En la marcha del tiempo
Cuando los alborotos revolucionarios de Mayo de 1968 en Par¨ªs, Daniel Rondeau, hijo de un maestro de escuela, ten¨ªa veinte a?os y era estudiante de Derecho. El movimiento de los j¨®venes parisinos que quer¨ªan ser "realistas aspirando a lo imposible", le descubri¨® la pol¨ªtica, mejor dicho la revoluci¨®n, y le cambi¨® la vida. Dej¨® los estudios y se volvi¨® un militante mao¨ªsta. Luego de unos meses en Par¨ªs, apedreando comisar¨ªas y bati¨¦ndose a trompadas con los activistas del Partido Comunista franc¨¦s (Cohn-Bendit los llamaba "la cr¨¢pula estalinista"), decidi¨® pasar a cosas m¨¢s serias. Liquid¨® todos sus asuntos y, con una peque?a maleta a cuestas, parti¨® rumbo al Este de Francia, donde los diez a?os siguientes ser¨ªa obrero y agitador empe?ado en predicar el evangelio mao entre los trabajadores sider¨²rgicos. Rondeau ha dejado un testimonio de esta aventura en un peque?o libro emocionante: L'enthousiasme (1988).
En 1978, conscientes de que su acci¨®n no ten¨ªa otro futuro que la catacumba, la neurosis o el terrorismo, los maos decidieron suicidar a la organizaci¨®n. Daniel Rondeau se hizo periodista y dirigi¨® las p¨¢ginas culturales de Lib¨¦ration, en las buenas ¨¦pocas del peri¨®dico. Y fue, luego, gran reportero internacional de Le Nouvel Observateur. Por unos a?os dirigi¨® una peque?a editorial, Quai Voltaire, y escribi¨® ensayos y novelas, entre ellos una bella trilog¨ªa sobre tres ciudades mediterr¨¢neas: T¨¢nger, Alejandr¨ªa y Estambul.
Pero nada de esto, ni sus campa?as a favor de la resistencia libanesa contra la invasi¨®n siria, o de los bosnios amenazados de extinci¨®n por los serbios y croatas, o del Salman Rushdie condenado a muerte por el fundamentalismo isl¨¢mico, pod¨ªa hacer sospechar que, luego de sepultarse por siete a?os en una aislada vivienda de la campi?a de Champagne a vivir entre vacas y vi?edos, Daniel Rondeau reaparecer¨ªa en el mundo de las gentes normales con una novela tan desmesuradamente ambiciosa como Dans la marche du temps, que acaba de publicar Grasset. Ya no se escriben novelas as¨ª, en las que un novelista, convertido en un forzado de la pluma se empe?a, como los grandes deicidas del siglo XIX, en oponer al mundo real un mundo ficticio tan minucioso y tan vasto, tan atestado y tan fren¨¦tico, que parezca atrapar en sus p¨¢ginas, como el aleph borgiano, toda la vida, toda la historia, toda la realidad. Ya sabemos que no es as¨ª, porque la ficci¨®n es la ficci¨®n, es decir, la negaci¨®n de la vida, un espejismo, una vida artificial que recrea la real imponi¨¦ndole un orden, unas jerarqu¨ªas, una coherencia y un principio y fin que la vertiginosa vida real no tiene nunca. Pero las novelas que comunican esa ilusi¨®n son las que duran, las que se injertan profundamente en la historia a trav¨¦s de los lectores enriquecidos en su sensibilidad, en su imaginaci¨®n y en su esp¨ªritu cr¨ªtico gracias a la utop¨ªa literaria. La novela de Daniel Rondeau pertenece a esa ilustre estirpe.
Dans la marche du temps empieza y termina en las r¨²sticas alturas de C¨®rcega, en las afueras de Bonifacio, donde, sobrevolando con la vista un paisaje paradis¨ªaco, dos hombres, un padre y un hijo ponen fin a un desencuentro de toda la vida, y confrontan dram¨¢ticamente sus recuerdos. Las im¨¢genes los arrastran en una enloquecida exploraci¨®n de todo el siglo veinte, con sus sue?os generosos y sus realidades totalitarias, sus guerras, exterminios, genocidios, sus estridencias literarias y est¨¦ticas, la aparici¨®n de nuevas corrientes y valores musicales, sus desbarajustes y sus logros en el orden de las ideas, de los usos y las costumbres. Resumida as¨ª, la novela podr¨ªa parecer un vasto fresco donde la ebullici¨®n de acontecimientos anula a los seres humanos y los convierte en fetiches o sombras. En verdad, ocurre lo contrario: los grandes sucesos hist¨®ricos y las convulsiones sociales transpiran en el libro de experiencias vividas, por seres de carne y hueso bien dibujados y algunos entra?ables, que, como Fabrizio del Dongo en la batalla, est¨¢n a menudo ciegos y perdidos, sin la menor perspectiva sobre lo que ocurre a su alrededor. La idea de la historia humana que se levanta de esta ficci¨®n es la de un c¨²mulo de fantas¨ªas generosas u horripilantes que, no importa cuan diferentes la una de la otra, parecen todas deso¨ªr sistem¨¢ticamente el pascaliano principio de realidad. Y, sin embargo, la visi¨®n no es totalmente pesimista, aunque el saldo de cad¨¢veres y v¨ªctimas fabricados por el fanatismo, el racismo, los prejuicios, la explotaci¨®n y la estupidez en el siglo veinte sea espeluznante. Porque entre la hormigueante multitud de protagonistas prevalecen los que, como Pierre Perrignon, el pintoresco St¨¦phane, o Victoire, la alemana francesa de Weimar, ciertos combatientes de la resistencia o algunos de los prisioneros en Buchenwald, lucen una decencia pertinaz aun en las m¨¢s envilecedoras circunstancias y son capaces de mantener viva la esperanza incluso cuando las llamas de infierno los est¨¢n carbonizando.
