ clar¨ªsimo que no cab¨ªamos todos en el piso del n¨²mero 10. El piso de arriba no es precisamente bonito, y la mayor¨ªa de los residentes han visto que no tiene una disposici¨®n muy c¨®moda. En cambio, el n¨²mero 11 se construy¨® para que se viviera en ¨¦l".

Es la unica ocasi¨®n en la que Cherie nombra a Gordon Brown, aliado y rival de su marido. Cuando le menciono el libro de Anthony Seldon, bi¨®grafo de Blair, que cuenta con unas fuentes detallad¨ªsimas y asegura que Cherie llamaba a Brown "la podredumbre en el coraz¨®n del Gobierno", se r¨ªe de forma rotunda y lo califica de "esa obra de ficci¨®n".

La aportaci¨®n de Cherie al legado dom¨¦stico del 10 de Downing Street ha consistido en a?adir duchas. "Ah, s¨ª, las duchas", se r¨ªe. "Es una tonter¨ªa, por supuesto, pero la obra se hizo en 1963 y, en aquella ¨¦poca, la mayor¨ªa de los hogares brit¨¢nicos no ten¨ªan duchas. As¨ª que no las pusieron. Pero para m¨ª, con una familia de adolescentes que juegan al rugby y al f¨²tbol, es fundamental tener ducha. Ya sabe c¨®mo son los chicos, hay que regarles de arriba abajo?".

Le pregunto tambi¨¦n por las quejas de Norma, la mujer de John Major, antecesor de su marido, de que no hubiera servicio dom¨¦stico. "Nunca lo ha habido". Le pregunto si se encarga de cocinar. "Me encanta cocinar. No lo hago tanto como antes porque no tengo tiempo. Pero no creo que Tony se hubiera casado conmigo si no hubiera sabido cocinar". En Chequers (la casa de campo oficial), los problemas de personal son diferentes. All¨ª es m¨¢s f¨¢cil recibir, pero la vida sigue girando en torno al primer ministro. Cherie acaba de volver de pasar all¨ª el fin de semana. Tony regres¨® antes a Londres, mientras ella se quedaba terminando un trabajo. Cuando fue a usar uno de los cuartos de ba?o, se encontr¨® con que ya hab¨ªan quitado el papel higi¨¦nico y las toallas.

Pasamos a hablar de la imagen. El estilo y el vestuario de las c¨®nyuges de Downing Street se examinan con lupa (excepto en el caso de Denis Thatcher). ?C¨®mo se produjo la conversi¨®n de Cherie a prop¨®sito de la ropa?

"Me parece un poco injusto, porque siempre me ha gustado la ropa. Quiz¨¢ no siempre he sabido vestir tan bien como me veo obligada ahora y tampoco siempre acierto. Tuve una mala experiencia aquel 2 de mayo, cuando abr¨ª la puerta de casa en camis¨®n y despeinada y me hicieron una foto". Hace una mueca y se r¨ªe. "En aquel momento comprend¨ª que mi vida nunca volver¨ªa a ser la misma y que nunca m¨¢s pod¨ªa permitirme que me pillaran desprevenida. Lo mejor fue que a la mayor¨ªa de la gente le hizo gracia; pero, al final del a?o, el fot¨®grafo obtuvo un premio por la foto y, cuando fui a entreg¨¢rselo, pens¨¦: 'Dios m¨ªo, qu¨¦ pinta tan terrible tengo".

La foto es famosa. Es el equivalente, en mujer de primer ministro, a la de la falda transparente de lady Diana en la guarder¨ªa. Ahora, a Cherie la fotograf¨ªan para Harper's Bazaar, igual que a Diana. Tiene, como ella, su vida repartida entre la caridad y la vanidad, y, como ella, tiene un vago papel.

Lo que resulta particular en Cherie es que, a pesar de su mente cultivada, tiene meteduras de pata tan elementales que resultan imperdonables o adorables, seg¨²n de qu¨¦ lado se est¨¦.

Est¨¢ el incidente de eBay, que The Daily Mail aprovech¨® para ilustrar tanto la chifladura de Cherie, dispuesta a pujar por unos zapatos, como el fen¨®meno general de que las mujeres subasten zapatos. ?Le sorprendi¨® el jaleo que se organiz¨® por lo de eBay?

