El catalizador turco
La decisi¨®n sobre la apertura de negociaciones con Turqu¨ªa para su plena incorporaci¨®n al proyecto europeo que deber¨¢n tomar los jefes de Estado y de Gobierno el pr¨®ximo 17 de diciembre est¨¢ actuando de catalizador de los temores, fantasmas, perplejidades, dudas y ambig¨¹edades de la construcci¨®n europea.
En efecto, pocos discuten la importancia, el inter¨¦s para Europa, de una Turqu¨ªa definitivamente anclada a Occidente, que complete su transformaci¨®n en una sociedad democr¨¢tica moderna. Y son muchos los que, yendo incluso m¨¢s all¨¢, admitir¨¢n las ventajas y oportunidades que la pertenencia de Turqu¨ªa a la Uni¨®n traer¨ªa en t¨¦rminos econ¨®micos y estrat¨¦gicos: del potencial del mercado, al tr¨¢nsito de suministros energ¨¦ticos; de la presencia de la Uni¨®n en regiones especialmente cr¨ªticas para nuestro futuro -el C¨¢ucaso Sur, el Mediterr¨¢neo, y Oriente Medio-, a la demostraci¨®n de que el choque de civilizaciones no es el destino ineluctable de la humanidad.
La controversia sobre Turqu¨ªa en la Uni¨®n discurre en el terreno de la identidad europea -de las se?as de la incipiente identidad europea- por dos cauces reflejados perfectamente en la literalidad del Art¨ªculo 1.2 del Proyecto de Constituci¨®n Europea: "La Uni¨®n est¨¢ abierta a todos los Estados europeos que respeten sus valores y se comprometan a promoverlos en com¨²n". Esto es, si Turqu¨ªa es Europa y si es compatible con nuestro proyecto. El cuestionamiento de la europeidad de Turqu¨ªa nos obliga a afrontar de una vez los l¨ªmites de Europa y los principios que fundan la Uni¨®n. Y es la definici¨®n de la naturaleza misma de esta aventura com¨²n, la que nos dar¨¢ respuesta a la posible desfiguraci¨®n del proyecto por la incorporaci¨®n de una sociedad abrumadoramente musulmana que, de acuerdo con las actuales previsiones demogr¨¢ficas, rebasar¨¢ en un futuro pr¨®ximo la poblaci¨®n de Alemania.
Planteada en estos t¨¦rminos la cuesti¨®n turca, no ha de sorprendernos que los debates m¨¢s virulentos hayan prendido precisamente en los pa¨ªses fundadores, y en particular en Francia y Alemania, y que en ellos despunte la nostalgia de la primitiva comunidad, cohesionada y rica, abarcable y homog¨¦nea de los seis. Turqu¨ªa ha sido el revelador de un proceso que se inicia con la entrada del Reino Unido y se consolida con la reciente quinta ampliaci¨®n. La Uni¨®n no es lo que era. La unificaci¨®n europea, ese sue?o de muchas generaciones, esa responsabilidad hist¨®rica de todos, es hoy una realidad, pero la diversidad -cuando no heterogeneidad- y las asimetr¨ªas inherentes provocan v¨¦rtigo. La Uni¨®n no es lo que era, adem¨¢s, porque a menudo nos olvidamos de las crecientes comunidades de musulmanes que son ciudadanos europeos. Se especula con que Turqu¨ªa en el momento de su futura adhesi¨®n representar¨¢ aproximadamente el 15% de la poblaci¨®n total de la Uni¨®n y esto atiza temores y fantasmas; sin embargo, antes de esa fecha, los ciudadanos europeos de religi¨®n musulmana superar¨¢n, con toda probabilidad, ese porcentaje.
La Uni¨®n no es lo que era: ?Qui¨¦nes somos, qui¨¦nes queremos ser los europeos? ?Qu¨¦ queremos hacer juntos? ?C¨®mo queremos llevar a cabo nuestro proyecto com¨²n?
