Aquella m¨ªtica batalla
A estas alturas de su triunfal carrera y ya miembro de pleno derecho de la Real Academia Espa?ola -en la que ingres¨® con un espl¨¦ndido discurso sobre el lenguaje "de german¨ªa" en nuestros Siglos de Oro-, Arturo P¨¦rez-Reverte (Cartagena, 1951) no ha cambiado ni de modelos ni de manera de hacer, pues sigue siendo el mejor novelista "profesional" -con permiso de Eduardo Mendoza- con quien cuentan las letras espa?olas de nuestros d¨ªas, lo que asimismo brilla en este nuevo cap¨ªtulo que hoy nos entrega, este Cabo Trafalgar, que repite y profundiza en sus temas -el mar, la historia, la literatura, la aventura y la b¨²squeda de la moral a trav¨¦s de la derrota- que siempre le acompa?an.
CABO TRAFALGAR
Arturo P¨¦rez-Reverte
Alfaguara. Madrid, 2004
272 p¨¢ginas. 17,50 euros
Y aunque Cabo Trafalgar est¨¦ prometido a una amplia difusi¨®n, ello no debe enga?arnos pues se trata de un libro de encargo, como revela la contraportada de la edici¨®n, donde se dice que fue la propia editorial la que propuso al autor el reto de escribirla, en previsi¨®n del bicentenario de la batalla de Trafalgar, que se celebrar¨¢ el 21 de octubre de 2005. Aceptando el desaf¨ªo y como tascando el freno, el autor se ha adelantado lo que ha podido, terminando el libro a finales del pasado verano, seg¨²n consta al final, las cosas claras, la profesionalidad va por delante de todo y los "libros de encargo" son tan leg¨ªtimos como los dem¨¢s y ya quisi¨¦ramos que la verdad de las relaciones en el mundo editorial, entre el autor y sus editoriales -y de ambos con los lectores- estuviera siempre tan clara en todos los casos. Tambi¨¦n vemos aqu¨ª c¨®mo el encargo se ha resumido al final en un admirable "ejercicio de estilo" de primera magnitud como resulta ser este libro despu¨¦s de una lectura que presumo fascinada y ejemplar.
Pues creo profundamente que Cabo Trafalgar es sobre todo un gran "ejercicio de estilo", y no tan s¨®lo un ejercicio textual o de "escritura", pues el "estilo" no es tan s¨®lo el texto, ni la escritura, ni la simple prosa -que tambi¨¦n- pues siempre va m¨¢s all¨¢, hasta llegar a la voz, la voz narrativa en este y en todos los casos, mejores o peores, pues aqu¨ª no se trata de distinguir entre "buenos" y "malos", mejores o peores, "superiores" o "inferiores", no de calificar sino de describir qu¨¦ es lo que la voz revela del hombre -un autor a trav¨¦s de su estilo-. Y es el estilo de P¨¦rez-Reverte lo que les presta adem¨¢s su unidad, desde lo m¨¢s real (su periodismo) hasta lo m¨¢s ficticio (sus novelas), pasando por sus etapas intermedias (como Territorio comanche, uno de los mejores) y que al final desemboca en su verdad: la de un hombre enamorado de la aventura, de la historia y de la literatura por encima de todo, que gobiernan su vida puesta as¨ª a nuestro servicio, al de todos, lo que justifica su ¨¦xito, que como he dicho otras veces va "de abajo arriba" y no al rev¨¦s.
Al final, todo ello desemboca en una verdad total y transparente a trav¨¦s de sus imaginaciones m¨¢s o menos desenfrenadas, basadas siempre en los antiguos folletines populares (de Alejandro Dumas hasta Salgari o Sabatini) o de la lectura de las grandes novelas cl¨¢sicas de siempre (Stendhal, Balzac o Thomas Mann) donde abundan por motivos personales (le gusta navegar) las marineras (Stevenson, Melville, Conrad, que han marcado sus grandes etapas como lector, seg¨²n ha confesado). La literatura es un mundo en verdad global porque lo engloba todo, es un mundo que encierra a todos los dem¨¢s, un mundo total.