"Utilizo much¨ªsimo Internet, es un instrumento de trabajo muy importante para m¨ª. He usado mucho Tesco on-line y Sainsburys on-line [unos supermercados], porque me traen toda la compra pesada y resulta muy c¨®modo. Nunca hab¨ªa usado eBay y no sab¨ªa que, as¨ª como en Tesco nadie puede ver lo que est¨¢s comprando, en eBay lo ve todo el mundo. As¨ª que, por supuesto, no puedo volver a utilizarlo".

El episodio de eBay es un ejemplo de la mezcla de "grandiosidad y rutina" en la vida de Cherie. Le pregunto qu¨¦ opina de las diferencias entre ser una esposa que trabaja y la mujer del primer ministro. "Estoy segura de que, en el futuro, lo normal ser¨¢ que trabajemos. Puede que yo sea la primera que tengo mi profesi¨®n y contin¨²o dedic¨¢ndome a ella. Pero hay un contraste extraordinario. No es como el caso de la familia real, porque aqu¨ª todo es bastante com¨²n; pero, al mismo tiempo, tiene elementos extraordinarios. Un d¨ªa est¨¢s en la Casa Blanca, que es impresionante. Y los dem¨¢s d¨ªas llevas una vida normal".

El objetivo de Cherie, dice, no es decirle a su marido lo que opina el mundo, "sino que son m¨¢s cosas las que entran en ser el ancla, una persona que le apoya incondicionalmente y no tiene m¨¢s intereses que estar a su lado. Y en pol¨ªtica, desde luego, eso no es f¨¢cil". Su voz tiene un deje de amargura.

?Son un matrimonio contra el mundo? "No es nosotros contra el mundo, es que estamos constantemente expuestos y todo el mundo tiene alg¨²n momento en el que baja la guardia, y en casa es donde puede hacerlo, es el lugar en el que se puede ser uno mismo. Tambi¨¦n es, en parte, porque, al vivir en este lugar, todo concierne a los dos".

En pol¨ªtica, seguramente, son las dos ¨²nicas personas que no compiten entre s¨ª. Cherie se r¨ªe con discreci¨®n. Vuelve a flotar la sombra de Gordon Brown. "Bueno, los miembros del equipo son estupendos, pero es verdad que entre los pol¨ªticos siempre hay mucha rivalidad. Supongo que el otro elemento es que, cuando uno es gobernador del Banco de Inglaterra o empresario, por lo menos, de noche, puede irse a casa. Mientras que, aqu¨ª, la casa y la oficina est¨¢n en el mismo sitio. Hay que hacerse un hueco en el que poder ser uno mismo, un ser humano".

El acceso que tiene una c¨®nyuge sobre el primer ministro ser¨ªa la envidia de cualquier pol¨ªtico ambicioso. ?Qu¨¦ esposa podr¨ªa resistir la tentaci¨®n de ejercer su influencia o defender sus causas? John Rentoul, bi¨®grafo de Blair, asegura que Cherie "ha puesto hierro en el alma [del primer ministro", y Mary Wilson dec¨ªa que "cada esposa tiene el derecho y el deber de influir en su esposo, sobre todo si tiene alg¨²n poder". ?C¨®mo ejerce Cherie su influencia?

Se r¨ªe. "Puede que no lo haya notado, pero el primer ministro sabe muy bien lo que quiere".

?Pero lo ha intentado?

"Ni siquiera despu¨¦s de 25 a?os estoy segura de que pudiera obligarle a hacer algo que no quiera. Ah, s¨ª, dej¨® el tabaco".

Le pregunto qu¨¦ opinan sus hijos mayores sobre la guerra. En todo el pa¨ªs, los adolescentes han vivido con inter¨¦s el tema. Levanta la mano, como un escudo, al o¨ªr mencionarlos.

"Los ni?os tienen derecho a crecer con normalidad", dice. "En familia hablamos de todo tipo de cosas, pero, al final, Tony es el que decide".

Le pregunto a Cherie si cree que es ella quien debe sacar a su marido de la pol¨ªtica si, alguna vez, cree que le va a perjudicar seguir en ella.

"Denis quer¨ªa lo que quer¨ªa Margaret Thatcher; si ella hubiera querido seguir, ¨¦l la habr¨ªa apoyado".

?Es ¨¦sa su postura?