?Qui¨¦nes somos? La europeidad, la determinan tres registros: geogr¨¢fico, hist¨®rico-cultural y de percepci¨®n -lo que se entiende por posesi¨®n de estado-. En cuanto a la geograf¨ªa, como recuerda el Informe Ahtisaari "Tras la ca¨ªda del Imperio Otomano, el territorio de Turqu¨ªa qued¨® reducido a una zona de la que s¨®lo un 3% se encontraba dentro de la Europa continental. Sin embargo, un 11% de la poblaci¨®n turca, as¨ª como la capital econ¨®mica y cultural de Turqu¨ªa, Estambul, se encuentran dentro de ese espacio". Por otra parte, la historia y la cultura europeas est¨¢n tejidas de protagonismos turcos: Troya y P¨¦rgamo, Antioquia y Bizancio, resultan indispensables referencias para entendernos como europeos; Turqu¨ªa, percibida como "el hombre enfermo de Europa" en palabras del Zar Nicol¨¢s I; Turqu¨ªa, presente en el "Concierto Europeo" que decidir¨ªa el destino de Europa al finalizar la Guerra de Crimea. Por ¨²ltimo, respecto a la posesi¨®n de estado, no est¨¢ de m¨¢s recordar que hasta hoy nadie hab¨ªa cuestionado la vocaci¨®n de Turqu¨ªa de formar parte del proyecto europeo. Desde el a?o 1963 las Comunidades primero y la Uni¨®n despu¨¦s, as¨ª como los distintos Estados miembro, han llevado a cabo multitud de actos propios que avalan la candidatura turca. En fin, el proyecto europeo se define por ser una construcci¨®n de Derecho, fundada en principios y valores tejidos sobre ese ca?amazo hist¨®rico-cultural y geogr¨¢fico. O dicho de otra manera, lo que determina el proyecto europeo son los principios y valores explicitados por los criterios de Copenhague: su naturaleza secular -esto es, que la religi¨®n es un asunto privado-, el marco institucional democr¨¢tico plenamente consolidado, la econom¨ªa de mercado, y la reafirmaci¨®n de los derechos humanos como gu¨ªa de la vida pol¨ªtica y social, como aut¨¦ntica se?a de identidad, como bandera europea. Seg¨²n el informe de la Comisi¨®n Europea, los avances realizados por Turqu¨ªa, de acuerdo con estos criterios, aconsejan la apertura de negociaciones. Lo que indica un camino a recorrer -no se trata de que Turqu¨ªa se incorpore ma?ana-, pero la Uni¨®n no puede actuar con dos varas de medir (recordemos, una vez m¨¢s que somos una construcci¨®n de Derecho), y no debe aplicar a Turqu¨ªa interpretaciones diferentes de las que acabamos de utilizar en la quinta ampliaci¨®n.
?Qu¨¦ queremos hacer los europeos juntos? Este fue el aut¨¦ntico lema del debate de la Convenci¨®n y la posterior Conferencia Intergubernamental al que la Constituci¨®n viene a dar una respuesta en t¨¦rminos de tendencia que la autocr¨ªtica no debe hacernos olvidar. Porque, sin perjuicio de las imperfecciones y carencias puestas en general de relieve frente a las incontrovertibles realizaciones y progresos, el debate constitucional recogi¨® las aspiraciones b¨¢sicas de los ciudadanos europeos: m¨¢s Europa para m¨¢s prosperidad; m¨¢s Europa para m¨¢s seguridad; y m¨¢s Europa para una mayor proyecci¨®n en el mundo. Pues bien, en materia de prosperidad las dudas sobre las ventajas de la incorporaci¨®n de Turqu¨ªa se centran exclusivamenteen el coste inmediato (Turqu¨ªa es hoy un pa¨ªs grande y pobre), lo que no puede ser argumento determinante para una Uni¨®n que ya hoy es potencia econ¨®mica hegem¨®nica. En cuanto a la seguridad y la proyecci¨®n de Europa en el mundo, pocos son los discrepantes sobre el aporte de Turqu¨ªa en t¨¦rminos estrat¨¦gicos, como apuntaba al comienzo.
Finalmente, ?c¨®mo desarrollar este proyecto? La respuesta tambi¨¦n est¨¢ en la nueva Constituci¨®n, sin perjuicio del error de la doble mayor¨ªa. La Uni¨®n Europea no es un proyecto federal ni intergubernamental, no debe minar y menos entrar en colisi¨®n con los Estados nacionales. Debemos partir de un paradigma distinto: la Uni¨®n Europea como marco institucional com¨²n dentro del cual se desenvuelven m¨²ltiples redes multiformes e interconectadas. Algunas, como el euro o determinadas cooperaciones en materia de polic¨ªa y de justicia, ya est¨¢n funcionando. Y respecto de otras, como la de Defensa, cuya formaci¨®n est¨¢ en el ambiente, la participaci¨®n de Turqu¨ªa s¨®lo traer¨ªa beneficios.
Europa no es lo que era. Y nuestro proyecto europeo, que hoy sigue siendo una de las m¨¢s atractivas aventuras de la humanidad, lo es de una comunidad pr¨®spera y mestiza, sin nostalgias y segura de sus valores, que aspira a una proyecci¨®n potente en el mundo, y contempla con serenidad e inter¨¦s la transformaci¨®n de Turqu¨ªa que habr¨¢ de permitir su plena incorporaci¨®n.
Ana Palacio es presidenta de la Comisi¨®n Mixta del Congreso y del Senado para la Uni¨®n Europea.
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