As¨ª las cosas, Cabo Trafalgar
nos recuerda a la primera de todas, El h¨²sar, que era su primer ejercicio de estilo (pues as¨ª ensay¨® la escritura de una novela por vez primera) con la que esta ¨²ltima coincide si no en el escenario s¨ª en el tiempo, la era napole¨®nica, y en el tema, que es el de la guerra y la lecci¨®n de la derrota, m¨¢s universal en la primera, de ra¨ªces pacifistas, y m¨¢s patri¨®tica en la segunda. Mientras tanto ha aparecido el humor en su obra (La sombra del ?guila, tambi¨¦n napole¨®nica), que ahora brilla con voz propia, a trav¨¦s de sus divertidos di¨¢logos, de sus onomatopeyas (de historietas), de su mezcla de espa?ol y franc¨¦s, lo que motiva explosivos -o caricaturescos- an¨¢lisis nacionales y retratos comparativos merecidos, ya que no reales. Las dos Armadas, la francesa y la espa?ola, una de ellas la de un "nuevo rico" rid¨ªculo con la lamentable herencia de un antiguo r¨¦gimen destinado al fracaso, y la otra miserable y heredera de un pasado glorioso enfrentado a su propia autodestrucci¨®n, se aliaron para cavar su propia tumba ante la brit¨¢nica del almirante Horacio Nelson, que al obtener la victoria sobre su propia tumba (pues all¨ª muri¨®, en el mismo combate que gan¨®) proporcion¨® a Inglaterra el dominio futuro de los mares casi para siempre.
En el fondo se trata de una novela hist¨®rica, pues todo se conoce de antemano, el argumento y la trama desde su principio hasta el final. Pero aqu¨ª, y bas¨¢ndose en una documentaci¨®n aplastante -como siempre-, el autor da otra vuelta de tuerca m¨¢s y se inventa un fragmento que parece de verdad pero que no lo es, pues resulta ser un producto irreal, inventado "en todas sus piezas" (as¨ª se dice en franc¨¦s, perm¨ªtaseme el homenaje) y que a?adido a la verdad resulta tan verdadero como si tambi¨¦n lo fuera de verdad. Y este buque, el 34? de la escuadra hispanofrancesa -el Antilla, el mismo autor lo reconoce en el ep¨ªlogo-, combate en su Trafalgar con el mismo hero¨ªsmo que los de Alcal¨¢-Galiano, Churruca y Gravina, y con mejor talante y heroicidad que el del lamentable almirante Villeneuve, que con su ineptitud frustr¨® los planes de Napole¨®n para invadir Inglaterra y as¨ª lo pag¨® pronto por su propia mano.
As¨ª pues, este ejercicio de estilo no viene de Gald¨®s (que empez¨® con su Trafalgar, sus geniales Episodios Nacionales) pues no es una novela hist¨®rica, como tampoco lo son las de la serie del Capit¨¢n Alatriste, aunque se trate de una reconstrucci¨®n hist¨®rica, pero con otras intenciones que van m¨¢s all¨¢. Y aqu¨ª ha vuelto al mar, como en La carta esf¨¦rica, donde se rescatan tesoros, o se cumplen venganzas a ritmo de corridos mexicanos como en La Reina del Sur, por encima de las autodestruidas mafias de traficantes. Todo se une al final, aqu¨ª, en el casco desarbolado del Antilla, donde a trav¨¦s de tres o cuatro siluetas bien esbozadas se nos cuenta otra vez una gran historia de perdedores, que nos desgranan la lecci¨®n sempiterna de los buenos vasallos si hubiera buenos se?ores, y a ver cu¨¢ndo aprende este pa¨ªs a no entregarse despu¨¦s a manos llenas en brazos de los dictadores, como sucedi¨® entonces (me refiero a Fernando VII, no a Napole¨®n, que al final era el que ten¨ªa la raz¨®n de su lado y por eso marc¨® al mundo) y nos viene sucediendo casi siempre, a ver cu¨¢ndo aprendemos la lecci¨®n moral de las derrotas.
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