"?Qu¨¦, si Tony desea continuar? Siempre estar¨¦ a su lado. Sin duda".

?Durante cu¨¢ntos a?os?

"En realidad, eso es cosa del pueblo brit¨¢nico", replica (es decir, no de Gordon Brown).

Le pregunto c¨®mo ve su vida despu¨¦s de la pol¨ªtica. "Ser¨¢ agradable tener un poco m¨¢s de tiempo con Tony y para los ni?os. Toda madre sue?a -sobre todo, si trabaja fuera de casa- con tener m¨¢s tiempo".

Le pregunto si le preocupa la salud de su marido. Al fin y al cabo, estaba con ¨¦l cuando el coraz¨®n le dio un susto.

"Lo que tiene Tony es que est¨¢ incre¨ªblemente en forma, de modo que, cuando le¨ª en los peri¨®dicos que ten¨ªa problemas de salud, pens¨¦ que es el hombre m¨¢s sano que conozco y se cuida mucho".

?Es ella responsable de que se cuide? "Francamente, me cuesta todo el tiempo del mundo arrastrarme hasta el gimnasio, as¨ª que no creo que pudiera obligarle a ¨¦l; por supuesto, puedo hacer ciertas cosas, como vigilar lo que come".

Le pregunto si Tony ha dejado el caf¨¦, como se comprometi¨®. Se r¨ªe. "Es m¨¢s dif¨ªcil de lo que se cree. Yo le vigilo. Lo que he conseguido hacer por su salud es lograr que dejara de fumar. Pero eso fue hace casi 25 a?os".

Entre las ventajas del cargo, muchos c¨®nyuges han disfrutado con la tradici¨®n de pasar un fin de semana de agosto en Balmoral. El duque de Edimburgo aparece en el libro como un personaje divertido y bastante caballeroso. Le pregunto a Cherie qu¨¦ relaci¨®n tiene con la reina y el pr¨ªncipe Felipe. Al fin y al cabo, la han acusado de tener un comportamiento vagamente republicano, no hacer reverencias y bostezar durante los oficios del jubileo de la reina. (Aunque pas¨® justo antes de su aborto y deb¨ªa de estar agotada.) Cherie se?ala, sin reparos, que la reina y el duque de Edimburgo son mucho mayores que ella, as¨ª que no tiene la misma familiaridad que ten¨ªan otros c¨®nyuges de primeros ministros anteriores. "Hay una diferencia importante: para m¨ª, la reina siempre ha sido una anciana; queda feo decirlo, pero yo nac¨ª en 1954, cuando ella ya era adulta, y cualquier adulto parece viejo cuando se es ni?o. Sin embargo, despu¨¦s de ver una foto de ella con Churchill, pens¨¦ que era joven y muy guapa, y que el primer ministro s¨ª que era un anciano. Eso sigui¨® pasando cuando los primeros ministros eran mayores que ella. Ten¨ªan m¨¢s cosas en com¨²n; compart¨ªan opiniones, por edad o por entorno, que no podemos compartir el duque de Edimburgo y yo".

Sin embargo, Cherie se ha paseado en el Land Rover de Balmoral con la reina y est¨¢ deseando volver a hacerlo.

Las vidas de los c¨®nyuges de primeros ministros consisten en un ciclo de expectativas, decepciones e impopularidad. Tony y Cherie Blair han sido muy criticados en la prensa. Se les ha acusado de ilusos, extravagantes e incluso, tal vez, estar mal de la cabeza: ?no est¨¢n sufriendo la misma evoluci¨®n que sus buenos amigos, los Clinton? Ese mismo d¨ªa, The Daily Mail publicaba un art¨ªculo sobre Hillary Clinton en el que afirmaba que pegaba a su marido. Cherie se r¨ªe a carcajadas.

"Qu¨¦ interesante, no creo que sea cierto". Vuelve a re¨ªrse.

A Cherie le fascinan las im¨¢genes que tienen los c¨®nyuges del n¨²mero 10 en la prensa. "Cuando se conoce a la persona, se ve muy bien. S¨¦ que las im¨¢genes que yo conoc¨ªa estaban distorsionadas, y supongo que mucha gente tiene una opini¨®n de m¨ª que tampoco corresponde a mi realidad. As¨ª son las cosas cuando se vive en esta pecera".