Personajes inventados e hist¨®ricos alternan en esta ronda febril donde asistimos a la desaparici¨®n de la Francia agraria y rural por el avance de la industrializaci¨®n, la formaci¨®n de los primeros sindicatos comunistas, las dos guerras mundiales y el gran proyecto deshumanizador de los nazis, as¨ª como la estalinizaci¨®n del socialismo y la dif¨ªcil supervivencia de la cultura democr¨¢tica, amenazada de estrangulaci¨®n por los dos colosos totalitarios. Pero la pol¨ªtica, aunque es algo omnipresente en la novela, est¨¢ lejos de absorberlo todo. La m¨²sica, por ejemplo, es un saludable contrapeso a la pol¨ªtica, y las p¨¢ginas dedicadas a describir la relaci¨®n entre Elizabeth y Augustin sumergen al lector en un mundo donde se suceden los conciertos, las ¨®peras y coexisten la tradici¨®n cl¨¢sica, el jazz, el boogie-woogie, los blues y los experimentos vanguardistas. Una muestra de los muchos ¨¢mbitos por los que transcurre esta historia multidimensional.
La gravedad cede muchas veces el sitio al humor. Una de las escenas m¨¢s divertidas de la novela es un crucero en el que el l¨ªder comunista franc¨¦s Maurice Thorez y buena parte de sus camaradas del Comit¨¦Central, disfrazados de gentlemen brit¨¢nicos, prueban un flamante yate adquirido por el Partido para usos varios, en v¨ªsperas de la contienda que arrasar¨ªa Europa. Otra, menos graciosa y m¨¢s siniestra, es la de los contubernios de Jacques Duclos con los generales nazis de la ocupaci¨®n, cuando el pacto firmado entre Stalin y Hitler y las convulsiones que provoc¨® entre los militantes aquella alianza. Aunque una cierta pugnacidad cr¨ªtica asoma a menudo en la voz del narrador, ella suele concentrarse en hechos espec¨ªficos y en comportamientos enmarcados por circunstancias muy concretas, evitando de este modo la demonizaci¨®n del personaje o su conversi¨®n en caricatura, tarea nada f¨¢cil cuando se trata de presentar a torturadores, criminales fan¨¢ticos y a verdaderas inmundicias humanas. Pero, en una novela, la verosimilitud es incompatible con el ensa?amiento de un creador contra alguna de sus criaturas; todas ellas deben tener derecho a la palabra, a mostrar sus razones y atenuantes para merecer la existencia. Rondeau lo consigue casi siempre, aunque alguna vez -ser¨ªa imposible que no ocurriera as¨ª en una historia de esta envergadura- se le pasa la mano y desacredita desde fuera a un personaje maligno. Son los momentos m¨¢s d¨¦biles de un libro que casi siempre mantiene un alto nivel de tensi¨®n y credibilidad.
Entre la inmensa colecci¨®n de episodios que integra la novela, vale la pena se?alar, como los m¨¢s persuasivos, los que describen la ni?ez de Gus, el hu¨¦rfano, en el contexto de una Francia en pleno proceso de transformaci¨®n, cuando la mecanizaci¨®n de la agricultura expulsa del campo a las ciudades a unas masas campesinas que se convierten en obreros, y el paroxismo social y cultural que ello trae consigo. El equilibro entre la experiencia del ni?o solitario, desgarrado por conflictos ¨ªntimos, y su duro aprendizaje de la lucha por la vida, y el fen¨®meno colectivo de fracturas familiares, violentos cambios de costumbres, creencias, mitos, y las convulsiones pol¨ªticas que ello acarrea est¨¢ admirablemente logrado. De ellas transpira, sin premeditaci¨®n alguna por parte del narrador, una evidencia: que, no importa cuan influyentes sean los condicionamientos sociales, un ser humano, aun en la m¨¢s lastimosa situaci¨®n, tiene siempre la posibilidad de elegir y, por lo mismo, de asumir su libertad.
?Cu¨¢l ser¨¢ la reacci¨®n del p¨²blico frente a Dans la marche du temps? ?Tendr¨¢ todos los lectores y el reconocimiento que merece? No es f¨¢cil que as¨ª sea. Vivimos en una ¨¦poca en la que dedicar siete a?os de la vida a escribir un libro de tanto vuelo va totalmente en contra de las modas establecidas, que, en lo referente a la literatura, es la de las obras leves, entretenidas y brillantes, que hagan pasar un buen rato, no den dolores de cabeza, no exijan mayor esfuerzo intelectual ni tomen mucho tiempo. Daniel Rondeau se las ha arreglado con este libro para transgredir todas las normas entronizadas por el momento para merecer el favor de los lectores apresurados de nuestros d¨ªas, lo que prueba que, aunque escondido tras la apariencia de un escritor campagnard, no est¨¢ desaparecido del todo el belicoso mao que fue en su juventud. Pero, sea cual fuere la suerte que corra esta novela en lo inmediato, me atrevo a asegurar que ella sobrevivir¨¢ a la hecatombe cotidiana que merecidamente desaparece cada d¨ªa a tantos millones de p¨¢ginas impresas, y que tendr¨¢ lectores agradecidos y reverentes en las generaciones venideras.
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