Si se lee su libro como historia social, los dos cambios fundamentales son los ocurridos en las mujeres y la clase social. Cherie dice que pronto ser¨¢ corriente que las esposas de los primeros ministros trabajen, porque eso es lo que est¨¢ ocurriendo con las mujeres en general. Le pregunto si cree que las mujeres deben trabajar.

"No creo que las mujeres deban trabajar. Creo que deben tener la posibilidad de elegir. La verdad es que muchas mujeres no la tienen. Mi madre ten¨ªa que trabajar".

Le pregunto sobre las diferencias de clase entre los c¨®nyuges. (En general, cuanto m¨¢s antiguos, m¨¢s aristocr¨¢ticos.) "Independientemente de lo que sean quienes mandan hoy en la sociedad, donde ya no est¨¢n es en los cotos de caza, y se ha producido un enorme cambio en la sociedad durante el reinado de Isabel II". A Cherie le preocupa mucho la cuesti¨®n de las clases. Puede que se haya alejado del socialismo puritano, pero sigue siendo fiel a su clase. Seg¨²n Seldon, al principio ten¨ªa reservas sobre Blair, que era un joven "de escuela privada y alta burgues¨ªa". En cuanto a Blair, la infancia de Cherie, de extracci¨®n obrera y en el mundo del espect¨¢culo, era parte de su encanto. A Cherie le interesan mucho las distinciones de clase de los c¨®nyuges anteriores por su inter¨¦s por la historia social, pero tambi¨¦n puede deberse a que su propio matrimonio hace que la cuesti¨®n de clase sea un motivo de inter¨¦s permanente.

Le pregunto si los prejuicios de clase le irritan. "No me irritan. Siempre me ha gustado la historia. Si no hubiera estudiado derecho, habr¨ªa estudiado historia, salvo que, entonces, habr¨ªa tenido que hacerme profesora. El cambio hist¨®rico es beneficioso, ?no? ?No demuestra hasta d¨®nde hemos llegado como sociedad? Y demuestra hasta d¨®nde hemos llegado en el sentido de que las mujeres tienen mucha m¨¢s libertad de elecci¨®n. Los que se educaban eran los chicos. Ahora no existe esa actitud".

Una cosa que une a todos los c¨®nyuges es la fe religiosa. Le pregunto a Cherie qu¨¦ significa para ella su catolicismo. "Si una persona tiene convicciones religiosas, eso afecta a toda su vida". En las memorias del arzobispo Carey, cuenta que, en una ocasi¨®n, escribi¨® a Blair para expresarle su preocupaci¨®n porque participaba en los ritos cat¨®licos. ?Ha intentado convertir Cherie a su marido?

No me sorprende que vuelva a responder con otra carcajada. Resignada a sus t¨¢cticas defensivas, cambio la pregunta para que me diga cu¨¢l considera el mayor logro de Blair en estos a?os.

Vuelve a re¨ªrse. "No voy a entrar en eso. Todav¨ªa no hemos terminado, ni mucho menos".

Al salir, Cherie me pregunta si quiero echar un vistazo a la sala del Gabinete, y, despu¨¦s de un instante, si me gustar¨ªa saludar a su marido, que est¨¢ sentado en el balc¨®n con su asesor Jonathan Powell.

"Hemos hablado de la influencia que tengo sobre ti, de que soy yo quien decide toda la pol¨ªtica", le dice con regocijo. "Ah, y tambi¨¦n hemos hablado de que Hillary Clinton pega a su marido".

El primer ministro me da la mano y parece un poco mareado. "?Cu¨¢ndo sale este art¨ªculo", sonr¨ªe pese a los temores. Powell no dice nada. El primer ministro y su mujer hablan de unos actos que tienen y de si se van a ver en la velada ben¨¦fica que tiene ella esa tarde. Me doy cuenta de que est¨¢n coqueteando. La pecera se est¨¢ poniendo caliente.

Cherie puede haber tenido cuidado de mostrarse imparcial sobre si las mujeres deben trabajar o no, pero la objetividad de la abogada se pierde cuando me acompa?a a la puerta. "?Qu¨¦ agradable es charlar con otra mujer trabajadora!", me dice, mientras me besa en las dos mejillas. Una petici¨®n final de solidaridad femenina.

? Telegraph Magazine. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.

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